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La rebelión de las formas. Giselle
sí es él en la Covarrubias
Alberto Dallal
dallal@servidor.unam.mx
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El arte escenográfico y las secuencias coreográficas
se enfrentan, imponen, someten, batallan, manipulan desde
el principio y finalmente ofrecen las soluciones espaciales
plenas del arte de la danza en Giselle sí es él.
La obra, recién estrenada en la Sala Covarrubias,
apuesta por la transformación y la utilización
de los rincones, los espacios, los entresijos del escenario
para crear, a partir de la clásica Giselle,
una nueva obra que, a la luz de la indispensable rebelión
técnica y formal de la danza mexicana actual, desplace
hacia el ámbito de la creatividad la energía
de tantos jóvenes bailarines y coreógrafos
que desean expresarse y participar. Pero Giselle sí es él no
es una mera interpretación de la obra original (ya ésta
entonces vendría a convertirse en una meritoria faena)
sino la exacta aplicación argumental y dramática,
la imaginativa narración de hechos que sobrevienen
durante el supuesto ensayo de la auténtica Giselle:
fervientes escenas de los escarceos y amoríos “entre
telones” (Alberto Pérez, Ruby Tagle, Carlos
Martínez), los celos profesionales (Virginia Amarilla,
Eleno Guzmán, Daniel Delgadillo), los ires y venires
de bailarines púberes y sorprendidos (Dora Quintanilla,
Julio Landa) y finalmente el reconocimiento –muy mexicano,
por cierto– de la perenne búsqueda o, más
bien, persecución angustiosa del “amor sublime”,
del “amor verdadero”, del amor trascendente y
puro, tema base de la Giselle clásica (Alejandra
González Anaya).
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La obra se adereza consecuente, sucesiva y geométricamente, con
alardes en el tratamiento del espacio y de los cuerpos y en escenas bien estructuradas.
Nos hacen los bailarines y las situaciones contemplar el escenario al revés,
al derecho, por arriba, a la mitad del telón (interjuego
de planos y niveles: bailan los enseres); nos ofrecen un Giselle-Pepe el Toro a
partir de armaduras metálicas, de piernas, estructuras, rincones, espacios
cambiantes que parecen indicar los juegos y rumbos de las almas amorosas en pena
(futuras wilis) que se deslizan, promueven, entrelazan,
besan, se fajan en todos los espacios del foro, en una danza
de sugerentes y liberadas posiciones. (¿La vida real, preámbulo de la fantasía?) Las danzas son
las andanzas del alma amorosa o del cuerpo cachondo: ¿un
destino?
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Los movimientos de los cuerpos no remedan sino que
van convirtiendo a aquellas evoluciones precisas y rígidas de la técnica clásica
en un distorsionado enjambre de movimientos cotidianos (a veces ejercicios ensayísticos
que todos los bailarines profesionales espetan al que se
halle junto, casi de manera instintiva, en todo momento:
estiramientos, descomposiciones, contracciones, conjugaciones
y desconcentraciones musculares) que hacen desembocar al
segundo acto (tras los consabidos accidentes de la trama)
en un alarde imaginativo de movimientos (¿anti-clásicos, posmodernos, cómo calificarlos
si los cuerpos y las técnicas de la danza del siglo XXI son más
elásticos, desacalambrados y sugerentes que los del XX?) que propician,
junto con enseres y mamparas, una compacta danza de conjunto, una manipulación
coral (con los protagonistas al centro, a veces “en eje”)
que cierra el ciclo (propicia el desenlace del argumento,
sí, como en la
clásica Giselle) y nos hace sentir (nos hacen sentir los bailarines
y sus espacios) estar viendo y atestiguando una
danza que nos ubica en una realidad real, mexicana, actual,
profesional hasta con visos sociales (él, Giselle, Luis Rosales, es un tramoyista con instrumentos de trabajo
en las bolsas del pantalón de mezclilla) y con fantasías erótico-musicales.
Alicia Sánchez (coreógrafa) y Jorge Ballina (escenógrafo,
diseñador) han dirigido a un compacto y trabajador conjunto de bailarines
con la intervención de funcionales diseños de vestuario de Eloise
Kazan, la perfectamente librada entremezcla técnica de la bellísima
música de Adolphe Adam, la impresionante música expresamente arreglada
(para el segundo acto) por Marcelo Gaete y el trabajo arduo del equipo técnico
de la Sala Covarrubias que hace al espectador ver bailar alambres, mamparas,
cables, tablas y, sí, también bailarines contorsionistas en el
espacio. Un perfecto rectángulo multicolor que se estrecha y se amplía
ante nuestros ojos. Sublimados conceptos de danza y escenografía. Renovación
total del repertorio interior y exterior (mental y corporal),
lo cual deviene sano ejercicio creativo para la danza mexicana.
Inserción en Imágenes: 10.02.06.
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