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Puntos de inflexión en la literatura mexicana
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
Para
hablar bien hay que ser dueño de sí;
para escribir bien hay acaso que poseer un
alma,
haberla comprendido en tal o cual pasión
a voluntad.
Stendhal: Diario, 1805
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Beatriz Espejo: Seis niñas
ahogadas en una gota de agua: Pita Amor, Guadalupe Dueñas,
Elena Garro, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Inés
Arredondo, Universidad Autónoma de Nuevo León-Documentación
de Estudios de Mujeres, 2009. 142 pp.
La equivocada posmodernidad (aquélla que excluye
a la historia real, “contante y sonante” del objeto-sujeto de
cada investigación) nos ha hecho en México dar un salto mortal
en la crítica, sobre todo en la crítica literaria, vacío
tras del que nuestro objeto de análisis, la obra literaria, aparece
con los mismos atributos del agua antes de su contaminación global:
inodora, incolora e insípida, es decir, con atributos supuesta y
meramente “teóricos” alejados por completo de su realidad
real o, lo que es lo mismo, de su organicidad. El fenómeno
tuvo sus alicientes en la irresistible revolución tecnológica
del siglo XX (1) y en la sustitución de las vías normales
de la crítica por los conductos y en los términos de la publicidad:
(2) los atributos y/o defectos o limitaciones de la obra no existen (3)
y los elementos fundamentales son sustituidos, en ocasiones brillantes pero
sobre todo “indiscutibles”, por discursos técnicos que
propiamente podemos (debemos) denominar inorgánicos porque
incluso el novel “analista” prescinde de analizar técnicamente la
naturaleza del lenguaje creado por el autor. Desde hace treinta años,
con respecto a la literatura mexicana parecen decirnos los “promotores”:
si la eficiente publicidad proclama la “importancia” de un libro
o de un autor, los descubrimientos y ubicaciones de la investigación
especializada carecen de importancia… y de efectos en el conocimiento
de la literatura nacional (la cual, obviamente, desconocen).
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En México esta crítica
inorgánica se multiplicó con rapidez sobre todo ante la desintegración
de la crítica literaria orgánica, no obstante que ha sido en
las artes plásticas donde ha causado furor y hasta la fecha reina, confunde
y se multiplica. Los críticos literarios especializados e independientes,
centrados en su trabajo, se han convertido en auténticas y plausibles
rarezas. A partir de 1968, la aparición, la multiplicación y
la multipartición de los conductos tradicionales (¿únicos?)
de la crítica literaria (4) coadyuvaron a que la producción literaria
sólo fuera asentándose por grupos, por efectos y arranques
publicitarios, incluso por alicientes de la cultura institucional, la cual
comenzó a operar por medio de la aplicación de los “gustos” y
ante la ausencia de información literaria de los funcionarios en turno.
En la actualidad, las evidencias saltan a la vista. Incluso puede registrarse
esta histórica caída o hueco en la literatura mexicana en los
catálogos de las magnas editoriales oficiales de México y en
la estrechez de las reglas para que los escritores mexicanos jóvenes
publiquen en las instancias de los grupos literarios “en el poder”.
Con todo, los seguros espacios para la continuación y la perseverancia
de la crítica literaria orgánica permanecieron productivamente
trabajando de manera independiente en los centros especializados de investigación
literaria, artística, de comunicación, principalmente académicos,
ya sea en universidades o en publicaciones de corto alcance publicitario. O
en centros culturales privados que reconocen la necesidad social de la crítica
y la investigación especializadas.
El enorme
catálogo de estudios literarios formales y orgánicos,
vinculantes en torno a la historia de la literatura en México, resulta
una reunión de esfuerzos de escudriñamiento: investigaciones
que permiten ir “atando cabos” para entender el desenvolvimiento
ininterrumpido y brillante de nuestras letras, nuestras artes plásticas,
etcétera. Sí hay una alta, fina, eficiente bibliografía
crítica, una ubicación profunda de cada obra, aunque aislada,
para que orgánicamente el lector interesado contemple y asimile
su propia “historia de la literatura mexicana”, o el desenvolvimiento
histórico claro de las artes plásticas, la danza, el periodismo,
la cultura del país.
