Las tablas de la conquista en el Museo
Nacional de Bellas Artes de Argentina(1)
América Malbrán
Porto*
amalbranp@gmail.com
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En noviembre de 1997 salió por primera vez de la
Argentina para ser exhibida en el Museo del Carmen de la
ciudad de México la serie de veintidós óleos
sobre madera con incrustaciones de concha nácar perteneciente
a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes
con sede en la ciudad de Buenos Aires. Para muchos fue ésta
la primera noticia de la existencia de las piezas.
El
conjunto de las tablas relata la conquista de México,
desde el desembarco de Hernán Cortés en San
Juan de Ulúa, en 1519, hasta la caída de México
Tenochtitlan y la prisión del último gobernante
indígena, Cuauhtémoc, en 1521. Todo parece
indicar que las imágenes se basan en la crónica
del siglo XVII escrita por Bernal Díaz del Castillo
(foto 1).
El
origen y derrotero de las tablas todavía es incierto,
sin embargo sabemos que llegaron a la Argentina gracias a Alejandro
Mackinlay, quien las compró en Londres, en el siglo
XIX. En 1812, cuando a instancias de Bernardino Rivadavia (2) se
invitó a las provincias y a algunos particulares a reunir
materiales para el Museo de Historia Natural, Mackinlay donó las
piezas para la colección del que sería el primer
museo público argentino, mismo que se ubicó entonces
en el convento de Santo Domingo, en el edificio que se conoce
como la “Manzana de las Luces”.
En 1898 las tablas pasaron a formar parte del recién
creado Museo Nacional de Bellas Artes, situado en aquel tiempo
en las galerías del Bon Marché, donde en la actualidad
se encuentran las Galerías Pacífico. A partir
de ese momento el patrimonio del museo comenzó a
aumentar, tanto por las compras como por las donaciones. En
1909 ya se había incrementado veinte veces, por lo que
tuvo que ser llevado a un nuevo edificio. El inmueble elegido
fue el Pabellón Argentino, una estructura de hierro
y vidrio construida en la Plaza San Martín para representar
a la Argentina en la Exposición Universal de París
de 1889. El Museo Nacional de Bellas Artes funcionó en
ese edificio hasta 1932, cuando su acervo comenzó a
ser trasladado a la Casa de Bombas, su actual ubicación.
Los biombos
Por sus
características, las tablas que nos ocupan pueden ser incluidas
dentro del rubro de los biombos. Éstos se pusieron de moda en la
Nueva España a fines del siglo XVII, siendo comunes aquéllos
con representaciones de batallas, en especial los que se referían
a la conquista de México. De aquel tiempo datan también las
primeras publicaciones de los relatos de Bernal Díaz del Castillo,
Solís y demás cronistas.
De
acuerdo con la enciclopedia Summa artis, el término biombo procede
del japonés byobu,
de byo, “protección”, y bu, “viento”.
En sentido figurado, significa “pantallas de protección
contra el viento”, lo cual indica que el propósito
original del objeto era evitar que el viento soplara en los
cuartos. En efecto, los biombos son pantallas que se doblan
y están hechas de varios paneles unidos decorados
con pinturas y caligrafía, principalmente oriental.
Se usan para separar interiores y espacios privados de un
recinto. El biombo fue introducido en Japón, desde
China, en el siglo VIII, cuando los artesanos japoneses comenzaron
a hacer estas piezas influenciados por los patrones chinos
ya establecidos.
Los
españoles que llegaban a las nuevas colonias, en la
primera mitad del siglo XVI, llevaban consigo el mobiliario
y las técnicas de manufactura que se utilizaban en
España, pero pronto conocieron y apreciaron las magnificas
materias primas que América brindaba. Los primeros
carpinteros y laceros que habían viajado desde la
península para establecerse en las distintas colonias
enseñaron las técnicas que manejaban a los
indígenas, quienes a su vez aportaron sus conocimientos
en el tratamiento de las maderas locales, al igual que sus
modos decorativos con lo que enriquecieron y transformaron
los muebles. De esta manera se crearon bellas obras que volvieron
a España como objetos de lujo.
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En
el siglo XVII nuevos bienes de carácter suntuario
hicieron su aparición en las casas novohispanas, esto
debido a la navegación regular entre la colonia y
las islas Filipinas, lo cual trajo los gustos por los objetos
orientales, principalmente chinos, a los que se sumaban productos
japoneses, hindúes y persas.
