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La
muerte burlada: Nacho López,
Carmen Caballero y la presencia de la imaginación
Maricela González
Cruz Manjarrez*
mgcm2@hotmail.com
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El
encuentro de Carmen Caballero Sevilla, legítima representante
de las manifestaciones populares del país con el maestro Nacho López,
fotógrafo fundamental en la cultura mexicana, tan multifacético
como crítico y profundo, se produjo en dos ocasiones:
la primera en 1955 y la segunda muchos años después.
De esta reunión surgen dos series fotográficas
en las cuales se advierten tres bloques temáticos: los
retratos de la cartonera, su proceso de trabajo para reparar
y arreglar sus creaciones y, finalmente, aparecen como motivos
fotográficos los judas, las calacas, las calaveras y otras
formas fantásticas surgidas de la creatividad personal
de la artesana, sustentadas en la imaginería popular.
Ignacio
López Bocanegra, mejor conocido como Nacho López
(1923-1986) captó a Carmen Caballero en la casa-estudio
de Diego Rivera y Frida Kahlo, ubicada en Altavista (San Ángel),
en la Casa Azul de Coyoacán y en la Casa del Anáhuac
o Anahuacalli, sitios donde aún permanecen los
judas y las figuras de cartón como testigos silenciosos
del devenir histórico. Las series revelan dos facetas
del nacionalismo y dos enfoques distintos del fotógrafo
respecto de Carmen Caballero. La primera serie corresponde a
una época de esplendor de la artesana, cuando su trabajo
fue reconocido por Diego Rivera y otros artistas. Nacho López
la retrata en plena madurez y en pleno dominio de su oficio.
La segunda, en cambio, ejecutada con la distancia de más
de una década, muestra la mirada solidaria del fotógrafo
que destaca la dignidad de Carmen Caballero, cuando la humilde
artista popular vivía casi en una situación de
marginalidad.
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En
la primera serie las imágenes son independientes unas
de otras. En ellas se confiere prioridad a la propuesta estética.
El reconocimiento a Carmen Caballero se realiza a través
de excelentes retratos, algunos de los cuales demuestran la mirada
vanguardista de Nacho López con en el libre manejo
de la perspectiva, con encuadres dinámicos, en algunos
de los cuales recurre a la fragmentación del sujeto, o
bien, confronta el rostro de Carmen Caballero con la cara de
los judas. En otros casos, la presencia indirecta de la artesana
se manifiesta a través de sus creaciones, al destacar
la plasticidad de las figuras con una búsqueda sintética,
formal y compositiva que desarrolla múltiples posibilidades
expresivas de la fotografía: aparece como único
motivo el esqueleto o el armazón de las calaveras y las
calacas, las capta en rítmica y sorprendente asociación
con texturas y formas diversas, junto a sábanas blancas
en tendederos de ropa, contrastando con techos de marcadas texturas,
con amplios ventanales o alternando con figuras prehispánicas.
Los judas, calaveras y calacas (desnudos y vestidos) son valorados
en la pureza de sus formas, en su ingenuidad y en el despliegue
de imaginación que despiertan. En otras fotos, las creaciones
de Carmen Caballero invaden el espacio arquitectónico
o participan en juegos lumínicos donde las altas luces
y las sombras crean contrastes y atmósferas que Nacho López
introduce para crear asociaciones entre la vida y la muerte.