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La escritora y maestra Beatriz Espejo ha seleccionado a seis de las más
importantes escritoras mexicanas de la segunda mitad del siglo XX, todas cercanas
a su propia biografía y a su “corazón literario” (a
sus percepciones del mundo privado de las mujeres escritoras de la época)
para recrear sus obras y sus vidas personales con el objetivo claro de considerar
qué influencia tuvieron en su quehacer y en su entorno literarios, cuáles
fueron sus “aportaciones” y puentes temáticos y existenciales
con las demás escritoras mexicanas y algunas extranjeras pero sobre
todo para descubrirnos qué tanto de entrañas y actitudes existenciales
influyeron en cada una para inspirar y alcanzar la calidad literaria que ostentan
sus obras. Resulta evidente el valor de estas pesquisas y revelaciones: se
trata nada menos que de una selección de seis de las más importantes
narradoras mexicanas de la última mitad del siglo XX. (5)
Narradora y maestra de literatura ella misma,
Espejo acierta en revelarle al lector cuáles fueron las “entretelas
biográficas” (diferentes en cada una de las seleccionadas) que
dieron como resultado cuentos, ensayos, poemas y obras de teatro de alta calidad,
fundamentales para la literatura mexicana y en qué consistieron sus
aportaciones literarias. Espejo produce una destacada selección, a todas
luces histórica, porque las seis escritoras analizadas y, diríamos,
literariamente expuestas, no gozaron del actual boom publicitario
que hoy por hoy “lanza” –lo hacen las editoriales en castellano,
casi todas españolas, y aun las “oficiales”– a un
nuevo escritor y poeta desde las alturas de una revista-enclave o a partir
de “los medios” sin bases lógico-históricas-literarias
(ubicación orgánica crítica) pero sí con epítetos
y elogios desmesurados, precisamente característica fundamental del
arte publicitario. El libro de Espejo completa este importante panorama con
una funcional bibliografía básica.
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Pita Amor, Guadalupe
Dueñas, Elena Garro, Rosario Castellanos, Amparo Dávila e
Inés Arredondo se dieron a conocer como escritoras a través
de los exclusivos y exigentes medios a su alcance en la época y en
la ciudad en que les tocó vivir: las revistas culturales (que comenzaban
a ganarles adeptos a las revistas estrictamente literarias, tan brillantemente
creadas por los grupos de escritores antes y a lo largo del siglo XX), las
poco numerosas y bien cimentadas editoriales (el Fondo, la UNAM, Universidad
Veracruzana, Porrúa, Joaquín Mortiz, ERA y algunas más),
puntos de acción que sufrieron la explosión demográfica
de artistas y escritores posterior al 68. Beatriz Espejo va desentrañando,
a través de una fina y hasta exquisita “narración” analítica
cómo eran esos parajes íntimos o biográficos que en
México, por razones políticas y sociológicas, han sido
inventados y manipulados, a veces exageradamente, por los mismos escritores
y sus grupos de apoyo. En la trayectoria del arte mexicano, ante figuras
talentosísimas y pertinaces, en la segunda mitad del siglo XX se
agudizaron los desplantes personales, públicos y sociales; se agudizó un
protagonismo a veces artificioso, a veces auténtico, referido a la
vida íntima de los creadores. En el relato de la vida, actitudes
y obras de estas seis escritoras descubrimos la autenticidad de ciertos
malestares y sufrimientos, a veces aunque ellas, por razones biográficas,
no los hubieran deseado, que hicieron mella en sus vidas y en sus impresionante
creatividad. (“Madame Bovary soy yo”, exclamaba Flaubert.) Nuestras
seis escritoras sufrieron en carne propia los impedimentos de su exaltación
como creadoras, toda vez que sólo hasta finales del siglo XX repunta
y se hacen evidentes los logros de las luchas de liberación femenina
en el país, por lo menos la conciencia de los escritores varones
(algunos de ellos con tics de caciques o estrellas de cine) de
que deben compartir estelares y reconocer talentos. Todavía hoy en
día, a las mujeres les cuesta trabajo lograr un lugar profesional
destacado junto a los varones, sus colegas. Cuando estas escritoras comenzaron
a publicar ni siquiera se hablaba de asuntos como la liberación femenina
o los derechos de la mujer, etcétera. (La revista Fem surge
más tarde.) La lucha por ocupar un lugar destacado en la literatura
mexicana lo llevaron a cabo sus obras a pesar de esas circunstancias
que comenzaban apenas a hacerse patentes en la cultura occidental y, justo
es decirlo, muy encubiertamente en la cultura mexicana.
