Arturo
Pascual Soto **
pascual@servidor.unam.mx
Varios
autores, Museo de Murales Teotihuacanos Beatriz de
la Fuente, Instituto de Investigaciones Estéticas,
México, 2007, 240 pp.
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El final de la Era teotihuacana dio paso a un complejo proceso de redefinición
cultural que estimuló, a lo largo y ancho de Mesoamérica,
la expresión de manifestaciones de carácter regional. Se
trataba de una profunda revisión del sustrato cultural común
que además ahora alentaba la reivindicación de capítulos
enteros de la cultura local, precisamente aquella que heredada del período
Formativo había enmudecido por tanto tiempo frente al auge de la
imponente Teotihuacan. Era el momento justo como para reinventar localmente
ese patrón de vida civilizada que compartían tantos pueblos,
de expresarlo desde una perspectiva única e irrepetible. No se
trataba de renunciar a un patrón pan-mesoamericano sino de acotarlo
en su justa medida y definirlo sobre la base de aquello que a partir de
este momento le sería único y singular. Por supuesto, dicho
proceso se acompañó de una nueva experiencia de orden político
que probablemente condujo a desencuentros entre las distintas ciudades.
No es que no los hubiera antes, pero el papel que jugó Teotihuacan
como integrador del área y catalizador de las diferencias políticas
no pudo ser repuesto en su totalidad. Con todo, pese a sus
muchas rivalidades, compartían un sustrato cultural común
en buena medida heredado de la otrora novedosa experiencia cultural teotihuacana.
En efecto, más
allá del Valle de Teotihuacan, su civilización terminó por
extenderse desde los bosques de coníferas del Altiplano Central
hasta las selvas tropicales de los litorales centroamericanos. Lo "teotihuacano",
es decir, todo aquello que señalaba su cultura -sin importar el
lugar del territorio desde donde se mirara- apuntaba siempre hacia el
mismo origen, hacia la gran metrópoli del centro de México
y hacia un estado concreto de la civilización del México
antiguo. Teotihuacan se había convertido en el signo mismo de la
modernidad.
Si algo puede decirse de los procesos sociales que se daban cita en ella
es su marcada tendencia hacia la centralización del poder político.
Sólo así podría entenderse el concierto de las transformaciones
urbanas que la convirtieron en la gran urbe de Mesoamérica y –por
supuesto- el singular estatuto de sus murales.
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Aquellas
magníficas
obras de arte,
las que embellecieron
en toda época
los templos
y conjuntos
residenciales
de la ciudad,
eran –a
todas luces-
el sustento
material de
un complejo
de nociones
que formaban
parte de un
más amplio
modelo ideológico-cultural.
En ellas no
se había
dejado nada
al azar. El
estilo artístico
imperante no
sólo
modelaba el
aspecto material
de los signos
que participaban
en su construcción
conceptual sino
que también
los identificaba
como el producto
que eran de
un momento particular
e irrepetible
de la civilización.
Pintar era algo
muy serio; era,
sin menoscabo
de sus valores
estéticos,
un acto concreto
de comunicación
que exhibía
una clara voluntad
de trascender,
de perpetuarse
en el tiempo.
La escultura
se convertiría
en la voz de
la ciudad, en
el paradigma
de otros sistemas
de signos de
Mesoamérica
y en la depositaria
de una invaluable
información
que da cuenta
de la estructura
del pensamiento
simbólico
de aquella antigua
gente, esto
es, de su manera
de razonar y
de comprender
el Universo.
Como podrá verse,
se trataba de
una tarea que
en realidad
dejaba poca
libertad a los
artistas puesto
que en sus obras,
donde no gobernaba
el campo de
lo conceptual,
se imponían
con absoluto
rigor las reglas
del estilo artístico.
Al
mundo apasionante
de los murales
teotihuacanos,
de las artes
plásticas
de una civilización
extinta y al
estudio de los
testimonios
fragmentarios
de un pensamiento
simbólico
que caló profundamente
en la identidad
cultural de
Mesoamérica,
se vincula la
parte más
reciente del
valiosísimo
legado académico
de Beatriz de
la Fuente: investigadora
emérita
del Instituto
de Investigaciones
Estéticas
y universitaria
ejemplar.
Especialista
en arte prehispánico,
logró hacer
comprensibles
a los seres
humanos de nuestra
Era las imágenes
que se reunieron
de antiguo en
los muros pintados
de Teotihuacan.
A su alrededor
se convocaron
otros académicos
y no menos instituciones
en un esfuerzo
mayúsculo
y sin precedentes
por estudiar
y preservar
los murales
del pasado.
Poco a poco,
en el seno del
Seminario la
Pintura Mural
Prehispánica
en México
fue cobrando
forma un catálogo
exhaustivo y
un volumen de
estudios que
dan cuenta pormenorizada
de tan singulares
obras de arte.
