La iglesia de San Diego de Alcalá en Metepec, Tlaxcala
Elisa Vargaslugo
elisabosch@prodigy.net.mx
Cecilia Gutiérrez Arriola
ceciga@servidor.unam.mx
Pedro Ángeles
pedroa@servidor.unam.mx
Narración de los hechos
En el pueblo de
Metepec, en el estado de Tlaxcala, muy cerca de la capital,
se encuentra un extraordinario retablo barroco estípite con cuatro relieves historiados, que narran
el milagro que hizo San Diego de Alcalá a la india
Jacoba, a principio del siglo XVII.
Debido a esa importante obra novohispana, en mayo de 2004 la investigadora Elisa
Vargaslugo acudió a esa iglesia para observar el retablo, porque podría
enriquecer una de sus investigaciones en proceso: Imágenes de los
naturales en el arte de la Nueva España.
El siguiente texto y fotografías son producto del compromiso que asumió la
investigadora en arte novohispano y el equipo del Archivo Fotográfico
del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Bajo palabra escrita
y firmada, los pobladores de Metepec permitieron y autorizaron a los especialistas
del IIE ingresar a la iglesia para estudiar el monumento y tomar fotografías
de él. Sus habitantes son celosos guardianes de su monumento y temerosos
del robo de su patrimonio religioso.
Por lo mismo, se llevó a cabo una pequeña investigación
sobre el lugar, la iglesia de San Diego, su arquitectura, retablos y pintura.
Tiempo después se elaboró y editó un folleto, mismo que
a nombre de los investigadores y del Instituto se entregó al sacerdote,
a los fiscales del templo, al presidente municipal y a los habitantes del lugar.
Además, se dejó en custodia de la iglesia un expediente en archivo
digital con los textos de la investigación realizada, así como
una carpeta con todas las fotografías tomadas y algunos folletos impresos
a color y en blanco y negro.
Cecilia Gutiérrez Arriola
Ubicación Histórica
En
la pequeña población de Metepec, muy cerca
de la ciudad de Tlaxcala, existe un importante monumento
arquitectónico edificado en la época virreinal.
Se trata de una iglesia que resguarda en su arquitectura
y en su portada labrada, en el bello retablo dorado del barroco
estípite y en sus pinturas de tema religioso, el arte
y la historia de la región.
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Hacia 1611, el historiador don Juan Buenaventura Zapata
consigna en su Cronología de la muy insigne, noble
y leal ciudad de Tlaxcala un acontecimiento que no pudo
pasar inadvertido en toda la comarca. Luego de mencionar
a los personajes que durante ese año ejercerían
los cargos de gobernador, alcaldes y regidores, en breves
palabras menciona: “Entonces se apareció el
señor San Diego en San Gregorio Metepec. Después
murió la mujer, a los tres años de que se le
apareció.”(1)
Por la misma fuente se conoce que el poblado pertenecía
en ese entonces a la parcialidad de Ocotelulco y que su primer
santo tutelar fue San Gregorio Magno. Seguramente para aquel
momento, ese doctor de la iglesia tendría bajo su advocación
una pequeña capilla erigida desde el siglo XVI, que
por su cercanía a la ciudad capital tlaxcalteca debió ser
lugar de visita franciscana, dependiente del convento de los
frailes menores de Nuestra Señora de la Asunción
de dicha ciudad.
Pero, además, el milagro apuntado por Sandoval Zapata testimonia un fenómeno
poco frecuente en el entorno de la sociedad novohispana: ¿cómo
la milagrosa aparición de San Diego, relacionada con el milagro de la
sanación de una india tlaxcalteca llamada Jacoba, a principios del siglo
XVII, pudo finalmente sustituir el tutelaje de su primitiva iglesia e impulsar
la edificación del hermoso templo que hoy conocemos, donde como única
huella de su antiguo patronazgo se conserva la hermosa escultura de San Gregorio,
actualmente colocada en un altar lateral? De esta forma, el actual templo está dedicado
a San Diego de Alcalá –monje lego español franciscano, santificado
por su entrega y milagros a los pobres y enfermos, quien murió en 1463
en el convento de Alcalá, España–, advocación que
como se ha indicado está relacionada con el milagro.
