El último Miguel Ángel
Edvige Abete*
eabete@interfree.it
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En
el Vaticano se han iniciado los trabajos de restauración de la Capilla
Paolina, en cuyo interior se conservan los últimos frescos pintados
por Miguel Ángel. Tuve la fortuna de visitar el lugar acompañada
por el maestro Maurizio De Luca, quien durante años ha dirigido el laboratorio
de restauración más importante del mundo y quien, además,
nos informó sobre la técnica de la pintura al fresco y la estrecha
relación que se establece entre el restaurador y la obra de arte.
Bajo la mirada vigilante de las Guardias Suizas quienes custodian los aposentos
papales, atravesamos el umbral de la Capilla Paolina, edificada en 1537 por órdenes
del papa Paolo III Farnece, mecenas de cuyo nombre deriva el del recinto. En
la actualidad la Capilla Paolina es el oratorio privado de los papas, donde el
Santo Padre se recoge para rezar de manera reservada.
El hecho de poder asistir a este sacro lugar significa un gran privilegio y un
acto de excepción, ya que las multitudes que visitan cotidianamente los
Museos Vaticanos no tienen acceso a dicha capilla, cuya atmósfera invita
al recogimiento y a la espiritualidad.
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En
1542, Miguel Ángel contaba 66 años de edad
cuando recibió del papa Paolo III el encargo de
decorar la capilla. Por ese motivo el artista se ocupó en
representar la conversión de Paolo y la crucifixión
de Pedro casi al mismo tiempo que decoraba la Capilla
Sixtina. Por lo tanto, los frescos que Miguel Ángel
ejecutó en el espacio paolino fueron los últimos
que realizaría, aunque le restaban catorce años
más de actividad artística. Así,
partimos precisamente de la Capilla Sixtina –siempre
acompañados por el maestro De Luca– para
seguir las huellas del Miguel Ángel pintor.
En las postrimerías de 1481 dio inició el proyecto para decorar
los muros de la Capilla Sixtina, bajo los auspicios del papa Sixto IV. El programa
consistía en una obra monumental en la cual participó una pléyade
de personas pertenecientes a los diversos talleres de artistas umbros y toscanos
para representar al fresco, en espacios majestuosos, la vida de Moisés
y de Cristo.
“Se requería de mucho trabajo y personas –explica Maurizio
De Luca– debido a la complejidad para utilizar de manera articulada la
técnica de la pintura al fresco. La preparación y la ejecución
de la técnica implicaba, además de la colaboración de los
artistas ejecutores y de sus ayudantes, la labor de los carpinteros para construir
los andamios, albañiles y peones para aplicar la cal y extender el enyesado,
aprendices y ayudantes de taller para dibujar los cartones, y colaboradores en
la molienda y preparación de los colores.
Alrededor de treinta años les tomó a la maestranza
de origen umbro y toscano decorar al fresco las paredes vaticanas.
Fue entonces cuando Miguel Ángel fue llamado por el
papa Julio II para completar la decoración de la Capilla
Sixtina, con el proyecto de los frescos de la bóveda.
El artista aún no poseía toda la habilidad y
destreza necesarias para utilizar con éxito la técnica
al fresco: la primera escena pintada en torno al diluvio bíblico
se enmoheció, obligándolo a raspar la superficie
y a rehacer el trabajo desde el principio.
“La misma definición de fresco –prosigue De Luca– indica
que el artista intervenía sobre la superficie del enyesado fresco y que
al secarse se adhería definitivamente el color. En ocasiones, hemos encontrado
huellas de las manos del pintor quien accidentalmente las apoyaba sobre el muro;
también huellas de la uña del dedo meñique usado a manera
de apoyo con el fin de tener firme la mano con la cual pintaba. Curiosamente,
se han descubierto restos de un frijol que cayó sobre la base pictórica,
probablemente como residuo de una alimentación ingerida de prisa.”
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El Día de todos los Santos de 1512 la bóveda de la Capilla
Sixtina estuvo terminada. Se representaba una maravillosa y luminosa
síntesis del Antiguo Testamento: la creación de los mundos
y de la vida, la creación del hombre y de la mujer, el primer
pecado y la expulsión de Adán y Eva del Paraíso,
el diluvio y la nueva humanidad de Noé. El papa Julio II celebró una
misa solemne y Roma entera desfiló bajo los inmensos frescos
con recogimiento y conmovida admiración.