Entre estos bienes hizo su aparición el biombo. Pronto
se convirtió en una de las piezas más atrayentes
y parte del menaje doméstico de los siglos XVII y
XVIII. Como menciona Pilar López Pérez, el
biombo “es objeto precioso y curioso, es portador de
mensajes, soporte de representaciones poco usuales, testigo
de la intimidad, amparo y abrigo del ambiente”.
Desde
el punto de vista estructural, podemos encontrar dos tipos
de biombos: los de menor altura, llamados rodaestrados o ruedaestrados.
Generalmente medían de una vara hasta vara y media (3) y
estaban formados por muchos bastidores. Éstos se desplegaban
en los estrados con el fin de dar cierta privacidad al ámbito
femenino.
De
acuerdo con Sebastián de Covarrubias, “el estrado
es el lugar donde las señoras se asientan sobre cojines
y reciben las visitas”. Se trataba de una habitación
de “recibir” que se caracterizaba por estar en
parte ocupada por una tarima, el estrado propiamente dicho. Éste
se cubría con alfombras donde normalmente se sentaban
las mujeres a la morisca sobre almohadones, según
costumbre española de origen islámico que se
mantuvo hasta el periodo Borbón.
También
había biombos más altos, casi todos de dos
metros de altura y de hasta cinco metros de longitud; podían
tener seis, ocho, diez o doce hojas, e inclusive se sabe
de ejemplares con 40 hojas. La gente acomodada los colocaba
en las recámaras y estancias. Sus paneles, diseñados
para separar espacios, enmarcaron lugares de intimidad; fueron
creados para ser incorporados a la vida cotidiana, y poseen
cualidades
técnicas y estéticas propias tanto de un mueble
como de una pintura, con escenas, vistas y decoraciones al
gusto de la época.
Las pinturas que los decoraban presentaban comúnmente
temas profanos, si bien algunas correspondían a escenas
históricas, mitológicas y religiosas. Por lo
general se plasmaban directamente sobre la madera o en lienzo
sobre tabla, aunque también se tienen ejemplares de
cuero y papel. Los temas, además de embellecer los
ambientes, cumplían con una función moral y
didáctica. Las características formales de
los biombos permitieron desarrollar relatos pictóricos
en los que se dio relevancia, como ya dijimos, “a la ‘historia
de la Conquista’ y ‘Encuentro de Cortés
y Moctezuma’, también se incluyeron en sus anversos
vistas de la ciudad virreinal, la Plaza Mayor y lugares vecinos,
advirtiéndose en ellos no sólo las calzadas
y las edificaciones, sino hasta las canoas que surcaban los
canales, y en todo este pormenor, la población reunida,
mezclándose dignatarios con comerciantes, e inclusive
las diversas clases sociales: criollos, mestizos, indios,
mulatos y más, todos en una grata convivencia; de
igual manera en ellos se dio cabida a juegos, desde los prehispánicos,
como los voladores de Papantla, a los mitotes, etcétera”.(4)
Los enconchados
Los biombos no sólo pusieron de moda un nuevo estilo
de vida; también dieron origen a una industria que
habría de producir magníficos ejemplares en
un refinado estilo oriental que se fundía con el gusto
europeo. Una de las técnicas que se aplicaron en ellos
y otro tipo de mobiliario, así como en cuadros, fue
la del enconchado. Esta técnica llegó a
ocupar un espacio preponderante en la pintura suntuaria de
los siglos XVII y XVIII.
Según explica María Concepción García
Sáiz, enconchado es el término que
se aplica para aquellas obras bidimensionales donde se han
incorporado pequeños fragmentos de madreperla.
La técnica, que permitía elaborar objetos de
madera lacada, dorada y con incrustaciones de nácar,
también se conoce como namban o namban-jin. Es
la base de un estilo artístico que se originó en
Japón durante el periodo Momoyama (1568-1614) e influyó en
el arte novohispano, como ya mencionamos, con la fusión
de las técnicas orientales y europeas, las cuales
se pueden apreciar en objetos como arquetas, atriles, oratorios
de viaje, biombos y lacas. En resumen, se puede decir que
se trata de la aplicación de técnicas artísticas
japonesas a objetos occidentales, en particular de uso religioso.