No fue sino hasta el siglo XVIII cuando se edificó el
templo que hoy conocemos. Por una inscripción en el
muro exterior, lateral sur de la iglesia, sabemos que la
primera piedra se colocó el 18 de abril de 1736. Otras
fechas localizadas que ayudan a confirmar la época
de la construcción del actual monumento son la del
año 1737, grabada en uno de los tableros del púlpito;
1743, en el dintel de la puerta de la sacristía al
patio; y en una cartela de piedra, en la portada de la iglesia,
se lee la frase “se acabó en 1750”. Todas
ellas indican, en su conjunto, que la obra arquitectónica
se llevó a cabo, con toda seguridad, durante esos
catorce años, es decir, entre los años 1736
y 1750. Otra fecha marcada es la de 1773, en el retablo mayor:
señala la conclusión de la principal obra ornamental
del monumento.
Antecede al templo un pequeño atrio que fue cementerio del pueblo, como
era la costumbre en el periodo virreinal; actualmente está plantado con
naranjos, por ser el árbol que acompaña a la historia y al milagro
de la india Jacoba. Su barda perimetral está ornamentada con merlones
piramidales y posee un arco de ingreso de medio punto, con cornisa y remate.
El conjunto del templo muestra gran mérito artístico. La sencilla
talla de su portada, el programa iconográfico de su retablo y los lienzos
de la pasión de Cristo en la sacristía, son muestras de la presencia
de importantes artistas y artesanos a quienes se les encomendó la obra.
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La obra arquitectónica
La
iglesia, cuya única nave fue trazada de oriente a
poniente, posee una planta de cruz latina, con crucero de
brazos cortos y fue cubierta con una bóveda
de medio cañón. En el crucero fue levantada
una cúpula de
tambor octogonal que va sobre pechinas y está recubierta
en el exterior con ladrillos vidriados de color amarillo
y coronada por un cupulín; tiene
cuatro ventanas que iluminan el interior del templo y que,
al exterior, van enmarcadas y rematadas por pináculos.
Su fachada principal está recubierta
con ladrillo rojo, a manera de petatillo, en la que destaca
una sencilla pero importante portada de piedra. Ésta
es una característica particular
en iglesias de los siglos XVII y XVIII de la región
Tlaxcala-Puebla, y representa una modalidad del barroco en
la cual la unión entre barro y
piedra –argamasa– imprime el contraste y el colorido
en la arquitectura.
La portada
Este importante elemento de la fachada principal recibe e introduce a los feligreses
de Metepec a su templo. Se trata de un buen trabajo en cantera de tonos rosados
y rojizos. La portada está conformada por un cuerpo y un remate. En
la parte baja destaca la puerta de ingreso con un arco de medio punto labrado
con discreto ornamento en su arquivolta y en la cual fue esculpido, en la piedra
clave, un pequeño Niño Jesús salvador del mundo, al que
lleva en una mano, y con la otra bendice. Las enjutas presentan decoración
vegetal que parten de un círculo. Enmarcan a la entrada sobrias pilastras
lisas, cuyo único ornamento es una línea a manera de tablero,
y un entablamento que tiene un friso, a manera de moldura cóncava y
en la cual se marca un extraño ritmo ornamental con grupos de seis incisiones.
Sobre su cornisa existen unos remates que complementan a las pilastras y unas
volutas que hacen la unión de la parte baja con la superior.
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Alrededor de la ventana del coro, el paramento de cantera
terminado en semicírculo contiene significativos detalles
ornamentales labrados en la piedra. Un marco abocinado y
decorado con hojas de acanto, unidas por una guía
vegetal, resalta a la ventana. A ambos lados están
unas pequeñas cartelas con inscripciones; en ellas
se lee la fecha de terminación de la iglesia: “se
acabó (en) 1750”. Más arriba,
y también a cada lado, se hallan unos escudos con
la cruz labrada al centro, la izquierda de tres travesaños.
Sobre la ventana y rematando al conjunto va un pequeño
nicho, delicadamente tallado, donde se aloja una pequeña
escultura del santo patrono del templo, San Diego de Alcalá,
quien lleva en las manos una canastita y una cruz, símbolos
de su don de servicio a los necesitados y de entrega a Cristo.
A ambos lados lo resguardan y destacan dos figuras zoomorfas
de talla popular que representan a unos leones rampantes.
Complementan la fachada dos espadañas construidas en cada extremo, donde
se alojan sendas campanas. Remetida de la fachada se levantó la única
torre, edificada con dos cuerpos y un cupulín y ornamentada con pilastras
adosadas y remates piramidales en las esquinas.
