|
 |
 |
Jaime García Terrés
Alberto Dallal
dallal@servidor.unam.mx
 |
Cuando analizamos los contenidos de las principales publicaciones
culturales de los primeros años cincuentas, a saber,
la revista Universidad de México, el suplemento México
en la cultura, la revista Cuadernos americanos y
la revista de la Universidad Veracruzana La palabra y
el hombre, nos percatamos de los parámetros organizativos
y de contenido en los que se movía la difusión
cultural de aquellos momentos. Seguían siendo la literatura,
en sus aspectos creativo y ensayístico, y la poesía,
los paradigmas de la expresión cultural de aquel momento
histórico. Todos los escritores, poetas e intelectuales
del momento intercalaban sus colaboraciones escritas en esas
publicaciones que ya no respondían directamente a
las características estrictamente literarias de las
espléndidas publicaciones, precisamente literarias,
que caracterizaron a la primera mitad del siglo XX: El
hijo pródigo, Alcancía, Contemporáneos,
etcétera. Se percibían, ya por entonces, las
nuevas demandas de una clase media ilustrada que ampliaba
sus miras de conocimiento hacia la historia, la sociología,
la filosofía, la política, en dirección
de la crítica de arte especializada y en busca de
las vanguardias artísticas que eran ya una realidad
en otros países. La avasallante y magnífica
cultura de la revolución mexicana daba de sí,
repetía sus modelos, imprimía rutas y cánones.
Requeríamos apertura.
Jaime García Terrés percibe mejor que nadie esta necesidad de cambio.
Lo descubrimos en la dirección y orientación que consigue en la
revista Universidad de México. Conocimos allí no sólo
los adelantos de Pedro Páramo, “Los murmullos”, sino
también los ensayos políticos, actualizados e informados, de los
integrantes del grupo Espectador, las nuevas interpretaciones de la historia
de México, los señalamientos, siempre polémicos, de Edmundo
O´Gorman y Octavio Paz, las nuevas sensaciones y percepciones de los escritores
literatos y poetas mexicanos. García Terrés ampliaba las miras
culturales y dejaba colar ya las especificaciones abiertas y críticas
hacia un régimen político que, si bien guardó siempre respeto
cuidadoso en torno de la clase ilustrada, se sostenía siempre en una estructura
autoritaria que va a sentir su primer enfrentamiento fuerte y abierto, años
después, precisamente en el Movimiento de 68: voces netamente universitarias.
Esta percepción abierta de la cultura y de la historia del país
estuvo acompañada, en Jaime García Terrés, por dos cualidades
primordiales: 1. La mesura y la discreción organizativas y 2. El reconocimiento
de la creatividad de los artistas y de los promotores. Durante su gestión
la UNAM se convirtió prácticamente en el modelo de las vanguardias
culturales y artísticas gracias a ese concepto amplio y generoso que de
la “difusión de la cultura” tuvo y mantuvo siempre García
Terrés en todos los puestos que ocupó. Propiciador de enormes momentos
de la cultura y el arte (Poesía en Voz Alta, Radio UNAM, Voz Viva de México,
la divulgación de la música sinfónica, el periodismo cultural
actualizado, el movimiento de cine-clubes, el teatro estudiantil, la revista
científica, las artes plásticas de apertura, etcétera) permitió que
las corrientes avanzaran con sus propias peculiaridades, con sus propios gestores,
organizadores y protagonistas. Si no se hubiera brindado este silencioso apoyo,
muchas de las voces y obras que hoy consideramos patrimonio de México,
habrían estado obligadas a dar un rodeo, a dilatar sus afluencias, tal
vez, en algunos casos, no existirían. Hacen falta, en la actual organización
de la cultura institucional y nacional estas actitudes no protagónicas,
este “dejar hacer” a los auténticos generadores de las artes
y de la cultura palpable, evidente de México.
Asimismo, García Terrés percibió de manera notable la experiencia
y el apoyo que implica ese paso arduo, difícil (en las artes, la literatura
y la divulgación cultural), de la experimentación a la profesionalidad.
Entendió que no siempre hay “escuelas” para el desarrollo
pleno de la creatividad y que, en algunos casos, resulta el ámbito académico
un freno para la plena y libre expresividad. Por ejemplo, todos los que conformamos
la Redacción de la revista Universidad de México en aquella época éramos
escritores independientes y autodidactas.
Como organizador, García Terrés sentó las bases para que
la difusión de la cultura, a través de la UNAM, no escatimara esfuerzos
para encauzar, en el sentido de la amplitud de miras, de un estructurado desarrollo,
lo que hoy es la amplísima gama de actividades culturales a las que se
les fueron agregando, ya sin García Terrés, edificios, instalaciones,
espacios, personajes, corrientes, tecnologías, escuelas, proyectos y realizaciones.
Iniciador de núcleos autogestivos, concibió y echó a andar
la Casa del Lago como un puntal de las actividades modernizadoras de la cultura,
en plena Ciudad de México. Las actividades que allí se llevaban
a cabo estaban impregnadas de novedades para el gran público, llamaban
su atención hacia lo lúdico pero siempre se completaban con ciclos
de conferencias divulgadoras e incluso con el teatro, experimental en su sentido
más profundo y amplio, así como con los recitales que los propios
protagonistas del arte mexicano realizaban ante los ojos y oídos sorprendidos
de un nuevo público para las artes y para la cultura. Para García
Terrés las actividades culturales no podían carecer de dinamismo,
frescura y sabiduría del hacer.
La auténtica revolución cultural que implicaron los movimientos
sociales y políticos durante los sesentas, en todo el mundo, nos transformaron
a varias generaciones de profesionales de la cultura y de espectadores. La explosión
demográfica y de ideas y obras que implicó el Movimiento de 68
en México, precisamente en la UNAM, no habría adquirido la aceleración
firme, observada a partir de 1965, año en que García Terrés
viaja a Grecia como embajador, si no hubieran estado bien cimentadas sus políticas
culturales, sus concepciones en torno al hacer artístico y cultural, si
no hubiesen participado, en ese preciso momento, en vivo, las estructuras fundadas
por Jaime García Terrés. Y aunque existe una dinámica natural
de inclusión de nuevas ideas, de conceptos, técnicas, procesos,
que deben adherirse a lo ya existente (diría yo, por fortuna), la vigencia
de esos momentos periodísticos, culturales, creativos de la época
de Jaime García Terrés nos hacen ver a Radio UNAM como un venero
de voces para la historia, a Poesía en Voz Alta como la mejor y más
notable apertura del teatro mexicano en el siglo XX, la revista Universidad
de México como lección viva de periodismo cultural, la elaboración
de carteles de promoción como medio creativo de investigación pictórica,
la diversificación profesional de las voces poéticas y literarias
como una nueva necesidad, la visión de los medios de comunicación
como productos de la más alta cultura, la inclusión de las “puntas
de lanza” de la música, el cine, la crítica, la danza y otros ámbitos
y voces como una vocación y un destino ineludibles para la Universidad
Nacional Autónoma de México.
Inserción en Imágenes: 12.05.06.
|
 |