El
término namban-jin fue utilizado por los habitantes de
Japón para referirse, inicialmente, a los portugueses que llegaban
procedentes de Macao y de Malaca y a los españoles novohispanos
que venían desde Manila. En sí, el estricto significado
era el de “bárbaros del sur”, haciendo referencia
a los europeos que llegaban a Japón desde los territorios sureños. (5)
Al principio
los japoneses quedaron asombrados con el mundo europeo que los portugueses
les mostraban. Todo lo que llegaba en los llamados “barcos negros” llamaba
su atención, e inicialmente se abrieron a los nuevos contactos.
Esto facilitó a los misioneros dominicos, agustinos, franciscanos
y jesuitas su establecimiento, con gran éxito en la conversión
de nativos al catolicismo.
Como parte de sus actividades evangelizadoras, los jesuitas
abrieron escuelas donde transmitían conocimientos a los recién
convertidos y les enseñaban diversas técnicas del mundo
occidental. Entre éstas destacaban las relacionadas con las artes
plásticas. Así nació el arte namban, que
podemos decir es de carácter sincrético al fusionar temas
y técnicas japonesas y europeas. Las producciones artísticas
estaban destinadas al consumo local de japoneses convertidos al cristianismo,
así como de las iglesias y los europeos que llegaban a apreciar
este tipo de obras y, más a menudo, recibirlas como regalos exóticos.
El clima de
tolerancia acabó en 1587 cuando el emperador Toyotomi
Hideyoshi puso fin al estado de cosas publicando el primer
edicto de prohibición del cristianismo. Esta decisión fue
resultado de la información que recibió respecto al papel
político y militar que jugaban los misioneros en Manila y que amenazaba
con afectar la soberanía de Japón. La prohibición
no se cumplió de forma estricta hasta que, obligado por una fuerte
tormenta, se dio el arribo del galeón español San Felipe, piloteado
por Francisco de Landa. (6)
Tras enterarse
de los procedimientos de conquista usados por España, Hideyoshi empezó a
considerar a los misioneros como la avanzada de un ejército invasor.
Inmediatamente ordenó la
expulsión de toda la tripulación del San Felipe,
incluido su capitán, e inició las campañas de persecución
contra las órdenes religiosas españolas. Todos los frailes
europeos y los cristianos japoneses fueron expulsados,
mientras que algunos
novicios jesuitas –los “mártires japoneses”– fueron
crucificados. En 1596 el cristianismo fue oficialmente
prohibido en Japón. (7)
A partir de ese momento se ordenó destruir cualquier objeto relacionado
con el cristianismo que se encontrara en el territorio japonés.
Fue entonces cuando se dio la migración de pintores de la escuela
tradicional japonesa hacia Manila, Macao y la Nueva España. Ya
establecidos en el territorio novohispano instituyeron el estilo namban característico
del virreinato. Con él produjeron obras de gran calidad y objetos
suntuarios de usos variados.
Características de las tablas
Como ya se
mencionó, la colección que nos ocupa comprende veintidós
tablas enteladas, de 100 x 50 cm, pintadas al óleo, con incrustaciones
de concha nácar. Éstas relatan de manera progresiva algunos eventos
relacionados con la conquista de México y están firmadas por Miguel
González fat.
Mucho se ha discutido la nacionalidad de este pintor. Algunos autores, como Manuel Toussaint,
han insistido en el españolismo de González, ya que consideran
que su estilo es absolutamente distinto de lo que se pintaba en la Nueva España
durante ese periodo. Sin embargo, otros autores, como Elsa Cecilia Frost, sostienen
que es probable que Miguel González, junto con su hermano Juan González,
fueran novohispanos o bien residentes de la Nueva España.
Las distintas
escenas presentadas en las tablas llevan una secuencia narrativa que evidentemente
está inspirada en la Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, con la que
guarda analogías, “e inclusive algunas representaciones iconográficas
parecen más una trascripción pictórica de las descripciones
que hace ese autor que la pintura de objetos conocidos o inventados”. (8) Tal
es el caso del ídolo que se encuentra en la parte superior de la representación
del Templo Mayor de Tlatelolco (foto 2).