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En
algunas fotografías se advierte la participación
de Nacho López en la escena. En una imagen descubrimos
parte de su rostro en el momento en que dispara la cámara; éste
asoma reflejado en un pequeño espejo colocado sobre una
pared donde están colgados una calaca de la artesana y
un cuadro que representa dos manos que lanzan al vuelo a una
paloma, símbolo de la paz. Pero es en las imágenes
donde experimenta con formas, luces y actitudes culturales ante
la muerte, donde su propia representación resulta significativa:
la sombra del rostro y de la mano del fotógrafo aparece
con los dedos abiertos, su presencia es sutil y está asociada
a una calavera expuesta al sol, delimitada por una sombra mayor,
que crea efectos geométricos; el juego va más allá del
contraste tonal y de la oposición de valores, ya que su
interés por las tradiciones populares y su sentido del
humor se refuerzan si consideramos que su cara y la sombra de
su mano funcionan como una manera de involucrarse Nacho López
y meterse dentro de la imagen, en una especie de diálogo
con la muerte. Al relacionar la foto con lo que escribió en
el sobre del negativo, lo anterior queda claro: “Serie:
la muerte es una fiesta. Calavera al fondo del pozo con sombra
haciendo burla.”
López nos dejó valiosas imágenes inscritas
en el ámbito del fotoensayo y del fotoperiodismo. Esta primera
serie de fotografías relacionadas con Carmen Caballero es
más amplia: son 48 fotos, fechadas en mayo de 1955 (INAH,
Fototeca Nacional de Pachuca) y corresponden al mismo año
en que Nacho López expuso de manera individual
en el Salón de la Plástica Mexicana en noviembre
(Acervo Documental y Artístico Nacho López.
Familia López Binnqüist).
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Nacho López
fue consciente de la significación de la imagen y de
la necesidad de comunicar una visión clara y penetrante
del país, de sus contrastes y valores sociales, como
se advierte en el archivo que dejó, integrado por 33
mil piezas resguardadas desde 1986 en la Fototeca Nacional de
Pachuca. En sus escritos, además, reflexiona con gran
lucidez sobre la función de la fotografía y, concretamente,
sobre su sentido en países como México, rico en
culturas y tradiciones pero sometido a las contradicciones del
subdesarrollo y el dominio imperialista. Es en este contexto
en el cual se inscriben las 126 fotografías de las dos
series fotográficas de Carmen Caballero y el marco que
explica por qué Nacho López se deleita
al recrear los judas, las calaveras, los rostros y las figuras
de cartón que ella produjo. Finalmente, también
es el entramado que define por qué gusta de vincular
las posibilidades plásticas de la artesanía con
la fotografía y cómo se complace al otorgarles
un sentido social como productos culturales.
Interacciones y miradas: Carmen Caballero
y Nacho López
Nacho López cultivó diversos géneros
e incursionó en varias tendencias fotográficas,
manteniendo siempre un riguroso nivel artístico y técnico.
De manera coherente con su convicción nacionalista de izquierda,
simpatizó con los grupos populares y se expresó dentro
de un realismo versátil, alejado del estereotipo, del documentalismo
moralista o de los montajes efectistas. Propuso a través
de las imágenes una recuperación de la identidad
del mexicano desde su complejidad y sus contradicciones. Desarrolló sus
propuestas fotográficas en revistas ilustradas como Mañana,
Hoy, Siempre! En ellas realizó sus planteamientos
personales en forma de fotorreportajes y fotoensayos originales
y valiosos, que abordan diversas expresiones sociales del México
contemporáneo. Sus trabajos han sido un ejemplo a seguir
para los fotoperiodistas, en especial para quienes estuvieron
activos en las décadas de los años setenta y ochenta.
Algunos de ellos incluso fueron alumnos del fotógrafo en
Xalapa y en la Ciudad de México.
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En
la segunda serie de fotografías de Carmen Caballero es
patente la desenvoltura de la artesana. En esta serie las poses
son menos evidentes. El atavío de Carmen Caballero, al
igual que en la serie de 1955, es impecable: porta un sencillo
delantal y lleva recogido el cabello, pero en esta segunda sesión
fotográfica ya se advierte su encanecimiento, así como
su fragilidad y el peso de los años.
Si en la primera serie quedó demostrada la habilidad del
fotógrafo para articular los elementos de las escenas y
para revelar relaciones formales y lumínicas a través
de los objetos, en este segundo grupo de fotografías se
advierte su capacidad para relacionar las imágenes entre
sí, al plantearlas como un conjunto, para introducir una
propuesta visual cuya intención es la de dignificar al
pueblo mexicano a través del reconocimiento de Carmen Caballero.