Beatriz Espejo escribe, entonces, de escritoras cuyo surgimiento
le precedió en el tiempo y con las que compartió algunos de
estos agudos problemas y actitudes, lo cual hace de sus reflexiones y conclusiones
un profundo y documentado acto de revelación. La escritora comenzó a
colaborar desde muy joven en una revista “de alma femenina”, El
Rehilete; además de sus textos literarios, dio a conocer en
diferentes ocasiones entrevistas a las seis escritoras. Jamás nos
enteramos si con alguna de ellas llegó a construir una amistad extraliteraria,
circunstancia que le otorga a su libro una singularidad expositiva interesante
e intensa. Y, lo que es muy importante, los datos personales y hasta íntimos,
la descripción del entorno cultural y literario y, al fin, las cualidades
de la creatividad literaria de las protagonistas nos van indicando,
sin esfuerzo, 1. la necesidad de incluir, ya, sus personajes y obras en
la historia orgánica de la literatura mexicana del siglo
XX y 2. iniciar, ya, la lectura y la relectura (de legos y especialistas)
de esas intensas, temperamentales narraciones y poemas, crónicas
y obras de teatro que silenciosamente fueron forjando una literatura mexicana
reveladora, compleja y a la vez ilustrativa de una sociedad cambiante y
en eterno asentamiento.
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Beatriz Espejo (ella también excelente narradora de la siguiente
generación de las escritoras invocadas) permite a los lectores de
sus libros ubicar más eficiente y profundamente las cualidades literarias
de este grupo de mujeres que ha marcado definitivamente a la literatura
mexicana del siglo XX. Las invocaciones de Espejo nos remiten a las certeras
frases y tal vez a los secos atisbos en el alma de los protagonistas de
los cuentos de Inés Arredondo: descripciones de parajes húmedos,
de tareas y juegos cotidianos y aparentemente intrascendentes en los que
sobreviene de pronto la revelación del arrebato sexual, el amor amoroso
o el filial, las redes complicadas de los seres humanos que, en el transcurrir
vital y doméstico de días e imágenes, se percata de
intensidades inesperadas, de pasiones escondidas: los personajes toman decisiones
que habrán de marcar el verdadero, auténtico, definitivo conocimiento
de sus vidas. (6)
El libro de Espejo también da pie para que nos sorprendamos
ante el descubrimiento de laberintos del alma humana que inesperadamente
brotan en las “maneras de ser” de los personajes de Amparo
Dávila; mediante la semblanza de la escritora nos percatamos
de cómo, sumergidos en situaciones intrascendentes y aparentemente
anodinas, sus personajes van impregnándose de una ironía
que podríamos calificar de “estrujante”, traslapada
en la redacción de líneas y párrafos sencillos
y directos, aparentemente ingenuos.
Especial énfasis pone Espejo en ubicarnos en la obra de una
escritora que no sólo forjó un mito alrededor de su
vida, transcurrida en sucesos y relaciones colindantes con la auténtica
tragedia de los personajes con sus semejantes, sino que esto lo “logró” en/con
su propia obra: Guadalupe Amor. Ciertamente, durante muchos años
se habló en los corrillos literarios de la Ciudad de México
que “el propio don Alfonso Reyes le escribía los poemas”,
hasta que la contundencia en la calidad de sus versos y en sus obras “completas”,
así como la solución sagaz a los vericuetos de sus versificaciones
y pasajes literarios, mostraron en sus libros de poemas y de prosa,
en sus lecturas en vivo impresionantes, la alta calidad de
su literatura. Podemos entender la trayectoria de una biografía
singular en coincidencia con una obra muy reducidamente estudiada,
contundente e irreemplazable en la literatura mexicana del siglo XX.