Los volúmenes
de Teotihuacan,
acompañados
de un espléndido
registro fotográfico
de los murales,
encabezaron
la serie de
publicaciones
que con los
mismos objetivos
y metas hicieron
propios el mundo
maya y los muros
pintados de
la antigüedad
oaxaqueña.
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Con
una perspectiva que ahondaba en
la integración plástica
de arquitectura, escultura y pintura
y que además atendía
puntualmente a las magnitudes temporales
de sus manifestaciones conjuntas,
dio vida –si se me permite
la expresión- a una
concepción diferente y mucho
más justa de esta suerte
de trinomio que subyace y se funde
en las obras de arte de las ciudades
de Mesoamérica. Alguna vez
su presencia y ahora ciertamente
su recuerdo, su obra, no han dejado
de animar toda una serie de iniciativas
que tienden a profundizar en el
estudio y en la conservación
de este insustituible legado cultural
de los mexicanos. El
Museo
de Murales Teotihuacanos es
justo una de estas iniciativas,
la que simplemente no podría
explicarse si es que no tuvieran
de fondo una labor académica
excepcional como la de Beatriz
de la Fuente. El Instituto Nacional
de Antropología e Historia,
uno de sus más formidables
aliados, honra su memoria al hacer
de este magnífico museo
la mejor muestra de su reconocimiento
y admiración. En la concepción
y puesta en marcha del museo ha
trabajado una nueva generación
de universitarios, muchos discípulos
de doña Beatriz, encabezados
en esta última etapa por
María Teresa Uriarte y Tatiana
Falcón, amigas y colegas
con quienes tuve y sigo teniendo
el honor de participar en el Seminario
la Pintura Mural Prehispánica
en México. No me cabe duda
de que en sus salas de exhibición
continúan presentes todas
y cada una de las enseñanzas
de Beatriz de la Fuente pero de
manera muy particular permanece
en ellas esta innovadora perspectiva
de estudio que reivindica la unión
perfecta de la arquitectura, la
escultura y, por supuesto, de la
pintura mural.
El
libro colectivo cuya aparición hoy celebramos y que ahora
nos congrega en este auditorio de la Coordinación de
Humanidades, constituye una justa prolongación de esta
visión integradora del arte prehispánico. En sus
varios capítulos se han reunido con éxito distintos
acercamientos a la pintura mural de Teotihuacan. Precedidos
por un artículo de calidad excepcional que se debe a
la pluma de Beatriz de la Fuente y que María Teresa Uriarte
ha recuperado con gran tino en esta publicación, hace
argumentos y reflexiona en torno a esta idea fundamental sobre
la necesaria convergencia de las obras de arte en los espacios
visuales de Mesoamérica. En seguida se ordenan varios
artículos, algunos originales y otros más reeditados,
que muestran en su conjunto una de las características
académicas que hacen única la estructura de investigación,
la columna vertebral del
Proyecto la Pintura Mural Prehispánica
en México y que corre en el sentido de una
cuidadosa aproximación de carácter interdisciplinario
al objeto de estudio. Es así que la religión teotihuacana,
sus rituales, la ciencia astronómica, la arquitectura,
los temas de la pintura mural, sus materiales y técnicas
son motivo de particular atención en las páginas
de este impecable volumen a cargo de los más destacados
especialistas en la materia. Todos ellos, en muchos sentidos
también todos nosotros, compartimos una misma deuda de
gratitud con Beatriz de la Fuente, puesto que alguna vez juntos
o cada uno a su tiempo nos nutrimos de igual forma de sus generosas
enseñanzas en las sesiones del Seminario.
La
edición
bilingüe
de esta
obra indispensable
y cómplice
perfecto
en la visita
al
Museo
de Murales
Teotihuacanos se
acompaña
de una
ilustración
resuelta
de manera
inmejorable
gracias
al esmerado
diseño
editorial
de Margen
Rojo. Hay
en estos
murales
el testimonio
elocuente
de una
civilización
que por
distintos
causes
logró la
inimaginable
empresa
de integrar
la expresión
plástica
de Mesoamérica.
Son ellos
parte esencial
de la vocación
de estudio
de nuestro
Instituto,
de nuestra
razón
de ser
a los ojos
de la Universidad.
Su necesaria
preservación
nos convoca
a seguir
adelante,
a sumar
esfuerzos
para comprenderlos
y conservarlos
con la
entrega
y dedicación
que hoy
inspira
en nosotros
la obra
de Beatriz
de la Fuente.
Ir a Museo de Murales
Teotihuacanos Beatriz de la Fuente por Eduardo Matos
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Inserción en Imágenes: 08.08.07.
Foto de portal: procesión de sacerdotes sembradores.