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Logro 2007 de Antares
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
Desde su
fundación en 1987 el grupo Antares de danza contemporánea,
situado estratégicamente en Hermosillo, Sonora (desde
los años cincuenta Martha Bracho inició aquí un
movimiento de danza moderna-contemporánea), asumió una
responsable independencia en todos sentidos: originalidad
bien cimentada técnicamente en sus diseños
coreográficos, operativa organización, profesionalidad,
entrega total a los trabajos dancísticos, incansables
labores de capacitación, presentaciones ininterrumpidas,
etcétera. Todos sus integrantes, a lo largo de veinte
años, han respondido con excelencia y pasión
al enorme reto de mantener vigente la creatividad de la danza
contemporánea.
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En
2007 ha llamado la atención la obra de su director
Miguel Mancillas, titulada Tu hombro, dedicada a
Guillermina Bravo, presentada durante el XXVII Festival Internacional
de Danza Contemporánea de San Luis Potosí.
En la madura habilidad de Mancillas para elevar los movimientos
de los cuerpos de sus bailarines hasta el nivel de ciertas,
personales, sorprendentes imágenes, Tu hombro,
no cabe duda, resulta una sucesión de fluidos aciertos:
las “situaciones” se entrelazan, una tras otras,
mantienen el estupendo ritmo señalado por la música
de Graham Fitkin e incorporan, instalan en el escenario las
enormes cargas e intensidades requeridas en la danza contemporánea
para ofrecer limpiamente, sin argucias teatrales, la sugerente
e indispensable carga dramática que, en realidad,
estructura al ritual dancístico, sin cortapisas ni “narraciones” obvias
o literales, desde el principio de los tiempos humanos. Eso
es, precisamente, la danza contemporánea hasta este
momento histórico y Mancillas, quien se destacó en
estos niveles desde sus primeras obras, expone y hace jugar
en Tu hombro las secciones e intersecciones dinámicas
de las relaciones humanas. Los bien cimentados cuerpos de
Gervasio Cetto, Isaac Chau y David Salazar suben y bajan
dentro de la atmósfera escénica. Concentrados
en sí mismos y relacionados con “los otros” que,
en este caso, rozan propuestas de amor, caricia, esfuerzo,
pasión, desaliento, huida en un maravilloso movimiento
centrífugo alrededor de Tania Alday, quien aparece
y desaparece real y virtualmente, por momentos, a veces como
objetivo central, a veces como piedra de toque entre las
elucubraciones físicas y emotivas de los tres bailarines,
a veces como una guía o maestra “sintética”,
como fogonazo de la “trama” o tejido coreográfico. ¿Será Tania, único
personaje femenino de la pieza, sólo un símbolo
en el intercambio de amor-desamor, duda, solaz y arrepentimiento
que se percibe bella, espacial, dancísticamente en
el escenario? Por momentos, surgen esos ofrecimientos de
piernas y pies girados, concentrados desde los dedos y los
tobillos en dirección de los genitales, vislumbres
como fogonazos, oblicuos pincelazos, alardes de virtuosismo,
dibujos instantáneos que, sin interrumpir la exposición
estructural y dinámica, deleitan al espectador, subrayan
la naturaleza efímera y aún así histórica
de la danza, de todo género de danza (razón
de ser de la coreografía, aquí situada en el
cuerpo del bailarín). Originalidad y maestría
coreográficas. Descubrimos que la importancia de los “hombros” no
radica sino en la invención e intervención
de los movimientos de los cuerpos, el ofrecimiento de estas
partes del cuerpo a la vista de los espectadores, la creación
de sensaciones con los miembros o partes. Realmente es, se
trata de una metáfora (sí, como en casi todas
las obras de Mancillas, triste e inteligente, soterrada),
un encuentro entre espacio, cuerpos, movimientos, colores
y dramaticidad donde desde el planteamiento coreográfico
y los colores (sepias, tenues cafés, luminosidad atenuada)
ya existe. Humanización del escenario. Nuevamente
característica de la creatividad de Mancillas: limpia,
directa exaltación de las relaciones humanas que descubre
en los mismos integrantes del grupo; incorporación,
asimilación de las propias observaciones en sí mismo,
en su vida, razón de ser humana. Y aquí radica
el gran atractivo (¿y su límite “expositivo”?)
de toda la coreocronología de Mancillas: él
mismo se halla siempre presente en el escenario: lo vemos
allí, en cada movimiento, en cada mirada, en cada
maniobra, en cada diseño de cada bailarín.
Además, con ganas y pensamiento de hacerlo.
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A veces los
observadores experimentados de la danza contemporánea
deseamos que el coreógrafo, el intelectual de
la creación dancística, “eche a andar” la
sucesión de situaciones, la dramaticidad de
la obra, la colección de pormenores “en
línea”, en “arreglo” de los
movimientos y en el escenario, la sucesión de
imágenes, incluso el “mensaje” explícito
o implícito y, entonces, desaparezca. Deje vivir
(bailar es la vida verdadera) a los bailarines, asumir
sus independientes dotes, surgir y resurgir o fracasar
o realizar su papel con creces y con propia responsabilidad.
Los coreógrafos más inteligentes o intelectuales
del mundo deben dejarse de lado a sí mismos, gestada la
obra, para dar a luz en el escenario un ser que habrá de
ser independiente, con nombre propio, con cabeza, tronco
y extremidades a la vista del público, dueño
de esas pasiones que en la mente forjó un ser
que, ya en el escenario, se convierte en pasado.
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Esa
perfección estructural, esa estupendamente pensada
(hasta el mínimo detalle, qué bien) “historia” de Tu
hombro, ese arduo trabajo de montaje con la participación
de profesionalísimos y estupendos bailarines
asume ya, en presentaciones posteriores, la indispensable
independencia y fluidez para situarse, hacerse destacar
como una de las mejores obras coreográficas
mexicanas (de todos los géneros de danza) estrenadas
en 2007.
Inserción en Imágenes: 30.11.07
Foto de portal: Miguel Mancillas. Foto: Edith Reyes.
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