“Desgraciadamente –explica De Luca–, siglos de negligencia,
de acumulación de polvo y de hollín, además de erráticas
tentativas de reavivar el color con sucesivas capas de cola, fueron las causas
que motivaron la restauración de la obra maestra en 1980. La bóveda
de la Capilla Sixtina se había ‘enfermado’. Para contribuir
a su renacimiento, para entender en general las causas de su deterioro, se debe
sobre todo comprender a la obra maestra, establecer con ella un contacto visual,
observarla pero sin imponerle por fuerza el lenguaje propio. En suma, emocionarse.
Así, paulatinamente será posible interactuar con ella, descubrir
las sutilezas ejecutivas y en los casos más afortunados encontrar siglas
o firmas. Por ejemplo, aquella de Domenico Ghirlandaio quien firmó el
fresco ‘La vocación de los primeros apóstoles’ en la
Capilla Sixtina, pintando una pequeña guirnalda sobre la cabeza de un
joven.”
En 1527 los lansquenetes de Carlos V invadieron el Vaticano, refugiándose
en las estancias pintadas por Rafael; dejaron escritos de celebración
dirigidos a su Emperador y a Martín Lutero. El terrible acto favoreció de
manera indirecta al nacimiento de una nueva obra maestra. En 1536 Paolo III Farnece
llamó nuevamente a Miguel Ángel para pintar al fresco El Juicio
Universal sobre la pared posterior al altar de la Capilla Sixtina.
“El inicio de los trabajos fue lento y contrastado: Sebastiano del Piombo
persuadió al Papa respecto de hacer pintar el Juicio Universal al óleo,
mientras que Miguel Ángel tenía la intención decidida de
pintarlo al fresco, llegando a comentar que ‘el color al óleo es
arte de mujer y de personas comodinas y perezosas… como Sebastiano’.”
A finales de 1541 la obra maestra de Miguel Ángel fue terminada entre
el escándalo y grandísima admiración. En la lívida
alba del Día del Juicio el color sombrío de los rostros aterrorizados
de los condenados y el atormentado retorcimiento de sus cuerpos se esfuma poco
a poco, hacia lo alto, en contraste con la gracia y la armonía de los
beatos que se elevan junto a los ángeles. Un Cristo potente, en el ápice
del movimiento ascensional, lo representa con un simple gesto del brazo derecho
en alto, similar a aquél de un emperador, con lo cual genera todo el dinamismo
de la composición pictórica.
“Si consideramos la enorme experiencia acumulada que Miguel Ángel
adquirió al pintar la bóveda de la Capilla Sixtina –dice
De Luca– la pintura al óleo le hubiera resultado más fácil
de realizar y menos fatigosa, al advertir la larga preparación de los
muros, así como el uso de pesados cartones para trazar sobre el yeso fresco
los esbozos de las figuras. Cartones ciertamente pesados para brazos cansados
por la edad.”
Miguel Ángel tenía setenta años cuando concluye el mural
de La conversión de Paolo en la Capilla Paolina. El rostro –inesperadamente
viejo– del perseguidor convertido es casi un autorretrato espiritual, mientras
que los semblantes rozados de los soldados no traicionan la mínima comprensión
del milagro que está sucediendo junto a ellos. Miguel Ángel cumplía
los setenta y cinco años cuando realizó los últimos retoques
a la Crucifixión de San Pedro, logrando con una torsión
del cuello del Santo fijar la vista del espectador, mientras la cruz viene izada
bajo un cielo de nubes bajas. En las figuras que lo circundan parece desaparecer
cualquier distinción entre verdugos y mártires, entre paganos y
cristianos.
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“También
en este caso –cuenta De Luca– Miguel Ángel
no tomó en consideración la técnica de la pintura
al óleo. Posiblemente por su edad no tenía el deseo de
experimentar una técnica que para él era novedosa. ‘El último
Miguel Ángel’ pinta día a día pequeños
fragmentos de la composición: una cabeza, un brazo, una espalda
y una pierna. Los estudios preeliminares revelan que interrumpe
el trabajo muchas veces: por enfermedad o por diversas penalidades (como
la muerte de su amiga y poetisa Vittoria Colonna) interrumpía
frecuentemente su trabajo, confirmándose la versión de
sus biógrafos: ‘el último
Miguel Ángel’ ya está cansado’.”
Los trabajos
de restauración de la Capilla Paolina apenas se han iniciando.
Si bien el suceso no ha tenido la misma difusión que cuando inició el
restauro de los muros de la Capilla Sixtina, dentro de un par de años
los reflectores del mundo se encenderán para registrar el venturoso suceso.
