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Las imágenes de la Catedral
de Saltillo
Patricia
Díaz Cayeros
patriciadiazc@hotmail.com
Clara Bargellini, La
Catedral de Saltillo y sus imágenes, Instituto
de Investigaciones Estéticas, Gobierno del Estado
de Coahuila, Instituto Coahuilense de Cultura, Universidad
Autónoma de Coahuila, 2005, 100 ils. (95 c., 5
b/n), 171 pp.
La ciencia busca explicar un acontecimiento individual
haciendo referencia a una ley general de la naturaleza. En
las humanidades, en cambio, diría Ernst Gombrich,
somos menos afortunados, pues la complejidad de los fenómenos
que estudiamos no puede reducirse a este tipo de referencias
universales. Aún así, Gombrich, al igual que
el científico de la ciencia Karl Popper, estaba convencido
de que la diferencia entre la historia y la ciencia no se
hallaba en las explicaciones sino tan sólo en la dirección
hacia la cual se dirigen nuestros intereses. Es decir, los
humanistas estamos menos interesados en responder preguntas
tan generales como “por qué los cuerpos caen” y,
en cambio, nos preocupamos por explicar casos individuales,
acontecimientos particulares como el resultado de una batalla,
la expansión de un estilo o –como el tema que
ahora nos ocupa- el porqué de la selección
formal e iconográfica de la catedral de Saltillo y
de sus imágenes1 .
En el libro que reseño, Clara Bargellini ofrece varias respuestas
a este cuestionamiento científico pero no sin antes invertir un espacio
considerable a la descripción, identificación, atribución
o catalogación de las obras artísticas bajo estudio. Con esta
primera aproximación, la autora no sólo se inserta en el cauce
principal de la disciplina de historia del arte sino que muestra su amplio
conocimiento del norte de México, al establecer comparaciones formales
que le permiten proporcionar una lectura más profunda de los documentos.
A través del tipo de trabajo filológico que ha caracterizado
a los “conocedores” de arte y que ha permitido ordenar sistemáticamente,
y en este sentido también científicamente, la producción
artística a partir de una observación detallada y del empleo
de documentación o de la llamada “literatura artística”,
la autora compara el patrimonio de Saltillo con el de Zacatecas, Chihuahua,
San Luis Potosí, Sombrerete o Durango, abriendo una veta importante
de investigación que, como ella misma afirma, a la larga permitirá mostrar
si sus conclusiones remiten a “usanzas, a tradiciones o a programas”.
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Este ejercicio clasificador que durante el siglo
XIX permitió la fundación de museos y la aparición
de los primeros centros de enseñanza de la historia
del arte en Europa, es todavía un antecedente indispensable
para la mayor parte de los estudios de arte virreinal en
nuestro país (y dicho sea de paso, es también
un ejercicio que permite frenar el robo de arte en México).
Sin embargo, como mencioné al principio, la autora
se ha propuesto un plan aún más ambicioso al
intentar no sólo describir sino explicar sus hallazgos
histórico-artísticos dentro de varios contextos
precisos: “el estudio de las imágenes en Saltillo
durante el periodo de dominio español puede decirnos
mucho de aquella sociedad en particular, y contribuir a tener
una visión mas compleja de lo que era la vida local
de esa época (…); lo que ha sucedido con estos
objetos desde entonces, y cómo se utilizan estas imágenes
hoy en día son sugerencias para examinar los tiempos
más recientes (…); estos conocimientos comparados
con los que tenemos de otros lugares, amplían nuestra
comprensión tanto del uso de imágenes en la
localidad, como en un ámbito más extendido”.
Siguiendo estas múltiples coordenadas, la autora incursiona
en los temas de la devoción y el coleccionismo y relaciona
las imágenes con la consolidación del control
que el clero secular ejerció en los asuntos religiosos
en la segunda mitad del siglo XVIII. Por ejemplo, la apropiación
de un culto de ámbito familiar a través del
establecimiento de la cofradía del santo Cristo o
el reemplazo de la devoción de la Virgen del Rosario
por el culto a San José a principios del siglo XIX.
