Alberto
Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
Jorge
Bravo**
beltmondi@yahoo.com.mx
La vida empieza en lágrimas
y caca…
Quevedo
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Hace ya 22 años que Alfredo López Austin
y Francisco Toledo conjugaron investigación histórica
y arte en un libro inusual: Una vieja historia de
la mierda (Ediciones Toledo), enmarcada en el contexto
cultural indígena, a partir de crónicas,
testimonios y documentos de variadas culturas del México
antiguo. Ahora la obra es publicada bajo el sello del
Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA)
y Le Castor Astral (2009). “Cómo era posible
que nunca antes se me hubiera ocurrido escribir sobre
el tema”, se reprochó a sí mismo
López Austin cuando el pintor juchiteco le propuso
escribir sobre la mierda en 1986, que dos años
más tarde saldría a la luz ilustrado con
viñetas y dibujos del propio Toledo.
La
tarea de lectura y relectura de textos indígenas
sobre el tema debió ser ardua, porque el libro
reúne una amplia recopilación de referencias
sobre la mierda entre los antiguos mexicanos. La interpretación
de los textos originales es mínima porque las
indagaciones de López Austin (Hombre-Dios,
Los mitos del tlacuache…), investigador del
Instituto de Investigaciones Antropológicas de
la UNAM, reflejan el interés por entender la cultura
prehispánica desde su propia visión, penetrando
en las profundidades y complejidades indígenas.
Es así como nos enteramos de los variados significados
que tuvo la mierda entre las culturas precolombinas y
de que, muchos de ellos, prevalecen en nuestra cultura
mestiza.
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Tal es el caso, por ejemplo, de que entre los otomíes del sur
de la Huasteca soñar que se desea excremento significa que alguien
te calumnia; la asociación es lógica y todavía
hoy en día decimos que “alguien te echa mierda”,
te injuria o embusta. Como se desprende de algunas referencias nahuas
y zapotecas, la obesidad no estaba muy bien vista en aquellas sociedades:
estar gordo de caca equivalía a ser una persona perezosa.
El
libro de López Austin-Toledo bien podría titularse
Una
vieja historia cultural
de la mierda; por eso el “morbo” inicial
que suscita el tema cede rápidamente su paso a la entrada en materia
de varias culturas mesoamericanas y el tratamiento que éstas le
dieron a la mierda en la vida cotidiana, la religión, la medicina
y la literatura. Son culturas que no comprendemos del todo y que requieren
de un conocimiento especializado para captar la compleja cosmogonía
prehispánica, dentro de la cual tiene un nicho destacado la caca,
que también, en esas instancias, se considera “serpiente
oscura”. Las indagaciones de López Austin nos revelan que
el estudio de los excrementos y de los desechos corporales también
permiten acercarnos al conocimiento de las culturas precolombinas en
su sentido más amplio. Como bien saben los médicos, mediante
el análisis cuidadoso de las excrementos se puede llegar a la
diagnosis y al conocimiento de la salud y la enfermedad de los seres
humanos.
En
un reciente artículo publicado en el número
89 (2006) de la revista especializada
Anales del Instituto
de Investigaciones Estéticas, el propio López
Austin explica su metodología: “Como historiadores
de la tradición religiosa mesoamericana debemos
explorar las distintas formas de expresión de la
antigüedad, tendiendo entre ellas los lazos que permitan
potenciar los resultados del estudio. Obviamente uno de
los más productivos, es el lazo que se tiende entre
la iconografía y la mitología. Tanto las
representaciones visuales como las creencias y la narrativa
míticas pertenecen a campos de acción específicos
y están regidas por normas particulares de producción,
pero todas ellas surgen de la misma fuente –el macrosistema
que llamamos cosmovisión– y se vinculan permanentemente
en el ejercicio social.”
Aunque
se trata de una historia fragmentada en la cual el personaje
principal es el desecho que sale de esa otra boca que es
el ano, precisamente por ello nos percatamos de que las
referencias encontradas por el investigador son tantas
y en distintas culturas prehispánicas que no es
posible escribir una historia como si fuera una trama con
principio y final, sino que está armada con fragmentos
de relatos, pequeñas historias y testimonios. Es
una vieja historia no narrada aún en su totalidad
porque la popó (como también la nombramos)
es antiquísima, acompaña al ser humano desde
su aparición en la Tierra, de inmediato se
culturizó y
no ha dejado de escribir ella misma su historia.