El interior del templo
La única nave de la iglesia está separada
del presbiterio por un arco triunfal en piedra, labrado con
relieves de monogramas de Cristo y María. A lo largo
del tiempo, la iglesia ha sido enriquecida con diversas pinturas,
principalmente del siglo XVIII. Sin embargo, la joya principal
es su retablo mayor. En ambos lados
del crucero se colocaron unos retablos pintados;
son dos grandes lienzos: el derecho, dedicado a la Pasión de Cristo,
con seis escenas representadas; y el izquierdo, el cual muestra
escenas y milagros del santo titular, San Diego de Alcalá.
El retablo mayor
De alta calidad artística y gran significación
histórica, el retablo principal es un digno representante
del barroco de la Nueva España, en la modalidad del
estípite. Fue compuesto de dos cuerpos y un remate,
y cubierto de fino oro de hoja. Se yergue sobre una base
de rica molduración, que sigue un modelo muy abundante
en esta región tlaxcalteca. Sobre la base se eleva
un banco muy ornamentado cuyos macizos se adornan con cabezas
de querubines de las cuales caen follajes. En las partes
del banco que corresponden a las entrecalles del retablo
existen ricas composiciones mixtilíneas que tienen
al centro una forma oval.
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El conjunto está estructurado mediante diez pares
de pilastras estípite, más altas en el primer
cuerpo, menos en el segundo cuerpo y mucho más cortas,
como es lógico, en el remate. Estas pilastras siguen
básicamente el modelo de los estípites de la
capital del virreinato pero aquí presentan un fino
diseño ornamental en el cual privan las formas vegetales
sobre sus cuerpos geométricos. Las cornisas divisorias
de los cuerpos no son continuas sino que se quiebran y abren
al centro de las entrecalles para dar lugar a que crezcan
los grandes y preciosos ramos de hojarasca. La cornisa del
segundo cuerpo tiene movimiento como de guirnalda: sube desde
los capiteles de las pilastras laterales para elevarse elegantemente
por encima del nicho central. La vibración que produce
es intensa pues está constituida por la superposición
de numerosos cuerpos geométricos en planos de profundidad.
Se eleva tanto sobre el nicho central que llega a formar
la peana para el Cristo ubicado en el nicho del remate.
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En las entrecalles se ven, bellamente enmarcados, cuatro
altorrelieves historiados de buena talla y policromía,
donde está representado el milagro hecho por San Diego
de la sanación de la india tlaxcalteca Jacoba. Arriba
a la izquierda se representa la escena en la cual San Diego
cura al indio; en la de abajo a la derecha se le aparece
el santo a Jacoba, en su casa, mientras ella muele en el
metate; en la de arriba a la derecha San Diego le ordena
a Jacoba levantarse; y abajo a la izquierda la escena con
el santo y Jacoba, ya de pie, donde aparece el naranjo y
se vislumbran los volcanes.
En el nicho central del primer cuerpo, donde va un estupendo fanal, se aloja
una imagen de San Diego de Alcalá, santo patrono de Metepec. En el nicho
del segundo cuerpo, con elegante atuendo, aparece la escultura de San Gregorio
Magno, antiguo patrono del lugar. En el último nicho, el del remate, se
encuentra un bello Calvario con las esculturas de Cristo crucificado, la Virgen
María y San Juan, flanqueados por los corazones resplandecientes que se
observan en las terminaciones de las calles laterales.
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Enmarcado por una sencilla molduración, este retablo,
terminado en medio punto, es una joya del barroco tlaxcalteca,
no sólo por su preciosista calidad formal sino por
las razones históricas que lo originaron. De acuerdo
con un documento resguardado en el archivo histórico
de la ciudad de Tlaxcala –del cual existe una copia
en el archivo del templo–, vivía en los terrenos
de la actual iglesia una joven india paralítica a
quien San Diego de Alcalá le hizo el milagro de aliviar.
Ese acontecimiento extraordinario, sucedido en el siglo XVII,
es el que se halla narrado en los relieves historiados que
fueron tallados en las entrecalles del retablo.
Un día –dice
el documento– llegó a
la casa de Jacoba, la india inválida, un indio enfermo
a quien los tíos de Jacoba dejaron vivir en un pequeño
cuarto que había en el patio, junto a un naranjo.
