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Félix
Oropeza en México
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
El bailarín y coreógrafo venezolano Félix
Oropeza estuvo en México. Presentó en San Luis
Potosí, durante el reciente XXXVII Festival Internacional
de Danza Contemporánea Lila López,
su obra Modelo a escala, de 22 minutos de duración,
en la que combina música de Philip Glass, Les Tambours
Du Bronx y Gomal Misra con expresivas muestras del videoarte
de Manuel Álvarez, iluminación de Richard Gómez
y vestuario de Efrén Rojas. La coordinación
escénica la dejó en manos de Oswaldo Marchionda
puesto que él interpretó un solo.
Gran acierto: Modelo a escala, a diferencia de otras
obras que no integran las "visiones" del video
a la danza, combinan perfectamente las secuencias dancísticas
a las imágenes de un video que, por cierto, está construido
con imágenes fuertes no carentes, sin embargo, de
sugerentes sustancias poéticas.
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Oropeza
es un maestro, diseñador coreográfico y ejecutante
fundamentalmente impetuoso, radical. Ejerce el arte de la danza
sin cortapisas. Se ha presentado en varios países de
América y Estados Unidos y Canadá. Sus maestros
de danza contemporánea, como Carlos Orta, José Ledezma,
Luis Viana, entre otros, por lo visto lo hicieron consciente
del magnífico ritmo contundente que llevan consigo los
cuerpos de algunos bailarines latinoamericanos. Sus coreografías
anteriores, por lo menos aquellas que presentó en varias
ocasiones durante el Festival de Medellín, Colombia
(lamentablemente desaparecido), ofrecían el trabajo
de su compañía, Agente Libre, basado en exaltados
ritmos caribeños, los bailarines impregnados de la contundencia
de Oropeza y mediante movimientos de cuerpos sin ataduras técnicas
ni "modos" o amaneramientos "contemporáneos",
lo cual indica que el coreógrafo y maestro es temperamental
y halla, en su yo interno, el complemento de un cuerpo firme,
fuerte, convencido de su formación y su desenvolvimiento
de años (Premio Mejor Bailarín Nacional Casa
del Artista, en Venezuela, 1997).
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Oropeza
se lanza en directo hacia la expresividad de la danza de
hoy sin miramientos, sin cortapisas excluyentes (aunque
aprovechando lo que los bailarines posean o, mejor, contengan
de "sabiduría" adquirida: clásico,
Graham, Limón-Falco, etcétera). Una clase
de Oropeza (el curso que impartió en San Luis Potosí fue
revelador) constituye una cátedra para el establecimiento
calculado de límites o acuerdos "teóricos" generales
en un espacio para que los bailarines, según "temas" o
parámetros marcados, saquen de sí mismos una
energía, en ocasiones animal, que se va delineando
en movimientos intensos que "aflojan" sólo
en líneas de acción aparentemente naturales,
prácticas, fluidas y aún así, precisas.
Secuencias bellas, llenas de las propiedades que cada bailarín
lleva en su cuerpo por la mera voluntad de ser bailarín.
Así se los hace saber el maestro, que dirige, muestra,
describe y explica. Cuando el "alumno" se mete
en la piel las efusivas indicaciones, gritos, regaños,
reflexiones en voz alta del maestro Oropeza, se descubre
transfigurado, dueño de una seguridad poco común,
poco vista en los bailarines completamente técnicos.
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Así baila
Oropeza, combinando las características de su cuerpo
fuerte con las imprevistas (para el espectador) finuras
de un mensaje físico o biológico netamente
tierno, sometido, emocionado o humanamente impresionado
y, sin embargo, airado. En Modelo a escala Oropeza
nos espeta mediante imágenes de video bien desgranadas
en el escenario situaciones de horror, matanzas en Irak,
asesinatos (¿de qué otra forma llamarles?)
de niños y ancianos, angustiosas situaciones de guerra
y exterminio entremezcladas con las propias situaciones
de un cuerpo que, contenido y destajado en el ámbito
que forja la profusión de las luces del escenario,
va extrayendo de sí mismo intensidades, expresiones,
movimientos que desenvuelven un mensaje, una protesta contenida
(que se contiene a sí misma), una especie
de movimiento hacia dentro en un cuerpo que exhibe belleza,
fuerza, furia, duelo, llanto en contraste o en complemento
de la representación del tema exhibido en vistas de
video, también en movimiento. El mensaje es completo,
impresionante, contundente: la vitalidad y las capacidades
del bailarín, en pleno apogeo, gimen, lloran, aprietan
los dientes de la indignación del espectador, lo
politizan, son un Modelo a escala de esa respuesta
a la guerra de exterminio física y cultural que perpetran
los ejércitos, los soldados, las balas y las bombas
en lugares lejanos que están allí, en las
noticias, lejos y aquí, en el escenario, en imágenes
de colores que (¿está esto buscado, planificado?)
parten en dos, en tres, en cuatro, desfiguran el cuerpo
de un bailarín que, aun sencillamente expuesto, solidario,
jamás resulta débil o quejumbroso. Ocurre
un ritual de ida y vuelta en el escenario: la exposición
de motivos violentos y la vuelta al reconocimiento de que
en el cuerpo humano, aun concentrado, se va esclareciendo
el destino del ser humano: solidaridad, queja, tristeza
y señalamiento activo. Oropeza, intérprete,
se halla en la plenitud de sus capacidades. Como lo hace
en su mensaje, Oropeza milita en la danza. Él,
coreógrafo, ha dado en el clavo de los tiempos, los
tiempos que nos tocan vivir. En una de las "escenas" finales
un cuerpo vuela por los aires virtuales de la "escenografía" y
los espectadores, sin aliento, vuelven de nuevo los ojos
a ese cuerpo que ha dado todo en el escenario, provisto
de experiencia, lleno de ritmo, sabiduría, cosas
qué decir, diciéndolas hacia el interior de
una especie de vacío contagioso. Un cuerpo que lloró suavemente
ante nuestros ojos, tirado en el piso o hincado. Un bailarín
en su apogeo. Un coreógrafo integral: idea, estructura,
movimiento, iluminaciones.
Inserción en Imágenes: 31.10.07.
Foto de portal: Félix Oropeza, Modelo a escala.
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