En
1968 Octavio Paz ya se había aproximado al tema
en su ensayo
Piras, mausoleos, sagrarios; se inspira
en un grabado de José Guadalupe Posada, el de una
criatura enana que tiene otro rostro en una nalga. Sin
embargo, la cultura prehispánica y sus referencias
no están presentes en la prosa de Paz y el ensayo
está cargado de cierto occidentalismo inevitable
que incluye al protestantismo y el psicoanálisis
a través del análisis de Norman O. Brown,
quien considera que “la visión excremental
constituye la esencia simbólica y, por tanto, jamás
explícita, de la civilización moderna”.
La
mierda –caca, como le decimos con más frecuencia
en México;
cuítlatl, en antigua
lengua nahuatl– en el mundo prehispánico integra
un catálogo pleno de simbología. En su momento
López Austin nos proporciona un glosario de términos
en lenguas precolombinas y su referencia en español
no sólo a la mierda sino a otras secreciones que
emanan de los orificios corporales. En las culturas prehispánicas
la caca estuvo asociada al asco cotidiano –que es
una emoción cultural, según nos revela William
Ian Miller en su
Anatomía del asco (Taurus,
2000)–, pero también a la cura o sanación
de ciertos padecimientos, a la muerte e incluso a la divinidad,
de tal manera que percibir cierta hediondez, entre los
antiguos nahuas, significaba que se peyó el dios
Tezcatlipoca. O bien, las dos franjas amarillas que cruzan
el rostro azul de Huitzilopochtli son “hechuras de
niño”.
López Austin
y Paz coinciden, cada uno por su lado, en que la mierda simboliza riqueza y divinidad:
metales preciosos, oro y plata. El historiador revela que para los mesoamericanos
los minerales eran los excrementos de los dioses. “
Ta’kin llaman
los mayas yucatecos al oro, ‘mierda del Sol’;
ta’ú llaman
al plomo, ‘mierda de la luna’. Los conquistadores tarascos, al ver
su botín de guerra, dijeron del oro que era el estiércol que el
Sol echa de sí, y de la plata, el de la Luna. Compartieron la concepción
de los antiguos nahuas, para los que el oro y la plata eran ‘la amarilla
mierda divina’ y la ‘blanca mierda divina’.”
El poeta, en
cambio, siguiendo a Brown, anota
in extenso en su ensayo mencionado: “Por
lo que toca a las imágenes míticas, señalo que si el sol
es vida y muerte, el excremento es muerte y vida. El primero nos da luz y calor,
pero un exceso de sol nos mata; por tanto, es vida que da muerte. El segundo
es un desecho que es también un abono natural: muerte que da vida. Por
otra parte, el excremento es el doble del falo como el falo lo es del sol. El
excremento es el
otro falo, el
otro sol. Asimismo, es sol podrido,
como el oro es luz congelada, sol materializado en lingotes contantes y sonantes.
Guardar oro es atesorar vida (sol) y retener el excremento. Gastar el oro acumulado
es esparcir vida, transformar la muerte en vida (…) La ambivalencia del
excremento y su identificación con el sol y con el oro le dio una suerte
de corporeidad simbólica –ora benéfica, ora nefasta– lo
mismo entre los primitivos que en la antigüedad y en el medievo.” Como
podemos apreciar, el hombre y la mujer contemporáneos, aunque no lo manifestemos
constantemente, poseemos nuestra propia cultura sobre la mierda. Sólo
expresamos esta cultura a través de alusiones verbales.
Ciertas “supersticiones” o
simbologías prehispánicas estaban asociadas con pisar una caca
(actualmente se cree que es de mala suerte); o bien, el pecado sexual era un
terrible oprobio excrementoso: en algunas narraciones orales y escritas, a las
prostitutas se las insulta llamándolas “mierduchas”.
En la cultura
occidental semejantes ofensas asociadas con los desechos digestivos ya se encuentran
en estampas europeas con imágenes escatológicas en pleno protestantismo
(por cierto, Lutero recibe la revelación en la letrina,
eureka excrementicia,
lo que significa que la caca también es creatividad). Es famoso el grabado
Las
armas papales profanadas del Taller de Lucas Cranach (1545) en el cual los
campesinos hacen sus necesidades en la tiara papal; también se alude a
la caca en una estampa anticlerical de la Revolución Francesa (1791) en
la cual el
breve papal se utiliza como papel higiénico ante la
mirada atónita de algunos observadores (Gombrich). Por otra parte, en
México (y posiblemente en otras latitudes) existen ciertos rituales extraños
entre los maleantes, quienes después de cometer su hurto, dejan en el
lugar de los hechos senda mierda cuyo significado para el agraviado resulta aún
más obvio.