De hecho, este fenómeno que en Saltillo se inició en
1780 con el crecimiento al culto de san José ya había
sido detectado por la autora en Chihuahua hacia 1760.
En su libro, Clara Bargellini expresa el deseo de relacionar
la construcción de la parroquia de Saltillo con los
retablos, con las imágenes y con la documentación
encontrada. Le parece que las imágenes se entretejen
con la arquitectura cuando son analizadas a partir de su
función. Pero, ¿qué significa esto?
La investigación realizada muestra cómo las
obras fueron creadas para lugares y usos específicos
de modo que plantea que resulta tan importante explicar una
obra a partir de sus atributos iconográficos como
a partir de su ubicación y su relación espacial
con otras manifestaciones artísticas pues, a decir
de la autora, todo ello es resultado de un pensamiento consistente
que tuvo lugar durante el siglo XVIII y no de la mera casualidad.
Propone, por ejemplo, que al igual que en Zacatecas o Tepotzotlan,
el retablo mayor de la catedral de Saltillo muy bien podría
de nuevo caracterizarse por repetir la iconografía
de la portada. Por ello, ofrece una lectura de las desaparecidas
imágenes de la fachada de la catedral a partir de
la iconografía del retablo principal que, habiendo
desaparecido, se rescata de una fotografía tomada
hacia 1860. Dentro de este mismo aspecto teórico-metodológico,
es importante reparar en su concepto de estilo, pues lejos
de tener una mirada formalista ahistórica que aísla
el acontecer artístico y le da vida propia, Bargellini
encuentra que las características formales han de
estar asociadas con funciones y significados precisos. Así,
no sólo le resulta importante, por ejemplo, cuestionar
el mito creado alrededor del origen español del Santo
Cristo de la catedral de Saltillo sino explicar su pervivencia
y mostrar que fue a raíz de esa imagen que se desarrolló la
arquitectura de la parroquia que la albergó. La autora
coincide con el especialista en escultura ligera Andrés
Estrada Jasso en que el milagroso Crucificado de Saltillo
es de factura mexicana y que se ha empleado caña de
maíz para su realización. Pero al entrar en
las explicaciones, va más lejos que dicho autor y
muestra que la negación de su factura indígena
podría responder a una actitud consciente que ha de
entenderse dentro del contexto de los conflictos entre la
villa hispana de Santiago de Saltillo y la tlaxcalteca de
san Esteban durante el siglo XVIII. Así, con la pulcritud
crítica que caracteriza su a revisión historiográfica,
la autora limpia el terreno antes de construir y recuerda
que es tan importante la eliminación de explicaciones
equivocadas o el rechazo de falsedades como la búsqueda
de una mejor teoría2.
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La idea de que una obra puede tener múltiples
lecturas a lo largo de la historia no forzosamente va en
detrimento de su especificidad en un momento preciso. Así,
en el libro ha preferido emplear el termino de “catedral” en
la portada a pesar de que a todo lo largo de la obra se analiza
cuidadosamente el desarrollo de una iglesia parroquial que
estuvo bajo jurisdicción del obispado de Guadalajara
hasta fines de 1777, en que se estableció la diócesis
de Linares. Este adjetivo sustantivado, que describe la función
o categoría de sede episcopal de una iglesia, en realidad
fue otorgado a partir de 1891 (a pesar de los esfuerzos que
a finales del siglo XVIII se hicieron en Saltillo para atraer
la cátedra que terminó por asentarse primero
en Linares y después en Monterrey).
Finalmente, quisiera detenerme también en la selección
del término imagen que también porta el libro.
Como mencioné con anterioridad, la autora se interesa
en explicar la interacción entre la arquitectura y
las imágenes de Saltillo. Si bien el libro abarca
la pintura, la escultura y las artes suntuarias además
de la arquitectura, llama a atención que se hayan
eludido estas palabras y preferido el término de origen
latino de “imagen” para referirse fundamentalmente
a la pintura y a la escultura. Es decir, en lugar de emplear
categorías artísticas, la autora se inclinó por
un término que alude a la producción simbólica
del ser humano y que puede emplearse tanto para la producción
de metáforas en el lenguaje como a una imagen material.
