Travesías
reales y virtuales del cuerpo humano
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
A Guillermina Bravo
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El arte de la danza constituye y expresa, como los deportes, la sabiduría
del cuerpo humano: los conocimientos que los humanos poseemos en torno
de él. En muchos eventos atestiguamos la “actualización” de
esta sabiduría. En los deportes, ante el programado incentivo que
propicia el instinto de competencia, el cuerpo humano hace funcionar una “inteligencia
otra” que se ha perfeccionado a través del entrenamiento,
una capacidad de competitividad y de enfrentamiento que ha civilizado
sus procesos y procedimientos a tal grado que ejerce un mayor atractivo
con respecto a otras, diversas y diversificadas maniobras del cuerpo en
que el instinto de competencia no ha sido “culturizado”.
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La búsqueda
de perfección y la especialización de los cuerpos se
aprecia también en una obra de danza, cualquier obra de danza
puesto que aun en las más populares o remotas o aparentemente
directas y elementales danzas de aborígenes o indígenas
los cuerpos han ido capacitándose para responder a los requerimientos
objetivos y subjetivos, a la carga de intensidades que señalan
la existencia de cada danza y, precisamente, cada etapa de la historia:
cada cultura, en cada época, establece cuáles son las
características de su cultura del cuerpo.
La verdadera
muestra de estructuras coreográficas en que se convierte
cada obra, cada encuentro o exhibición, cada evento dancístico
o deportivo revelan, entre otras muchas cosas, el grado de desenvolvimiento,
madurez y operatividad que en nuestra era han alcanzado tanto las actividades
dancísticas como las deportivas: records rotos, límites
superados, expresiones renovadas, biología incrustada en la electrónica
y abierta al cosmos, renovadas formas de superación y liderazgo,
afloración de propuestas individuales y colectivas.
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No importa de qué país
provengan, qué civilización expresen, qué cultura hagan
vibrar, la pericia de los bailarines y de los deportistas, de los integrantes
de las artes marciales se manifiesta de inmediato y con claridad en experiencias
y eventos que son simultáneamente “obras”, justas, espectáculos,
encuentros, ceremonias rituales y fiestas, muchas veces (ahora gracias a los
medios de comunicación) de alcances “de generalización” inmediatos
y universales. En cada experiencia descubrimos, como espectadores que cada cuerpo
contiene la historia de su desenvolvimiento, la estructura de su paso por el
tiempo, las pericias adquiridas, incluso sus orígenes y las etapas históricas
de su desenvolvimiento, ya sea por motivos de capacitación, ya sea por
causas relacionadas con asuntos de trabajo inmediato. (Recuérdese que
los procesos del trabajo físico de obreros, campesinos, empresarios, estudiantes,
cosmonautas, militares, mineros, etcétera, establecen o más bien
imponen movimientos únicos, funcionales para cumplir con los variados
cometidos.)
Estas reflexiones son válidas para cada individuo tanto como para una
comunidad, conglomerado o nacionalidad. Existe pues una cultura del cuerpo (las
técnicas) referida a los hábitos, las actitudes, los mitos y leyendas,
las formas de organización, los conocimientos técnicos y científicos
en torno al tipo de cuerpo de aquellos que se desempeñan en una danza,
en cada danza o en un deporte, en cada “hábito de movimiento” único
y concreto. Y en torno a los ejercicios y las disciplinas que esa cultura
del cuerpo contiene.
Como ha ocurrido en los
deportes, los géneros todos de la danza han desarrollado aptitudes propias.
Por ejemplo, los alcances físicos de Váslav Nijinsky y de Anna
Pávlova en aquellos escenarios de la primera mitad del siglo XX se hallan
superados por las grandes luminarias de la danza clásica posteriores a
ellos. Sin embargo, las capacidades de estos extraordinarios bailarines rusos
se desenvolvieron en ámbitos y territorios que superan tanto la obediencia
como, en seguida, el rompimiento de las reglas que los cuerpos humanos deben
acatar físicamente para, por ejemplo, sobreponerse a las leyes planetarias
de la gravedad. ¿Qué lograban, entonces, reunir o unir, desarrollar
y finalmente expresar los cuerpos de Pávlova y Nijinsky en los escenarios?:
vocación, características físicas notables y evidentes,
capacidad de aprendizaje, disciplina, incorporación a instituciones establecidas
y corroboradas en plenitud. Intensidades, densidades, manejo de impulsos naturales,
expresividad de los temas coreográficos, dominio pleno del preciado instrumento
del cuerpo, simultánea “narración” de historias y sucedidos,
superación y manejo voluntario de los instintos, construcción del
espacio aledaño a sus cuerpos, exposición de imágenes sucesivas
en cada caso, en cada obra. Fueron presencias originales, novedosas
y, sí, históricamente extraordinarias. Fueron personas
que “manejaban” su propio cuerpo de una manera que ninguna otra persona,
en la historia, lo ha “manejado”. Lo mostraron y lo demostraron.