La comida también
tiene relación con la mierda: si somos lo que comemos… también
somos lo que cagamos; por eso, narra López Austin, “los mochós
[de Chiapas] aseguran que el maíz no produce mierda: es
el alimento;
no hay distancia entre el grano de maíz y la carne del hombre”.
Digamos que el excremento es desecho pero también fertilidad. Los olmecas
ingerían semillas de algún fruto y después las obraban. “Secas
y desmenuzadas las heces, colocado su polvo en bateas, las mujeres separaban
con suaves movimientos las semillas negras del resto de la materia. Echaban después
brasas entre los granitos que, tostados así y molidos, proporcionaban
nuevo deleite al paladar.” Existen versiones de que los árboles
de capulín no crecen al sembrar la semilla en la tierra, sino que es menester
que alguien zurre la pepa para que ésta germine. Las cacas de borrego
sirven para abonar la tierra y para que se dé bien el fruto.
El excremento,
nos revela López Austin, también es alimento de los difuntos y
entre los antiguos mexicanos la muerte se transforma en vida. El mundo subterráneo
es apestoso. Entre los nahuas del Altiplano “El Mictlán es un sitio
de inversión. La muerte se acentúa en el ámbito del alimento.
Allá se ingieren restos, desechos. Se incorpora a los difuntos lo que
es ya parte de su naturaleza: el excremento. Porque son los difuntos mierda de
la superficie de la Tierra.” Los aires de la Tierra son emanaciones de
los difuntos.
La caca de algunos animales, preescrita de manera adecuada por médicos-sacerdotes,
puede sanar la enfermedad. La mierda está asociada al conocimiento y la
sabiduría de un pueblo por los usos que de ella se hagan. En México-Tenochtitlan –revela
Bernal Díaz del Castillo– existían
nemanahualcalli o
axixcalli,
privados (¿letrinas?) a los lados del camino a los cuales podían
acudir los viandantes para aliviar el vientre. El libro de López Austin
nos revela un sinfín de imágenes y testimonios en torno a este
poco abordado tema.
Las viñetas y pinturas de Francisco Toledo salpicadas (o mejor: dejadas
en las páginas como si fueran cacas) nos recuerdan que nada en la mierda
nos es ajeno. Eso que quisiéramos desechar, alejar o esconder siempre
está presente. Forma parte de nuestra cultura. Deberíamos considerarla
con mayor naturalidad y las personas comunes y corrientes podríamos apreciarla
con mayores datos científicos. No es sólo un desecho corporal.
Es un desecho culturizado, incluso
ritualizado y hasta materia prima
del arte, como demuestra Toledo. Por eso, el arte no ha sido omiso a semejantes
excrecencias. A las viñetas que ilustraron el texto original de 1988,
se suman 16 pinturas en color que ocupan las páginas centrales del libro.
De éstas, ocho proceden del catálogo
Francisco Toledo. Los
cuadernos de la mierda, publicado por el Museo de Arte Contemporáneo
de Oaxaca con motivo de la exposición homónima que dicha institución
albergó en 2001. Perros, esqueletos y figuras humanas –embarrados
de tonos ocres y amarillos– evacuan el vientre como si este mundo fuera,
en última instancia, un gran estercolero. También con la caca puede
hacerse arte.
La mierda parece ser una preocupación habitual en el arte contemporáneo.
En la instalación
Taller de arcilla,del artista alemán
Joseph Beuys, el creador decora el piso de su “taller” con mierdas;
sin orden pero con cierta secuencia, alejadas pero que se perciben cercanas por
un aroma que es posible imaginar, un sendero de cacas acompaña el trabajo
del artista, rodeado, por su parte, de una variedad de objetos esparcidos por
el suelo. Pareciera como sí, en espera de la musa de la inspiración
(cual Lutero), Beuys haya permanecido durante semanas defecando creatividad que
sólo ha podido materializarse en cierta consistencia pastosa y humeante.
El libro de López Austin-Toledo revela aspectos fundamentales de una cultura
que a todas luces resulta más amplia y profunda que el simple tema de
la caca.
Inserción en Imágenes: 15.01.10.
Foto de portal: viñeta de Francisco Toledo.
Las primeras
seis ilustraciones son tomadas del libro Una
vieja historia de la mierda.