Oficio de templanza
José Rubén Romero*
jgalvan@servidor.unam.mx
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El Códice florentino
El oficio de traductor es una especialidad. Nos percatamos
claramente de ello cuando leemos cualquier libro que no fue
escrito en nuestra lengua materna. Lo es aún más
cuando se trata de hacer la paleografía de documentos
antiguos, de inconmensurable valor histórico y cultural.
La paleografía (del griego palaios, antiguo,
y grafae, escritura) es el estudio de la escritura
antigua; es la ciencia que tiene por objeto conocer y descifrar
los manuscritos de épocas anteriores a la nuestra. El Códice
florentino es uno de esos textos indispensables para conocer
y comprender a los antiguos mexicanos.
El Códice
florentino es la obra monumental
de fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), misionero
franciscano que en 1558 recibió de fray Francisco
de Toral, provincial del Santo Evangelio, la orden de indagar
acerca de la cultura y la lengua de los pueblos nahuas. El
resultado de esa investigación fue la transcripción
de la mayor parte de los textos en náhuatl reunidos
por Sahagún y sus discípulos, en un extensísimo
documento con caracteres latinos que contiene dos columnas:
una en lengua náhuatl y otra en español.
El
texto en castellano “no literal sino parafrástico” –de
acuerdo con Miguel León-Portilla– es lo que
se conoce como la Historia general de las cosas de la
Nueva España del mismo fray Bernardino. La obra
antigua y original se conserva en la Biblioteca Medicea-Laurenziana
de Florencia, Italia. La encuadernación consta de
cuatro volúmenes de impecable escritura, integrada
a su vez por doce libros. Durante mucho tiempo las ediciones
de que dispusimos en México provenían de una
copia del Códice florentino que se encuentra
en el convento de San Francisco de Tolosa, en España.
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Si bien no son idénticas las partes española
e indígena, los asuntos de lo que trata el documento
son los mismos en una y otra versión. Fray Bernardino
de Sahagún estructuró la información
que le proporcionaron sus informantes indígenas
de manera descendente, con base en la concepción
aristotélica imperante en la época: los dioses
prehispánicos; calendario, fiestas, ceremonias y
sacrificios; principio de los dioses; astrología
judiciaria o arte de adivinar; agüeros y pronósticos;
retórica, filosofía moral y teología;
astrología natural; reyes y señores; comerciantes;
vicios y virtudes de la gente; propiedades de la naturaleza
y, finalmente, testimonios obtenidos de ancianos nahuas
sobre la conquista de México.
Aunque ya conocemos el contenido del texto, es importante contar con la traducción
de la parte náhuatl porque en ella existen muchos asuntos y elementos
que fray Bernardino no quiso incluir en la parte española. La versión
en castellano serviría para dar cuenta a los lectores europeos de lo que
contenía la versión en náhuatl.
A
lo largo del documento se halla distribuida una serie de viñetas y de ilustraciones a color de muy buena
factura. Se trata de ilustraciones restringidas en el sentido
de que tienen un diálogo directo con el texto en náhuatl
y castellano, pero no proporcionan información adicional
a la que el documento contiene en el discurso. Son más
bien un complemento del texto.
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El humanista
Desde su llegada a México, en 1529, fray Bernardino de Sahagún
se ocupó de las tareas de evangelización. De inmediato estableció contacto
con los indígenas de la Ciudad de México, Xochimilco, Tlalmanalco,
valle de Puebla y Santiago Tlatelolco. Fue así como muy pronto aprendió la
lengua náhuatl y se adentró en el conocimiento de la cultura de
los pueblos originarios, pues creía que sólo de esa manera lograría
su conversión al cristianismo. En 1536 participó en la fundación
del Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, bajo el patrocinio de Carlos
V. El propósito era educar a jóvenes nahuas de las familias principales
de la región central para que influyeran más tarde en sus respectivas
comunidades. Se impartían las disciplinas del trivium (gramática,
dialéctica y retórica) y el cuadrivium (aritmética,
geometría, astronomía y música), además de materias
como la farmacopea tradicional y pintura.
Muy pronto, en 1540, escribió un sermonario, y en 1546 recuperó cuarenta
discursos antiguos conocidos como huehuetlatolli, seguramente impactado
por la riqueza, sabiduría y profundidad de los conceptos que allí se
conservaban. Esos testimonios finalmente quedaron incluidos en el Libro Sexto
de su Historia general de las cosas de la Nueva España.