Los buenos observadores
de los variados deportes y de las distintas danzas pueden descubrir que en ambas
actividades sobreviene el afán de competencia: superar (vencer) los límites
objetivos, los logros, las ventajas que han alcanzado los congéneres,
los colegas, los compañeros, incluso aquellos de la misma generación
o de generaciones anteriores. En el arte y en el deporte las competencias resultan
válidas y deseables: cultura: instinto superado. Nada sino sorpresa o
reconocimiento podemos detectar o producir ante las secuencias notables del Pentapichichi o
Maradona en sus momentos estelares. Los resultados, en cada caso, han quedado
registrados; por ello son “historia”. Pero la diferencia de los elementos
que “entran en juego” entre este tipo de competencias y la danza
son evidentes para los deportistas y para los artistas de la danza. En el primer
caso, la razón de ser de cada deporte es, precisamente, que los jugadores
entren en competencia y “superen las marcas” en buena lid, afortunadamente
reglamentadas social e históricamente para cada contienda. (Decimos “afortunadamente” porque
todo instinto desatado, incontrolado, sin reglas conductoras, desemboca en la
muerte: obsérvense las guerras a través de la historia.)
En las artes también
están establecidas ciertas reglas de competencia que asimismo podemos
clasificar como civilizadas y que han trascendido silenciosa y a veces
secretamente las etapas históricas de cada acción o experiencia
artística: leyes referidas al enorme caudal de imágenes, intensidades,
formas, técnicas, esfuerzos, expresividad, lenguajes, tipos de creatividad
y de relatos y demás situaciones y elementos que “entran en juego” para
forjar la historia del ser humano sobre el planeta, para “medir” su
ingenio, precisamente para que cada espectador, cada lector, cada observador,
cada “asistente cómplice” detecte en el arte el conocimiento
de su naturaleza y evolución, su historia personal y colectiva,
su “entrada en conocimiento” de situaciones y experiencias.
Pero tanto
de los deportes como de las danzas nos atrae otra cualidad: la inmediatez y la
vitalidad que significan sus acciones. Ante una realidad que cada día,
cada hora se hace más inasible, más elusiva, más inalcanzable
en lo directo, más tecnológica y virtual, más abstracta
y simbólica, las danzas y los deportes nos remiten constantemente a presencias
y a cuerpos humanos, directamente proporcionales a sus características
biológicas y físicas inmediatas. Y a sus irradiaciones. Sus “materias
primas” son, sin duda, los cuerpos humanos “contantes y sonantes”:
son ejercicios que ante nuestra vista desatan y desenvuelven nuestros émulos,
nuestras prolongaciones en vida, nuestros yo-tú-ellos, cabalmente, nuestros semejantes.
Ciertamente, los cuerpos
de bailarines y deportistas saben y hacen más que los
nuestros: seres comunes y corrientes. En verdad, son más sabios que nosotros;
más aptos y contundentes. Sin embargo, no cabe duda de que nos atraen
por lo que de nosotros, de nuestra cultura, de nuestras posibilidades y nuestro
futuro expresan. Son nuestros maestros porque en ellos observamos, asimilamos
el pasado y el porvenir de nuestros cuerpos, de nosotros mismos, de nuestros
seres queridos y de nuestra cultura. Nos lo muestran directamente. Pero también
porque implícitamente nos indican que los seres humanos desean trascender
como seres humanos, en carne y hueso, a las vicisitudes de una civilización
incontrolada y autodestructiva que se ha mostrado inepta e incapaz en este siglo
XXI. Estos cuerpos sabios y ágiles y “trascendentes” (y aún
así históricos) expresan, muestran aun “literalmente” una
sabiduría extraordinaria que nosotros captamos directa e indirectamente,
dentro del regocijo de sabernos, como ellos, humanos, plenamente humanos.
Inserción en Imágenes: 10.12.09
Foto de portal: Valentina Koslova y Denys Janyo en Carmen. Festival
Internacional Cervantino, 1982.
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