El indio, que dijo ser pintor, se alivió, pero antes
de marcharse dejó pintada una imagen de San Diego
a la que la joven se aficionó devotamente. Un día,
cuando Jacoba molía en su metate, oyó una voz
que la llamaba y le decía que saliera al patio. Finalmente
ella tuvo fuerzas para levantarse y pudo caminar.
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Ese milagro, que causó sensación en todo el
pueblo, hizo cambiar la advocación del templo y que
se colocara bajo el patrocinio de San Diego de Alcalá,
en lugar de San Gregorio.
El milagro que curó a Jacoba tuvo lugar en 1611. El
retablo fue construido, según está inscrito
en la filacteria ubicada debajo del nicho del santo patrón,
en 1773, cuando era fiscal don Miguel Joseph Peres, piadoso
donante de este estupendo retablo.
El retrato de este personaje que mandó construir
el retablo fue pintado en el faldón de la mesa del
altar, en un pequeño medallón al centro, ataviado
elegantemente a la usanza del siglo XVIII, y postrado ante
la imagen de San Diego de Alcalá, quien fue representado
en la pintura con el hábito recamado de oro y un
deslumbrante halo. Seguramente la intención de don
Miguel Joseph Peres fue la de inmortalizar a tan extraordinario
acontecimiento, que tanta fama dio a su pueblo.
Los retablos pintados
Dos magníficos retablos pintados al óleo
sobre grandes lienzos cubren los muros del crucero del templo
de San Diego. El del lado izquierdo está dedicado
al propio San Diego con representaciones pictóricas
de su piadosa vida. El del lado derecho presenta una iconografía
pasionaria.
La importancia de estos retablos pintados radica en su gran
tamaño, en su buen estado de conservación
y en su estupendo diseño, totalmente logrado con
formas de rocalla, repertorio que los sitúa en el último
cuarto del siglo XVIII.
Las formas pertenecientes a la modalidad ornamental conocida
como rococó llegaron a la Nueva España en
la segunda mitad del siglo XVIII y se encuentran combinadas,
con ornamentación propiamente barroca, en muchos
retablos de esa época, pero la mayor parte de las
veces sólo como toques decorativos aislados. Sin
embargo, los retablos pintados de San Diego Metepec, tanto
en su estructura como en su ornamentación, pertenecen
al gusto rococó. Su desconocido autor diseñó pilastras,
cornisas, resaltos y enmarcamientos para las pinturas y para
muchas formas ornamentales accesorias, todo ello dentro
de la modalidad rococó, creando así unos retablos
singulares.
En la Nueva España existieron retablos pintados desde
el siglo XVI: en los primeros años de la evangelización,
antes de poderse fabricar los de madera tallada; y después,
al parecer, porque siendo menos costosos, podían
colocarse fácilmente sobre superficies muy grandes.
Los retablos pintados pueden ser al temple, directamente
sobre el muro, o al óleo, en lienzos que se sobreponen
al muro, como en el presente caso. Su tamaño es muy
variable, lo mismo que su calidad. Por lo general no están
firmados, pero existen testimonios de que pintores de primera
categoría fueron autores de retablos pintados.
Esta iglesia puede vanagloriarse de poseer, además
del hermoso retablo estípite que constituye el altar
principal, dos ejemplares excepcionales de retablos monumentales
pintados.
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El púlpito
Adosado al muro derecho se localiza un púlpito
que, siguiendo una tradición regional, a la manera
de los púlpitos de los conventos franciscanos de
Tlaxcala y de Santa María Atlihuetzia, se talló en
piedra. Actualmente está pintado en tonos vivos.
Tiene en la base un soporte entorchado y un ángel
a modo de atlante que sostiene al cuerpo principal del
púlpito, como también se hizo en San Dionisio
Yauhquemecan. Se compone, en su parte baja, de una media
naranja que resalta cada gajo con un querubín labrado;
un friso de flores hace la unión con la parte superior,
que es octogonal, de caras tableadas y presenta en una
de ellas, en relieve, la figura de San Pedro apóstol.
En el primer tablero se localiza, cincelada, una inscripción
con el año 1737. Es de factura popular pero bien
proporcionado y gracioso. Lo complementa un tornavoz de
madera tallada que, en su cara inferior, muestra en relieve
a la paloma del Espíritu Santo, y en la parte superior
lo remata una esculturita a manera de ángel.
