La magia de Juan Soriano
Jorge Alberto Manrique
manrique@servidor.unam.mx
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Tengo enfrente, en mi cubículo, un dibujo
a pluma de Juan Soriano: un muchacho desnudo. El dibujo es
de la colección del Instituto de Investigaciones Estéticas.
El trazo firme pero sutil, el contorno define el cuerpo,
pero al mismo tiempo le hace sentir algo etéreo. La
línea, del lado izquierdo, se debe a un solo impulso
desde el costillar hasta el tobillo; la pluma se siente segura
pero nerviosa. El trazo recorre desde la cadera, baja por
la nalga, más allá el muslo fuerte; la corva
apenas flexionada. Para mí esta línea
vale todo el dibujo. Después arranca en otro
perfil: el falo y los testículos en una maraña
de pelos.
El muchacho está parado pero no tieso; el pecho y
los hombros se enderezan, y por otra parte la segunda pierna
se oculta un poco. En el brazo derecho se apuntan los
vellos del sobaco, se ve un poco enclenque; el izquierdo
se ve, tal vez, demasiado fuerte, y ¿a quién
le interesa? En el pecho se insinúan las tetillas
y, al centro, el ombligo. El acento está en los pelos
de la cabeza, la axila y el pubis. No hay más que
esta línea mágica.
Juan Soriano no se ocupa de la realidad anatómica.
Lo que importaba era otra realidad, ésta sí es
esencial, como es, en este caso, la línea del dibujo.
***
Juan empezó a dibujar cuando era niño, incluso
a los 85 años, hasta que le alcanzó la vida,
el viernes 10 de febrero de 2006.
En los años cincuenta, cuando hacía niños
y ángeles robachicos, o en la obra abierta de los
cincuentas y sesentas con vueltas y revueltas en su trabajo,
en todo ello aparece ese rasgo esencial en su hacer. Por
eso es difícil hablar de su obra, porque la magia
no es fácil de aprehender: se le disfruta y se le
ama, como a este dibujo de 1976.
Coyoacán, febrero
de 2006.
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