No ha de pensarse que esto es una consecuencia de los tiempos
modernos. En todo caso, quizá sea un reflejo de la
formación que la autora tuvo como medievalista, es
decir, parafraseando al bizantinista Hans Belting, de su
formación en el estudio de imágenes producidas
antes de la “Era del Arte”3.Resulta
banal decir que hoy vivimos en una civilización de
la imagen, diría el historiador Jean Claude Schmitt,
pues esto olvida que la cultura occidental por su vínculo
con las civilizaciones antiguas y con el cristianismo medieval
y su atracción por la representación antropomorfa
desde hace mucho tiempo, colocó a las imágenes
en el centro de su modo de pensar. De modo que lo único
moderno es el contexto, las técnicas de registro o
la transmisión de imágenes pero no el sentido
mismo de la imagen que define como la representación
visible de una cosa o de un ser real o imaginario así como
una producción inmaterial, como lo es una imagen mental4.
Sin embargo, para el historiador del arte alemán Hans
Belting, la palabra imagen dice tan poco como el término “arte” y
por ello en su obra clásica Likeness and Presence se
ve en la necesidad de precisar su interés específico
en imágenes sagradas de personas. En este mismo sentido,
Clara Bargellini define bien su corpus de imágenes
y tiene la sensibilidad de destacar la presencia casi exclusiva
de representaciones icónicas en Saltillo, figuras
solas que, con la excepción de algunas pocas, no construyen
una narración pero sí están abiertas
a múltiples interpretaciones. Sirva de ejemplo la
imagen de Santiago que en Saltillo no aparece con la tradicional
iconografía violenta de conquista. Esto no significa,
advierte la autora, que esta realidad no hubiera existido
en Saltillo sino que quizás revele una contradicción
a través del potencial polivalente de la obra.
A manera de invitación a la lectura me gustaría
concluir esta reseña mencionando que el libro de Bargellini
es una puerta abierta al conocimiento del arte y de la historia
de Saltillo tanto para el público general como para
el especializado, el cual podrá apreciar, por
ejemplo, la documentación en torno a artistas hasta
el momento poco conocidos como el maestro carpintero catalán
que realizó el retablo mayor del templo, Mariano Ángel
Galín Anglino, al cual Clara Bargellini rastrea en
los archivos mexicanos y en San Antonio Texas. Asimismo,
es una propuesta madura conceptual y metodológica
que una historiadora del arte virreinal ha hecho hacia nuestra
disciplina. En La catedral de Saltillo y sus imágenes es
posible apreciar que no hay un método para acercarse
a los múltiples problemas que plantea nuestra disciplina
sino, más bien, aproximaciones a las múltiples
preguntas que despiertan una diversidad de preocupaciones,
lo cual no lleva a sacrificar nuestro objeto de estudio,
la obra de arte misma, que lejos de meramente ilustrar este
-bien editado- libro, entrelaza su argumento.
** Patricia
Díaz Cayeros es investigadora del Instituto de
Investigaciones Estéticas. Sus indagaciones giran
en torno al tema de la ornamentación en el arte
religioso novohispano.
1. Gombrich,
Ernst, “Approaches to the History of Art: Three
Points for Discussion” en The Essential Gombrich,
London, Phaidon, 1996, p. 355.
2. Gombrich, op.
cit., p. 356.
3. Belting,
Hans, Likeness and Presence. A History of the Image
before de Era of Art, Chicago/Londres, The University
of Chicago Press, 1994 (1990).
4. Schmitt,
Jean-Claude, "La culture de l´imago" en Annales
HSS, janvier-février no. 1, 1996, pp. 3-36 ;
Schmitt, Jean-Claude, Le corps des images. Essais
sur la culture visuelle au Moyen Âge, Paris,
Gallimard, 2002.
Inserción en Imágenes: 29.03.06. |
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