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En torno
a la vida y obra de Elena Garro han surgido vastas discusiones y enfrentamientos
múltiples, muchos de ellos suscitados por
una personalidad agresiva y, en muchos sentidos, arrolladora por desprejuiciada
y libre. Todo ello surgido directamente, mediante manipulaciones inteligentes,
mucho antes y con mejores efectos que los que la actualizada publicidad “a
través de los medios” se les ofrece de manera ingenua
y evidente a los escritores y periodistas de la época actual.
La obra de Elena Garro es contundente: sus manejos del lenguaje, la
creación de imágenes vivas y sugerentes mediante la
mera y sencilla verbalización de las situaciones, su entremezcla
prodigiosa de realidad y poesía, su desprejuicio político
la han convertido, aunque “inmolada” o conscientemente
ignorada por los críticos, en uno de los vigorosos cimientos
de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, junto
con Juan Rulfo, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, José Emilio
Pacheco, José Revueltas y Octavio Paz. Todavía está por
comprobarse si el “realismo mágico” de Garro es
punto de partida o feliz arribo compartido en la literatura latinoamericana.
Lo que resulta indiscutible es su penetrante incursión, de
un plumazo, en el carácter del “ser” del mexicano
(hombres y mujeres), tema que tantos dolores de cabeza y disquisiciones
sorprendentes le ha producido, durante más de un siglo, a escritores,
sociólogos, antropólogos y filósofos mexicanos. ¿Y
no es esto último, revelar al “personaje paradigmático” nacional,
deber y meta inevitable de toda buena literatura? (7)
El
texto de Espejo en torno a la personalidad literaria, sorprendentemente
vasta y estable de Rosario Castellanos nos remite a una escritora,
aunque tenaz, de actitud sufriente frente al acoso, todavía
comprobable en nuestros días, de los enemigos de la plena realización
femenina (en todos sentidos). Castellanos, cambiante en su manejo
del lenguaje, fue construyendo su obra en todos los géneros
literarios posibles, en su poesía doliente, en sesudas crónicas
periodísticas, en los personajes femeninos de novelas que describen
la eterna piedra de toque indígena; a la par que de su realización
profesional se mantuvo alerta no sólo en torno a la liberación
de las mujeres de todas las clases sociales sino también alrededor
de las luchas políticas que en México, por cuestiones
técnicas e históricas, han mantenido un cariz peculiarmente cultural y
han impregnado buena parte de la literatura de, por lo menos,
los dos últimos siglos.
Finalmente,
Espejo entrevistó personalmente y tal vez se mantuvo
como excelente observadora de una escritora que ha tenido, quizá también
por razones biográficas, una menguada significación
en la crítica y la historia de la literatura mexicana actual:
Guadalupe Dueñas. Sin embargo, la “narración”,
erudita, viva y a la vez ciertamente emocionada de Espejo, deja entrever
cómo Dueñas logró, en una obra no muy extensa,
crear situaciones y ambientes que, bajo el velo de la ingenuidad y
la pureza, nos remiten a las impresionantes entrañas del terror
y nos conducen a una tajante, destructiva ironía.
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El
libro de Beatriz Espejo resulta ser una advertencia para la crítica
y una actualizada propuesta a las editoriales que en México
se hallan hoy situadas casi exclusivamente en el ámbito
de los capitales y, por tanto, de las selecciones de España.
Ellas y las editoriales oficiales y universitarias tienen, a
pesar de la crisis, la obligación histórica de
poner en manos de los lectores y los estudiosos las Obras
completas de estas mujeres y de otros escritores fundamentales
(pienso en los libros de Salvador Novo y de otros notablemente “olvidados”),
imprescindibles para elaborar la producción de la crítica
histórica especializada y, a través de ella, del
desenvolvimiento de la literatura en el país. Pero también
para la formación de los mejores lectores mexicanos del
siglo XXI.
Inserción en Imágenes:11.09.09
Foto de portal: Pita Amor, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Inés Arredondo y portada.
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