El tema central de esta serie es el proceso de trabajo de la artesana;
por eso, la secuencia adquiere una importancia primordial y los
diversos momentos cobran sentido al integrarlos en una unidad,
donde hay que recalcar el discurso en imágenes de Nacho López,
que si bien en este caso no es una puesta en escena ni un fotoensayo,
sí nos remite a la temporalidad y nos recuerda su interés
por la cinematografía (a la que se dedica aún más
de 1967 a 1972).
Las fotografías de esta serie ponen en evidencia la interrelación
entre Nacho López y Carmen Caballero como sujetos
activos, determinados a ocupar el sitio que les corresponde en
el encuentro fotográfico. La presencia de ambos, sin embargo,
es discreta. Nacho López no introduce referencia
alguna (directa o indirecta) a su persona. Por su parte, Carmen
Caballero destaca por su pequeña estatura, la cual impresiona
cuando está colocada frente a las figuras. Los judas y
las calaveras de cartón de gran tamaño que aparecen
junto a ella acentúan los contrastes visuales donde las
relaciones y las oposiciones entre creadora y creaciones se hacen
evidentes. La menuda figura de la artesana también es remarcada
por la fragilidad corporal propia de su avanzada edad. En los
encuadres abiertos, los judas simulan aplastarla; en otras composiciones,
la artesana es rodeada por las figuras que parecen incorporarla
a un mundo fantástico; en los acercamientos es patente
la dedicación amorosa y la seguridad con que la artesana
restaura sus figuras.
Seguramente Nacho López buscó mostrar a
una endeble y a la vez poderosa Carmen Caballero, quien décadas
atrás fue capaz de producir esas monumentales creaciones
de gran dimensión estética y de una auténtica
significación popular y quien, años después,
conserva la modestia y la honestidad de mucha gente del pueblo.
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La mirada del fotógrafo es tierna y atenta. Su ojo sensible
registra con paciencia el proceso de trabajo de esta artista innata
quien, una y otra vez, aparece retocando, pegando, armando y arreglando
con gran esmero a los judas y a las calaveras. El fotógrafo
no interfiere ni violenta la actitud de la cartonera, no impone
poses forzadas, no construye escenografías ni crea atmósferas.
Carmen Caballero pocas veces voltea hacia la cámara; sólo
posa en contadas ocasiones pero en estas fotos, a diferencia de
la primera serie, cuando mira hacia el fotógrafo, sonríe
espontánea o tiene un gesto amable, lo que nos demuestra
el vínculo afectivo establecido entre ambos.
El proceso de trabajo entre el fotógrafo y la artesana
es simultáneo. Ellos dialogan de manera implícita
y paralelamente ejecutan su labor. Por eso queda claro que la
complicidad y la conciencia están presentes en estas imágenes,
donde ambos se acoplan e identifican más por su simpatía
y por su trato cordial que por el papel que representan en el ámbito
cultural. Nacho López siempre fue respetuoso
con los sujetos fotografiados. Incluso llegó a afirmar
que el verdadero testimonio es el que residía
en los personajes y en sus vivencias y que los datos visuales
que ellos aportan son más valiosos que la imagen fotográfica
como tal, en su pretensión de testimoniar la realidad.
Por eso su amigo, el fotógrafo venezolano Paolo Gasparini,
reconoce el valor de la actitud de Nacho López
de asumir la fotografía como un oficio, como una necesidad;
rescata la importancia de su postura al considerar que el ojo
de la honestidad es la única mirada posible. (1)
Inserción en Imágenes: 29.06.09
Foto
de portal: Calacas en tendederos junto a sábanas.
Foto: Copyright. Conaculta. INAH. Sinafo-Fototeca Nacional.
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