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Musa pensativa.
Las imágenes del intelectual en la antigüedad
Edvige
Abete*
aebete@interfree.it
En el espacio del Coliseo de Roma se han presentado exposiciones
que permiten al público acercarse a los diversos aspectos
de las civilizaciones antiguas. En esta temporada el recinto
alberga la muestra Musa pensativa. Las imágenes
del intelectual en la antigüedad, misma que permanecerá abierta
hasta el 20 de agosto de 2006.
¿Realmente existieron las musas o fueron éstas
producto de la imaginación de los antiguos pensadores
de la Grecia y la Roma clásicas? Esta extraordinaria
exposición nos permite reflexionar sobre el tema.
Ofrece al espectador una ocasión única para
sondear a fondo en los vericuetos de la creatividad intelectual
del mundo antiguo. Las musas inspiradoras de Homero, Hesíodo,
Píndaro y de las artes relativas a ellas fueron las
nueve míticas hijas del dios Zeus y Mnemosine: Calíope
(musa de la poesía épica), Clío (musa
de la historia), Erato (musa de la lírica coral),
Euterpe (musa de la lírica), Melpómene (musa
de la tragedia), Polimnia (musa de los himnos poéticos),
Talía (musa de la comedia), Terpsícore (musa
de la danza) y Urania (musa de la astronomía y de
la filosofía).
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La musa Polimnia, en pose pensativa, da nombre y contenido
a la muestra en su totalidad. Apoyada en una estructura rocosa
y en actitud ensoñadora, los cabellos largos y rizados
envuelven el rostro bello e intenso; sus grandes ojos lanzan
una profunda mirada que se dirige al espacio frente a ella.
El cuerpo está cubierto por una túnica (peplo)
que cae en profundos y pesados pliegues. La musa pensante
se halla envuelta en un amplio lienzo del cual sólo
sobresale la mano, la cual debiera sostener un pergamino conteniendo
los versos, como símbolo del arte del canto.
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Si bien en la lírica de Homero las nueve musas aún
no aparecen con sus atributos propios, aunque en el incipit de
la Ilíada “Cántame o Thea…” la
diosa invocada es Calíope, la de la bella voz, fue
en épocas posteriores cuando se delinearon y precisaron
los diversos ámbitos poéticos de cada musa,
todas ellas protectoras e inspiradoras de las artes. No obstante,
la identificación de los atributos poéticos
de cada musa aún permanece incierta. Se presuponen
sus dotes poéticas con base en una simbología
interpretativa. Por ejemplo, la mano llevada al rostro puede
indicar introspección y, por tanto, pathos intelectual.
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Así, junto a los filósofos, oradores y poetas
que se dedicaron al arte del ingenio, las estatuas de las
jóvenes rebelan la “maternidad” del sagrado
don de la inspiración. El busto del poeta lírico
Píndaro, con el rostro marcado por las profundas huellas
de la edad y las cejas contraídas como signo de la
actividad reflexiva, nos remite a Clío: aquella que,
celebrando la gloria (Kleòs) de quien se
ha distinguido en las hazañas de la historia cívica,
le otorga la inmortalidad. Pero también los historiadores
Herodoto y Tucídides son inspirados por la misma musa,
ambos representados con su pluma anotando los eventos narrativos
sobre el rollo de papel.
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Melpómene, vestida con una ligera túnica sin
mangas y con un velo que le cubre parcialmente la cabellera,
se encuentra rodeada por los tres mayores dramaturgos griegos:
Esquilo, Sófocles y Eurípides, representados
en plena madurez y ataviados con su vestimenta común:
la túnica endosada al tórax desnudo. Vasos
antiguos con figuras de piedra rojiza, relieves, mosaicos
y pinturas al fresco como aquellos provenientes de Pompeya
donde se representa la figura de Medea absorta frente a la
muerte de los hijos, remiten a manera de contrapunto a la
obra de los dramaturgos.
También en ausencia las musas son evocadas. Como
en el bellísimo vaso de cerámica antigua del
siglo V a. C. En éste el supremo poeta de Mitilene,
Alceo, concentrado en la ejecución musical, se dirige
a Safo con el afán de rendirle un homenaje, como también
lo hizo en el célebre verso definiéndola “cinta
di viole, pura, riso di miele”.1 O
bien en el fresco elaborado quinientos años después,
proveniente de Pompeya; en él se observa a la joven
dueña de la casa quien muestra su ambición
intelectual, mostrándose en el momento de la creación
artística con la pluma ligeramente apoyada sobre el
labio en pose meditativa. Lo anterior sólo fue un
deseo frustrado pues en la Roma antigua la escritura era
una actividad excluida del ámbito femenino.
¡Qué difícil resulta imaginar el significado de las musas
dentro del proceso creativo en los tiempos remotos! Por igual para Homero ciego
y vidente, para Pitágoras con su turbante oriental, Epicuro con su rostro
ensimismado o Cicerón representado con su frente larga y espaciosa, invocar
a las musas no sólo era un acto de retórica, era mucho más:
a semejanza de los antiguos pueblos árabes la palabra que identificaba
al poeta era sha´ir, cuyo significado es “aquel que sabe,
persona que ha recibido el saber de los espíritus”.
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Las musas no eran producto de un parto de la fantasía
y, probablemente, todo aquello que fue narrado por los autores
antiguos posiblemente venía escuchándose en
forma alucinatoria, como lo define el psicólogo Julian
Jaynes en un interesante ensayo de 1984. 2 Quizá por
una mayor funcionalidad del hemisferio cerebral derecho que,
como se sabe, es donde reside la capacidad cognitiva para escuchar
la música (la poesía antigua estaba íntimamente
relacionada al canto). Posiblemente por un estímulo
provocado por el hemisferio derecho y sus áreas adyacentes,
proceso que suscita alucinaciones auditivas “divinas”.
No se puede considerar una coincidencia el hecho de que el
nombre mismo de la música derive de las musas sagradas.
“Decidme ahora, musas que habitáis las moradas del Olimpo –porque
vosotras sois diosas, lo presenciáis y conocéis todo, mientras
nosotros oímos tan sólo la fama y nada cierto sabemos–, cuáles
eran los caudillos y príncipes de los dánaos” (Ilíada, canto
II).
Ciertamente esta apelación a las musas tiene semejanzas con los procesos
de la memoria cuando se esfuerza por verbalizar un hecho instantáneamente
olvidado. No es casual que las nueve jóvenes sean hijas de Zeus y de Mnemosine;
el nombre de esta última significa precisamente “memoria”.
Pero la Memoria en su doble acepción al recordar y ser recordada.
En periodos más recientes, para Milton la musa fue una “Celeste
protectora, que sin implorarla, me dicta mis versos no premeditados”; mientras
que para el poeta Shelley “en la creación, la mente es como un carbón
casi apagado y cualquier influencia invisible puede provocar un transitorio esplendor… las
partes conscientes de nuestra naturaleza no están en alerta para profetizar
sobre su origen”. Alucinaciones auditivas o musas inspiradoras, a partir
de la época homérica hasta nuestros días se han hecho paso
a paso más inquietantes, más descarnadas y atormentadas, arrolladas
por el conocimiento de la conciencia del ser humano moderno. Quizás porque,
como decía Jung, “los dioses en apariencia han desaparecido, pero
reaparecen en aquello que en nuestras vidas convulsas denominamos neurosis”.
Inserción en Imágenes: 29.04.06.
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