Sus antiguos alumnos indígenas del Colegio de Tlatelolco auxiliaron a
fray Bernardino en la investigación y realización del Códice
florentino; como amanuenses y/o como “asistentes” indagaban
con base en cuestionarios que el fraile franciscano formuló para aplicarlos
a sus informantes. Los nombres de sus cuatro discípulos más allegados
fueron Antonio Valeriano, de Azcapozalco; Martín Jacobita y Pedro de Sanbuenaventura,
de Tlatelolco, y Alonso Bejarano de Cuauhtitlán.
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Todos los informantes provenían de las clases superiores
de la sociedad prehispánica. Sahagún entendió que
la forma más fidedigna de comprender la cultura y
la religión de los antiguos mexicanos era recurriendo
a la oralidad de quienes poseían el mayor cúmulo
de información sobre sus propios pueblos y costumbres:
los más ilustrados, los ancianos y sabios nahuas de
varios lugares del altiplano central como Tepepulco, Tlatelolco
y México Tenochtitlan.
Precisamente por el carácter culto de los informantes, el náhuatl
que encontramos en el texto sahaguntino es elegante y con vastos elementos retóricos.
En ello reside la importancia lingüística de la obra sahaguntina.
Así pues, no puede sino reconocerse el enorme e indudable mérito
de fray Bernardino de Sahagún, quien sin ser antropólogo ni contar
con las herramientas especializadas de la investigación de las que hoy
en día disponemos, supo indagar diseñando esquemas y cuestionarios
pertinentes; pero además, supo a quiénes interrogar para entrar
en conocimiento de la cultura y de la religión indígenas. Es por
lo anterior que a Sahagún se le ha dado en llamar “padre de la antropología
en el Nuevo Mundo”.
Su interés acerca de determinados aspectos de la religión prehispánica
lo llevó por interesantes vericuetos que rescató en el Códice
florentino. Igualmente arduo fue el proceso de selección, evaluación
y ordenamiento de la información, para finalmente estructurar y construir
el texto con base en el esquema aristotélico que fray Bernardino conocía
perfectamente.
No obstante, en la obra permaneció la visión
de un fraile español, de enorme apertura de espíritu,
gran inteligencia y magnífica formación humanística,
pero anclado a su concepción del mundo judeocristiano.
Lengua náhuatl: espejo de la
sociedad indígena
El texto náhuatl del Códice florentino posee
una gran riqueza lingüística de la cual Fray
Bernardino de Sahagún también quiso dar cuenta,
además de los aspectos culturales y sobre todo religiosos
que fueron el tema central de sus preocupaciones.
La perspectiva
desde la que se construyó el Códice
florentino, la de un fraile español de profunda
preparación humanística y la del cristianismo
de la época, ocasionó que muchos elementos
que hoy en día nos intrigan hayan escapado a los intereses
de Sahagún y posiblemente se hayan perdido irremediablemente.
Enciclopedia
para conocer la idolatría
El Códice florentino fue
escrito sobre todo para que los frailes que llegaban a la
Nueva España
se adentraran en la cultura y en la lengua indígenas
y, de esta manera, reafirmaran la labor de evangelización
que tenían encomendado emprender.
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Sahagún afirma en el prólogo de su
obra que el médico, para poder curar y suministrar
los medicamentos pertinentes, debía conocer a fondo
la naturaleza de la enfermedad; y si la idolatría
de los indígenas era una enfermedad del alma, el
médico de almas, el evangelizador, estaba obligado
a conocer la naturaleza de la idolatría de los naturales
de la Nueva España para poder sanar esa enfermedad.
Para fray Bernardino conocer y comprender la idolatría
implicaba adentrase en la cultura y en la religión
de los pueblos indígenas y llevar a cabo de mejor
manera la evangelización.
Ocurre que el fenómeno religioso es muy complejo. Al hombre contemporáneo
se le olvida que para los antiguos mexicanos la religión no era un asunto
menor que se vivía en la intimidad o de manera reservada. Para los pobladores
prehispánicos la religión era el elemento que sostenía toda
la existencia del ser humano, desde lo anímico, lo social e incluso lo
político. La visión del cosmos de los pobladores originarios de
la Nueva España estaba sostenida y entreverada con la religión;
era religión. Esta religiosidad indígena se enfrenta, por así decirlo,
con otra, practicada y vivida acaso con similar profundidad e intensidad: el
cristianismo del siglo XVI. Todo ello nos permite aquilatar la importancia de
la empresa de Sahagún. Sin embargo, ésta no cumplió con
su cometido de servir como instrumento en el proceso de evangelización
poniendo al alcance de los frailes tan ricos elementos culturales y lingüísticos
de los antiguos indígenas.
