Doble muro de Marta Palau:
los alcances perceptivo-político y
estéticos de la sencillez matérica; la
textura y la urdimbre abiertas
Elia Espinosa*
elia_espinosa@correo.unam.mx
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Podría no interesar, ni sorprender,
mucho menos emocionar, el que en este mundo actual de muerte
y desolación en que vivimos, sobre todo en lo político
y lo ecológico, una artista plástica que ha tejido
y esculpido confeccione una instalación con base en modestos
materiales y que ese trabajo elabore su universo a partir, paradójicamente,
del tremendo tema del racismo, la humillación, el desprecio
de quienes emigran, indocumentados o no, asesinados por la policía
fronteriza del país que los odia y la economía
oligárquica de su propio país...
¿Qué hacen en el espectador
catorce pares de ramas secas colocadas en dos hileras (o “doble
muro”) de siete cada una, unidas con hilos diversos y
otras fibras, y con travesañitos del mismo material simulando
los peldaños de “escaleras” imposibles, convexas,
por estar amarradas en sus extremos cual arcos encontrados,
vadeando la figura humana masculina de petate, plana como galleta,
con sombrero, reconocible a distancia, a pesar del desgaste
de sus bordes? ¿Qué puede esa “instalación” frente
a la fuerza de la problemática político-social,
moral, de los movimientos de los latinoamericanos que en el último
mes se han venido llevando a cabo en varios lugares del país
vecino del norte?.
Esa instalación de Marta Palau, que se exhibe en el recóndito “cubo” de
la Sala de Arte Público Siqueiros, en la colonia Polanco, propicia muchas
cosas en la percepción de la naturaleza, ahí transformada en un
dispositivo que presenta la idea y la evocación sensible de los hechos
y aspectos que remontan en diversas direcciones perceptivas y ético políticas.
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En la espaciosa sala, que da una inevitable sensación
de encierro, la instalación recibe a los espectadores
colocada en diagonal, con los pies del hombre-petate hacia la
puerta de entrada.
De pronto, no encontré los “muros” que
imaginaba (de mampostería ligera o un material por lo
menos no traslúcido o frágil), sino dos secuencias
en paralelo de aquellas ramas secas, largas y delgadas, cuya
altura rebasa la estatura media-alta de una persona. Y no se
diga del hombre de petate pisoteado al centro, que a pesar de
estar iluminado con precisión por un foco de alógeno
desde el techo, es sólo un fragmento lleno de polvo.
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Después de no comparar en términos de fuerte-débil
la sencillez de los materiales de la obra con la embestida moral
que es su tema original, y de mantener bajo llave los lugares
comunes iconográficos que llevo en mi acervo visual,
observo la asombrosa simplicidad de las “escaleras”,
recorro las texturas grisazulosas, verdosas u ocres de las cortezas,
su capacidad de guardar en una apariencia de sencillez total
una serie de nudos, y detalles a descubrir, con los que Marta
armó su instalación. Su ahorro de elementos exalta
la enorme capacidad técnico-sensible de la artista para fundamentar
las interrelaciones entre la materia y una revelación
aconteciente que pone en marcha, en la percepción
y las sensaciones del espectador, una especie de eco conceptual
del dolor y una hostilidad política, diría yo,
inseparables del entramado físico y de la organización
de valores de la pieza.
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Doble muro demuestra que en el arte,
la ética y la política no siempre se ejercen bajo
la forma de “concienciación” respecto de
un problema, sino como la traducción de la intensidad
de las temáticas a actos matérico-estéticos.
En el caso de Marta se trata de la recurrencia a la naturaleza
y su pluralidad flexible y textural. En Doble muro,
ella conjunta los elementos naturales en bruto con textiles
de estambre rojo bermellón e hilo azul turquesa o amarillo
brillante contrastantes con tejidos de hilos gruesos de lana
en mínimos fragmentos que recuerdan lo usado y luído
de las vestimentas que nos acompañan en el lapso de vivir
la vida; pareciera que la ropa o todo aquello que es vestimenta
en un camino de vida, toma nuevas direcciones según la
naturaleza de las circunstancias en que los usamos.
El mundo textil indígena sale al paso para colaborar
no en una denuncia sino en una rearticulación de elementos
que resignifican el espacio doloroso de la imposibilidad
ante el poder. Llegada a este punto, corroboro que esa sensibilidad
e instinto selváticos tan agudos que Marta, casi cual
maga o chamana, posee para sentir, jugar con y traducir hasta
el más mínimo aliento humano a la resignificación
sin principio ni fin que da a los materiales, le ha sido reforzada
por su recurrencia a la vida espiritual, mitológica
y material de algunas culturas indígenas de América,
así como por la economía de elementos y el potencial
expresivo de la pintura rupestre de Baja California. Marta
une tiempos históricos y naturales como une hilos y
los anuda en una permanencia que se fuga multiplicándose
en la sensibilidad y la emoción de quien los percibe.
Tal es su potencial sugerente.
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No cabe duda de que la cultura superficial posmoderna de
la imagen en la que vivimos, se inmiscuye en la vivencia y
valoración de esa obra de Palau y de su mundo que constantemente
echa mano de elementos naturales, la intuición de su
infinito de posibilidades texturales y la temperatura caliente
de de las manos transformadoras. Me refiero a ese lado de
la cultura contemporánea que pareciera no necesitar
de la creación de ningún discurso hablado o
escrito ante el imperio, temerario, al que las imágenes
han llegado, presentándose y explicándose a
sí mismas en una veloz superposición, como si
fuesen placas geológicas en el reacomodo previo, o
en el momento de un sismo.
La instalación Doble muro de Marta Palau,
así como otras de sus obras, vale por su poder para
acercarnos a la fuerza moral de un problema político
social tan fuerte como el de los emigrantes mexicanos y del
resto de América Latina ante al imperio resquebrajado
estadounidense y frente a la política inadecuada del
actual gobierno mexicano. Pero va más allá estéticamente,
logrando también una especie de llamado hacia nuestros
perdidos o, por lo menos, trastornados vínculos con
la naturaleza, ámbito infinito, tan devastado como
nosotros en un proceso de mutua demolición con ella.
Marta logra rehumanizarnos sin necesidad de bombos y platillos;
lo hace desde la sencillez compleja de fragmentos de madera
y algunas fibras resignificadas con su acostumbrado poder
de intimidad y emoción.
*Elia
Espinosa es investigadora del Instituto de Investigaciones
Estéticas de la UNAM. Su obra
más reciente es Jesús Helguera y su
pintura, una reflexión.
Inserción en Imágenes: 09.05.06.
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