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Aparece el extenso y nutrido Epistolario del musicólogo Adolfo Salazar
María Constantino
revista_imagenes@yahoo.com.mx
Consuelo Carredano
ccarredano@infosel.net.mx
Adolfo Salazar, Epistorario 1912-1958,
edición
de Consuelo Carredano, Fundación Scherzo / Publicaciones
de la Residencia de Estudiantes / Instituto Nacional de las
Artes Escénicas y de la Música, Madrid, 2008,
1047 pp.
Recientemente ha aparecido en España la
compilación y el estudio realizados por Consuelo Carredano
de la correspondencia que Adolfo Salazar mantuvo con importantes
figuras de la música, la musicología y otras artes
y disciplinas entre 1912 y 1958. El grueso volumen no incluye
las cartas cruzadas entre Salazar y Manuel de Falla, las cuales
han merecido un libro aparte que ya se encuentra en preparación.
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La figura de Salazar
resulta muy importante para el desarrollo de la crítica musical en
México porque en este país publicó sus obras básicas,
algunas de las cuales resultaron una introducción consistente al
estudio de este arte universal. Agregó a sus títulos ya publicados
en Europa, entre otras obras, Las grandes estructuras de la música (1940), Los
grandes periodos de la historia de la música (1941), La
música en la sociedad europea (1943) y otras muchas que incluso
permanecieron inéditas después de su muerte, en 1958. Carredano
indica en su texto introductorio que “cerca de trescientas de las
cartas aquí reunidas las escribió Salazar a una larga lista
de destinatarios; el resto, con excepción de unas cuantas de terceras
personas en las que él mismo constituye el tema central, le fueron
enviadas por corresponsales de diversas nacionalidades, entre los que se
cuentan artistas, poetas, intelectuales, compositores, musicólogos,
historiadores, folkloristas, hispanistas, intérpretes, coreógrafos,
bailarines, funcionarios culturales, editores, bibliotecarios, libreros…” Se
trata, entonces, de la personalidad de un erudito que desde muy joven decidió compilar
los textos de sus relaciones con el mundo profesional, artístico
y cultural, desde los inicios de su vida profesional. Es decir, Salazar
poseía una autoconciencia de la importancia de su obra, en la cual
se iba a concentrar; planificó una visión, una revisión
y un registro histórico de los avatares de su saber musical y de
los contenidos de la realidad internacional al respecto. En su correspondencia
es posible, además, reconstruir los “ambientes” por los
que Salazar transitó en España, durante la República,
y en México, durante su exilio. No obstante, hace notar Carredano, “difícilmente
se encontrará más de una referencia a la Primera Junta Nacional
de la Música y Teatros Líricos, desde la que se proyectaba
articular las actividades durante la Segunda República y en cuya
formulación se involucró Salazar, que además actuó como
secretario…”
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Resulta elocuente la lectura de estos “comunicados” de
y con Adolfo Salazar en torno a las formas y procedimientos de la época
en relación con las rutinas del periodismo y de la crítica.
El entonces encargado de las actividades de la danza oficial invita, por
ejemplo, a Salazar a los ensayos que un grupo de bailarinas al mando de
la coreógrafa Waldeen llevan a cabo para iniciar las actividades
de una compañía de danza moderna (el Ballet de Bellas Artes).
Salazar ya había iniciado colaboraciones en algunas publicaciones
periódicas en torno al ballet, con respecto al que acabó publicando
un libro para el Fondo de Cultura Económica. En el comunicado se
infiere que en aquella época las autoridades y los organizadores
de las actividades artísticas guardaban consideraciones especiales
con los críticos profesionales, costumbre que más tarde, con
las evidencias de hoy en día, se perdió. En otro comunicado,
el crítico titular de música en uno de los periódicos
más importantes, Salomón Kahan, recrimina a Salazar su intromisión
en las páginas de un periódico en el que otro crítico
ya tiene la titularidad de la crítica musical y le reprocha una frase
de Salazar publicada en El Universal del 25 de junio de 1939: “¿Si
pusiéramos entre todos un poco de orden en las cosas musicales de
México?”