El Códice florentino fue llevado a España y posteriormente
pasó a Florencia, donde actualmente se conserva.
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El proyecto
Si bien ya se conoce la versión en castellano
del texto náhuatl
del Códice florentino, obra de fray Bernardino y de sus antiguos
alumnos del Colegio de Tlatelolco, hacía falta traducir la parte en náhuatl.
En la década de los años cincuenta del siglo XX los investigadores
Anderson y Dibble realizaron una primera traducción íntegra
al inglés de los doce libros que integran el Códice. Cada
libro está publicado de manera independiente y tiene su respectiva paleografía
y la traducción correspondiente. Fue un muy importante y encomioso trabajo
que les llevó veinte años culminarlo. Sin embargo, esa traducción
de los investigadores estadounidenses, que ha sido de gran utilidad y representa
un trabajo extraordinario, adolece de ciertos problemas formales. Uno de ellos
consiste en que todos los recursos retóricos de la lengua náhuatl
que aparecen en el texto fueron obviados y simplificados. Las metáforas
fueron resueltas en frases muy simples.
Para conocer
la riqueza de la lengua náhuatl deben traducirse las metáforas
y explicarlas en una nota aclaratoria. Por ejemplo: in petlatl in icpalli se
traduce literalmente como “la estera, el sitial”. Y la nota aclaratoria
podría decir: “se trata de una expresión metafórica
que significa ‘poder’, pues quien ocupa el icpalli y está sobre
la estera (petlatl), es un gobernante”.
La paleografía y la traducción del náhuatl al inglés
ha sido fundamental porque ha permitido que se conozca grosso modo lo
que dice el texto náhuatl. Pero ese trabajo de Anderson y Dibble resulta
insuficiente en la actualidad porque en el proceso de traducción se perdió mucho
del significado del náhuatl culto, como es el uso de metáforas
y disfracismos (repetir una misma idea con diferentes palabras). Si bien estas
figuras retóricas del náhuatl le proporcionan cierta “pesadez” a
la expresión, asimismo demuestran la enorme riqueza de una lengua expresiva
y repetitiva por antonomasia, con vastos diminutivos y reverencias, que va más
allá del uso simple y meramente literal, y que incursiona, incluso, en
el aspecto estético de la lengua.
Se ha especulado que del náhuatl proviene el carácter ampuloso
y poco directo del hablar mexicano; sin embargo, también es una herencia
del español de la época, porque quienes llegaron a territorio novohispano
eran amantes del uso de expresiones cortesanas y sobrecargadas.
De esta manera, aunque existen versiones parciales al español y la de
los colegas estadounidenses sirve como una importante referencia, no contamos
con una traducción completa del texto náhuatl.
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Fue así como surgió la idea de conformar
un equipo de especialistas que se abocara al complejo y
paciente proceso de paleografiar y traducir la parte náhuatl
del Códice florentino. Aunque el reto es
enorme en sí mismo, finalmente en enero de 2005 el
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM
integró un equipo de once investigadores,(1) entre
historiadores y lingüistas, coordinados por Miguel León-Portilla, con
la colaboración de José Rubén Romero y
Pilar Máynez, que tendrá a su cargo los trabajos
de paleografía y traducción del Códice
florentino. Los objetivos de este proyecto son transcribir
los doce libros del Códice florentino y traducir
la parte náhuatl al español.
El primer paso del proyecto consiste en transcribir la parte náhuatl para
posteriormente traducirla. Dada la complejidad del manuscrito, el equipo ha establecido
los criterios que deberán regir tanto la paleografía como la traducción
del texto. En virtud de los problemas que de continuo presentarán ambas
tareas, el equipo se ha constituido en seminario para, en reuniones programadas,
solucionar aquellas cuestiones problemáticas que puedan presentarse.
Para ilustrar la complejidad de su traducción, debemos aclarar que el
náhuatl (como el idioma alemán) es una lengua aglutinante. Permite
expresar conceptos complejos y en ocasiones novedosos al unir una serie de raíces
de términos, anteponiendo prefijos, posponiendo sufijos e interponiendo
afijos para crear una palabra oblonga que puede llegar a ocupar un renglón
entero pero que da cuenta de una idea o de un concepto muy elaborado.