Nosotros estaremos allí, nuevamente, dialogando con el maestro De Luca,
quien se emocionará de la misma manera como lo está ahora, siempre
delante de una obra de arte, y nos ilustrará sobre la restauración
de la Capilla Paolina.
(Versión original en italiano) L’ultimo
Michelangelo
Edvige Abete*
eabete@interfree.it
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Hanno inizio in Vaticano i restauri della cappella Paolina
al cui interno sono conservati gli ultimi affreschi dipinti
da Michelangelo. Insieme al Maestro Maurizio De Luca, che
da anni dirige il laboratorio di restauro più importante
del mondo, ne approfittiamo per conoscere da vicino la
tecnica della pittura a fresco e il rapporto che lega il
restauratore all’opera d’arte.
Sotto
lo sguardo vigile delle Guardie Svizzere che vegliano sugli
appartamenti papali, varchiamo la soglia della cappella Paolina,
fatta edificare nel 1537 da papa Paolo III Farnese, dal quale
prende il nome.(1) E’ ancora
oggi la cappella privata dei papi, il luogo dove il Santo Padre
si reca per pregare da solo. Esservi ammessi è un privilegio
tanto grande quanto raro. La gran massa dei visitatori che
affolla quotidianamente i Musei Vaticani non giunge mai fin
qui, e l’atmosfera è ovattata e spirituale.
Quando nel 1542 Michelangelo riceve dal papa l’incarico di decorare la
cappella, ha ormai 66 anni. Per portare a termine i due grandi affreschi che
raffigurano sulle pareti opposte la conversione di Paolo e la crocifissione di
Pietro, impiega quasi lo stesso tempo occorsogli per affrescare l’intera
volta della Cappella Sistina. Saranno i suoi ultimi affreschi, anche se lo attendono
ancora 14 anni di attività artistica. Ed è proprio dalla
Sistina che, guidati dal Maestro De Luca, partiamo per seguire le orme di Michelangelo
pittore.
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Sul finire del 1481 nella cappella Sistina, per volere
di papa Sisto IV, una moltitudine di persone appartenenti
alle diverse botteghe di artisti umbri e toscani, si avvicenda
per trasformare quelle austere mura affrescandole con grandi
scene della vita di Mosè e di Cristo.(2) “Quello
che richiedeva così tanto impegno –ci spiega Maurizio
De Luca– era l’articolata tecnica della pittura “a
fresco”. Dalla sua preparazione, fino all’esecuzione
coinvolgeva, oltre agli artisti esecutori e ai loro aiuti,
anche carpentieri e legnaioli per erigere i ponteggi, muratori
e manovali per impastare la calce e stendere gli intonaci,
garzoni, apprendisti e aiuti di bottega per disegnare
i cartoni, macinare e infine stemperare i colori.”
Circa trenta anni dopo che le maestranze umbre e toscane ne avevano affrescato
le pareti, Michelangelo è chiamato da Giulio II a completare la Sistina
affrescandone la volta. Non possedendo ancora a sufficienza la tecnica di lavoro
con gli intonaci freschi, va incontro ad alcune difficoltà: una tra le
prime scene dipinte, quella del Diluvio, ammuffisce costringendolo a raschiare
l’affresco e a rifarlo da capo.
“La stessa definizione di ‘affresco’ –prosegue De Luca– indica
che l’artista interveniva sulla superficie dell’intonaco ancora morbida
che, asciugandosi, ne imprigionava definitivamente il colore. E a volte non solo
quello. Abbiamo ritrovato, impresse per sempre nell’intonaco fresco le impronte
di mani accidentalmente poggiate sul muro, i solchi lasciati dall’unghia
del mignolo usato per tenere ferma la mano che dipinge e, persino, un fagiolo
caduto nell’impasto dell’intonaco, probabile residuo di una frettolosa
colazione.”
Il giorno di Ognissanti del 1512, la volta della Sistina è ormai completa
e racconta in una meravigliosa e luminosa sintesi tutto l’antico Testamento,
dalla creazione dei mondi e della vita alla creazione dell’uomo e
della donna, dal primo peccato e dalla cacciata dal Paradiso al diluvio e alla
nuova umanità di Noè. Il papa Giulio II vi celebra una messa solenne
e tutta Roma sfila sotto l’immenso affresco in muta e commossa ammirazione.