En una misiva de Alfonso Reyes, Salazar
se entera de que a partir de enero de 1941 la Casa de España se convertirá en
El Colegio de México. Salazar continuará realizando sus obras
más importantes en este destacado centro académico de alta
enseñanza, de posgrado y de investigación. En algunos de los
cursos que propone Salazar para la institución y para la Facultad
de Filosofía y Letras pueden percibirse con creces los conocimientos
concentrados que poseía el musicólogo e historiador español.
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Musicólogos de
varios países, compositores, intérpretes destacados intercambiaron
puntos de vista con Salazar. Con los personajes de la vida cultural mexicana
(Carlos Chávez, Octavio Barreda, Manuel Calvillo, Adalberto García
de Mendoza, Arnaldo Orfila Reynal, Alfonso Reyes, etcétera), Salazar
guardó estrechas relaciones, toda vez que colaboró en muchas
publicaciones periódicas como crítico y comentarista de música.
Se infiere, a través de la correspondencia, que Salazar llevaba un tren
de trabajo inigualable, insuperable pues dominaba los aspectos técnicos,
históricos, teóricos e inmediatos, tanto de la creatividad como
de la interpretación musicales. Además, riguroso en el tratamiento
de sus tareas y realizaciones, Salazar se muestra, a través de su correspondencia,
como un impecable ente “político” e intelectual, que deja
huella incluso de las más nimias aclaraciones en torno a la publicación
de sus colaboraciones y de sus libros, así como en lo relativo a la
organización de un archivo que, seguramente, legaba a una desconocida
posteridad. Sostuvo agudas polémicas con sus colegas, los cuales siempre
reconocieron su enorme y a veces obsesiva sabiduría.
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Esencial para los estudiosos de la historia de la música en este periodo
productivísimo del exilio español en México, este Epistolario viene
a abrir puertas y ventanas, a ofrecer descripciones implícitas de la
vida cultural de México, a abrir la revisión de las ligas estrechas
y profundas (que apenas comienzan a ponerse en claro) que guardaron escritores,
artistas e intelectuales mexicanos con el exilio español, rico en sabiduría,
creatividad y afanes universalistas.
En relación con algunas de las aportaciones y actitudes de Adolfo Salazar,
Jesús Bal y Gay, asimismo musicólogo e historiador de la música,
también exiliado español en México, expresó en
la nota luctuosa sobre Salazar: “En él teníamos los jóvenes
que entonces íbamos para músicos el guía necesario. Al
día siguiente de cada concierto en la Comedia o en el Price –pongamos
por caso– buscábamos con avidez la crítica de Salazar,
al igual que lo hacíamos al día siguiente de una conferencia
de don José Ortega y Gasset o de Paul Valéry en la Residencia
de Estudiantes.”
La minuciosa investigación
de Consuelo Carredano se llevó varios años concentrados y
fructíferos. La investigadora describe sucintamente las biografías,
vidas y obras de los “interlocutores” de Salazar y coloca notas
explicativas en torno a los acontecimientos y asuntos que producían
y de los que procedían los comunicados. Esta labor ardua y precisa
permite que aquellos investigadores y periodistas que deseen completar sus
textos y notas alusivas a los sucesos culturales y artísticos de
la época, puedan, sin duda, hallar datos específicos y funcionales
en este Epistolario 1912-1958 de Adolfo Salazar. Carredano ha visitado
muchos archivos en ambos países pero indica, además, que la
mayor parte de sus inquisiciones documentales las llevó a cabo en
el Fondo Adolfo Salazar que Isabel y Carlos Prieto “con tanto esmero
resguardan en la Ciudad de México”.
Inserción en Imágenes:26.05.09
Foto de portal: dibujo de Adolfo Salazar. Dibujo de D. Vázquez.
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