Pinturas de la iglesia
Otro elemento que llama la atención en el templo
de San Diego Metepec es el patrimonio pictórico
que logró conservar. El ciclo que resulta de mayor
interés es sin duda el que guarda en el interior
de su sacristía, donde se aprecia una serie de óleos
con el tema de la Pasión de Cristo, compuesta de
los siguiente pasajes: Ultima cena, Beso de Judas, Coronación de espinas, Calvario con los dos ladrones, María, Magdalena y San Juan, Caída de Cristo y Jesús azotado,
todos ellos pertenecientes al pincel del importante artista
tlaxcalteca Juan Manuel de Yllanes, artista activo en
la zona de Puebla-Tlaxcala entre los años 1773-1787.
En estas obras, Yllanes permite apreciar sus dotes de
buen pintor, sin ocultar su débito con José Joaquín
Magón (poeta y pintor activo en la zona de Puebla-Tlaxcala
entre los años 1754-1803), de quién hasta
la fecha no se ha podido comprobar si fue su discípulo.
Lo que sí se aprecia con facilidad es que Yllanes
tuvo en cuenta, para la composición de su serie
en la sacristía de Metepec, las monumentales pinturas
que Magón ejecutó con el mismo tema para
la sacristía del Santuario de Ocotlán.
Dispersos en diversas secciones de la nave de la iglesia,
pueden apreciarse otros lienzos cuya temática y época
no son uniformes: Los Cinco señores, La
Anunciación, San Pedro da la comunión
a la Virgen –fechada en 1807–, una Virgen
de Guadalupe y, en el sotocoro, dos obras relacionadas
con la devoción de las ánimas del purgatorio
que forman conjunto al lado de dos pinturas más
cuyo tema se refiere a las postrimerías.
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Colgado en el crucero
izquierdo del templo, se conserva otra pintura de singular
interés: se trata de un San
Francisco predicando a los tlaxcaltecas. Dicha obra
no tenía un perfecto estado de conservación:
la tela no se tensaba bien en su bastidor y se apreciaban
en su parte inferior un par de rasgaduras, así como
diversas zonas donde ya se observan desprendimiento de la
capa pictórica.(2) Sin
embargo, el sentido general de su composición,
desplantada en un lienzo de forma horizontal, se comprende
perfectamente: ahí su pintor –por desgracia
desconocido–, delineó lo que sería el
interior de una capilla, en la que desde un púlpito
de madera recubierto con tapicerías, el mismísimo
santo de Asís, con ademán retórico,
dirige su prédica a un numeroso grupo de atentos
indígenas.
A la izquierda, en la porción superior del lienzo, se halla la representación
de un rompimiento de gloria, donde aparece la sempiterna representación
del Espíritu Santo del cual, como las palabras de San Francisco, irradia
una luz que iluminan a la atenta feligresía. Los indígenas forman
un grupo compacto en el cual el artista pintó hombres y mujeres de niños
hasta ancianos, como una fórmula efectiva en la que apenas veintiún
personajes debían representar fielmente a la comunidad de la nueva iglesia
indiana. Por otra parte, la indumentaria del grupo de indígenas pone un
acento especial a la obra, pues resulta un completo muestrario de los elaborados
usos que los tlaxcaltecas debieron conservar desde la antigüedad hasta tiempos
coloniales.
Por sus características formales, esta pintura puede datarse de mediados
del siglo XVII. Su sentido alegórico es muy sugerente, pues si bien la
representación de San Francisco alude a la labor evangelizadora que los
miembros de su orden realizaron desde el siglo XVI, y mantiene algún nexo
formal con el grabado Retórica cristiana de fray Diego de Valadés
(Perusa, 1571), su mensaje no deja de relacionarse con el sentido de “pueblo
elegido” que los tlaxcaltecas promovieron en tiempos coloniales, y que
encontramos patente en otra obra del siglo XVIII debida a Juan Manuel de Yllanes, Santo
Tomás predicando en Tlaxcala, pintura que hoy se conserva en el Santuario
de Ocotlán.
Sin duda, por todo lo mencionado, la iglesia de San Diego en Metepec, Tlaxcala,
forma parte del valioso patrimonio cultural heredado del periodo virreinal de
México.
Inserción en Imágenes: 27.06.06.
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