“Purtroppo, –spiega De Luca– secoli di incuria,
polvere, fuliggine e i maldestri tentativi di ravvivarne il
colore con strati di colla, avevano reso indispensabile l’intervento
di pulitura iniziato nel 1980. La volta della Sistina si era
dunque “ammalata”. Ma per contribuire alla sua
rinascita, per capire in generale come e perché un’opera
d’arte si è ammalata, occorre innanzi tutto comprenderla,
stabilire con essa un contatto visivo, osservarla senza imporle
per forza il proprio linguaggio. Emozionarsi. A poco a poco,
sarà possibile interagire con lei, scoprirne le sottigliezze
esecutive, e, nei casi più fortunati, trovare anche
sigle o firme. Come ad esempio quella di Domenico
Ghirlandaio, che firma il suo affresco nella Cappella Sistina, dipingendo una piccola ‘ghirlanda’ sulla
testa di un giovane.”
(3)
Nel 1527 i
lanzichenecchi di Carlo V, irrompono in Vaticano spingendosi fin
dentro le stanze dipinte da Raffaello e lasciando incise numerose scritte inneggianti
al loro imperatore e a Martin Lutero. Il terribile gesto crea le premesse per
la nascita di un nuovo capolavoro. Nel 1536 Paolo
III Farnese chiama nuovamente Michelangelo per affrescare un Giudizio Universale
sulla parete dietro l’altare della Sistina.
“L’avvio dei lavori è lento e contrastato: Sebastiano del
Piombo persuade il papa a far dipingere ad olio il Giudizio mentre Michelangelo
non ha intenzione di dipingerlo se non a fresco arrivando persino a dire che ‘il
colore ad olio è arte da donna e da persone agiate e infingarde…come
Sebastiano’.”
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Alla fine del 1541 l’opera, tra scandalo e ammirazione
grandissima, è ultimata. Nella livida alba del Giorno
del Giudizio il colore cupo dei volti atterriti dei dannati
e il tormentoso groviglio dei loro corpi sfuma a poco a poco,
verso l’alto, nella grazia e nell’armonia dei
beati che si alzano in volo insieme agli angeli. Un Cristo
possente, all’apice del movimento ascensionale, col
semplice gesto del braccio destro, simile a quello di un
imperatore, genera il dinamismo di tutta la composizione
“Se non consideriamo l’enorme esperienza che Michelangelo aveva accumulato
dipingendo la volta della Sistina –dice De Luca– la pittura ad olio
sarebbe potuta risultare più facile da realizzare. Sicuramente
meno faticosa della tecnica a fresco che prevedeva, oltre ad un lunga preparazione,
anche l’uso di pesanti cartoni per tracciare sull’intonaco ancora
fresco le sagome delle figure. Cartoni certo pesanti da sollevare per braccia
non più giovani!”
Quando nella cappella Paolina, Michelangelo completa la conversione di
Paolo, ha ormai 70 anni. Il volto del persecutore convertito, inaspettatamente
vecchio, è quasi un autoritratto spirituale, mentre le facce rozze dei
soldati non tradiscono la minima comprensione del miracolo che si sta svolgendo
accanto a loro. Ne ha 75, quando apporta gli ultimi ritocchi alla crocifissione
di San Pietro, che con una torsione del collo fissa lo spettatore mentre la croce
viene issata sotto un cielo di nuvole basse. Nelle figure che lo circondano
sembra sparita ogni distinzione fra carnefici e martire, fra pagani e cristiani.
“Anche in questo caso –racconta De Luca– Michelangelo non prende
in considerazione la tecnica della pittura ad olio forse, semplicemente, perché non
più giovane, non ha voglia di sperimentare una tecnica per lui nuova. “L’ultimo
Michelangelo” dipinge però a piccole parti, campisce piccole porzioni
di colore a giornata: una testa, un braccio, una spalla e una gamba. Gli studi
preliminari rivelano che interrompe il lavoro molte volte: malattie e dispiaceri
come la morte dell’amica e poetessa Vittoria Colonna, si avvicendano, costringendolo
a interrompersi di frequente, confermandoci quanto tramandato dai suoi biografi. ‘L’ultimo
Michelangelo’ è ormai stanco’.”
I lavori nella cappella Paolina sono appena iniziati e, anche se meno nota della
Cappella Sistina, fra un paio di anni i riflettori del mondo si accenderanno
per riprenderne l’avvenuto restauro. Noi saremo lì, nuovamente insieme
al Maestro De Luca che, emozionandosi come fa ancora e da sempre davanti ad un
opera d’arte, ce ne illustrerà i risultati.
Inserción en Imágenes: 14.12.06.
Traducción del italiano por Olga Sáenz.
Foto de portal: composición visual de las obras maestras de Miguel Ángel
en la Capilla Sixtina.
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