El especialista, al descubrir una palabra con tales características, debe
tener la capacidad, el conocimiento de la lengua y la experiencia suficientes
para dividirla en las diferentes raíces que contiene, aislar los sufijos
y prefijos e interpretar la traducción, la versión o el equivalente
de cada raíz.
Por otra parte, existe el inconveniente de que los diccionarios de que disponemos
no consideran todos los términos con los que el investigador se encuentra
a la hora de traducir.
Con frecuencia ocurre que, durante la traducción, el investigador se encuentra,
por ejemplo, con sustantivos absolutos. La raíz de éstos y su terminación
pueden tener un significado, pero cuando entran en composición con otros
vocablos el campo semántico de la palabra se abre y cambia.
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Considérese, por ejemplo, xóchitl, es
decir, “flor”. Si el paleógrafo traduce
en todo momento xóchitl como flor puede
incurrir en un error de interpretación. Esto es así en
el caso de xochimiqui, expresión que se
traduce como “muerto-flor” pero cuyo significado
es “muerto en sacrificio” o “muerto en
occisión ritual”. Otro caso: xochiyaotl, o
sea, “guerra-flor” o “guerra florida”,
como se acostumbra traducir esa expresión, el cual
es un concepto muy complejo. En cada caso la presencia de xóchitl tiene
un significado diferente. El diccionario puede traducir
el término xóchitl simplemente como “flor” pero
en su contexto discursivo implica muchas cosas más.
Así pues, cuando traduce el náhuatl, el especialista, además
de encontrar el equivalente en castellano del término absoluto, está obligado
a rastrear en el diccionario cómo está funcionando esa misma voz
con otros componentes lingüísticos para hacer una verdadera labor
de interpretación o de exégesis. Sólo de esta manera podrá determinar
cuál es el valor, el peso específico que tiene un vocablo en la
frase con la cual se enfrenta el paleógrafo.
Otro de los retos del trabajo de paleografía y traducción del Códice
florentino tiene que ver con la ortografía del náhuatl, que
no es la misma que la ortografía convencional para escribir en la actualidad
el náhuatl clásico. En ciertos casos la ortografía sahaguntina
no establece reglas para los usos de las vocales o y u, por ejemplo. En otros
casos la i latina aparece como una jota.
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Es en esta etapa de la traducción del Códice
florentino cuando interviene la computación.
Cada integrante del proyecto realiza la paleografía
que le corresponde. Posteriormente, ésta es enviada
mediante correo electrónico a Marc Thouvenot, un
colega francés. En un programa de computadora creado
por él “vacía” la paleografía
y después le ordena a la máquina que cambie
la ortografía y la normalice de acuerdo con las
reglas de ortografía empleadas por Chimalpahin,
autor de los siglos XVI y XVII. Esa ortografía
es la más cercana al náhuatl que conocemos.
Ese proceso tecnológico ya es un avance inmenso
porque Thouvenot devuelve un texto normalizado que reduce
las posibilidades de encontrar variaciones.
En suma, el proceso paleográfico no sólo consiste en pasar a la
letra moderna el náhuatl, sino en normalizar la ortografía. Aún
así es indispensable hacer una revisión porque puede ocurrir que
el programa de computadora no reconozca ciertos elementos y pudiera equivocarse.
Lo anterior nos indica claramente que el tiempo que requiere la paleografía
y la traducción del texto náhuatl del Códice florentino es
variado. Se puede avanzar con cierta rapidez en el trabajo de varios folios;
sin embargo, el especialista puede encontrase con una frase que exige de él
toda su atención y conocimientos. Esa expresión detiene el ritmo “normal” de
la traducción que viene realizando. El investigador se atora como si esa
frase fuera un dique; entonces se sufre durante varios días o incluso
semanas hasta que consigue su desciframiento. La traducción es toda una
aventura; es como adentrarse en una selva en la cual el historiador no sabe qué le
va a reservar.
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A más de un año de iniciado el proyecto paleográfico
y de traducción del Códice florentino,
los resultados obtenidos son parciales. Como primer avance,
en 2006 se publicarán las memorias del Coloquio El
Universo de Sahagún. Pasado y Presente, que
se llevó a cabo el 18 de agosto de 2005. El monumental
desafío que se planteó el Instituto de Investigaciones
Históricas de la UNAM, el equipo de once especialistas,
es de largo aliento. La traducción del texto náhuatl
de la obra de fray Bernardino de Sahagún, y el mayor
y mejor conocimiento y comprensión de los antiguos
mexicanos que ello traerá consigo, bien vale la pena.
Inserción en Imágenes: 14.09.06.
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