Cada tabla
está coronada por una cartela central que enuncia el episodio
representado y, a la vez, refuerza el carácter narrativo de la pintura
que por lo general está constituido por tres escenas cuya lectura se debe
realizar de abajo hacia arriba. (9) Las
incrustaciones de nácar generan una luminosidad especial al conjunto,
aunque en la mayoría de los casos la veladura que cubría y detallaba
los ropajes ha desaparecido (foto 3).
El margen superior y parte de los márgenes laterales de cada tabla están
bordeados por una guarda que en la parte superior forma un semicírculo
de fondo rojo y negro decorado con pájaros y flores.
Para su estudio, las tablas deben ser consideradas como una unidad y, a la vez,
como un conjunto. Acerca de su disposición, es importante tener en cuenta
que no hay ningún elemento que señale la secuencia que deberían
presentar. Por esta razón se ha optado por el orden cronológico
de los eventos, conforme a la propuesta de Marta Dujovne.
La imágenes se inician con la llegada de Cortés a San Juan de Ulúa,
donde es recibido por el embajador Tendile con un presente. A partir de aquí se
suceden los distintos eventos de la conquista, hasta el encuentro con Moctezuma.
Posteriormente ocurren las distintas batallas que culminarán con la prisión
de Cuauhtémoc y la caída de México Tenochtitlan (foto 4).
En la representación de las batallas el artista ha intentado plasmar con
detalle la crudeza de estos sucesos. En las tablas se observan cuerpos cercenados
de hombres e inclusive de caballos (foto 5).
Tal parece
que este conjunto de tablas estuviera constituido originalmente por 24 paneles,
de los cuales faltarían dos, mismos que Eduardo Schiaffino, primer director
del Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina, trató de localizar
sin éxito.
De
una de estas piezas se sabe que relata la visita de Moctezuma
a Cortés en los aposentos del conquistador. Es
probable que la tabla haya sido ofrecida en venta al
Museo de América de Madrid, en cuyo archivo se
encuentra la fotografía original. Sin embargo,
nunca fue comprada por el museo y se desconoce su paradero.
Todo parece indicar que la otra pieza extraviada describe
la prisión de Moctezuma. Esto se deduce de la
comparación de estas tablas con las demás
series de enconchados de la conquista de México
existentes en museos y colecciones privadas.
Tal vez algún día la serie del Museo Nacional
de Bellas Artes de la Argentina se pueda encontrar con
sus tablas hermanas extraviadas. Mientras tanto, esperemos
que se hallen en buenas manos.
Bibliografía
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El arte namban en el México virreinal”,
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vol. LVI, núm. 3, pp.1043-1067.
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siglo XVII”, en Boletín INAH,
Instituto Nacional de Antropología e Historia,
núm. 21, septiembre, pp. 33-37.
Dujovne, Marta, 1972. La conquista de México
por Miguel González, Buenos Aires, Museo
Nacional de Bellas Artes.
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nuevas obras de arte namban en Sevilla”,
en Revista Laboratorio de Arte, Universidad
de Sevilla, núm. 19, pp. 495-502.
Frost, Elsa Cecilia, 2007. “Los enconchados:
evocación de mar y tierra”, en Revista
Museo Soumnaya, enero, pp. 5-7.
García Barragán, Elisa, 2003. “La
plástica mexicana: transculturación e
identidad”, en Iberoamérica mestiza.
Encuentro de pueblos y culturas, Víctor
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pp.67-84.
Ichikawa, Shin-ichi, 2004. “Los galeones de
Manila y los gobernantes japoneses del siglo XVII”,
en Bulletin of the Institute for Mediterranean
Studies, Tokio, University de Waseda, núm.
2, marzo, pp. 1-13.
López Pérez, María del Pilar,
1998. “Itinerario entre la realidad y la intimidad.
Biombos coloniales. Pinturas inéditas de la
vida diaria virreinal”, en Revista Credencial
Historia, especial Biombos, Bogotá, Colombia,
Biblioteca Virtual del Banco de la República,
edición 105, septiembre.
Silva, José de Santiago, 1976. Algunas
consideraciones sobre las pinturas enconchadas del
Museo Nacional de Historia, México, Instituto
Nacional de Antropología e Historia.
Toussaint, Manuel, 1952. “La pintura con incrustaciones
de concha nácar en Nueva España”,
en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas,
UNAM, núm. 20, pp. 5-20.
Inserción en Imágenes:12.10.10
Fotos: María Eva Bernat.
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