Semblanza de Elisa Vargaslugo*
Juana María
Gutiérrez Haces**
ghacesj@servidor.unam.mx
Seguidora del pensamiento de
Ortega y Gasset y de Edmundo O´Gorman, la doctora
Elisa Vargaslugo se ha caracterizado por su firme trayectoria
académica. Como investigadora y maestra, además
de generar conocimiento original, ha formado a un sinnúmero
de discípulos y nuevos investigadores e historiadores
del arte. El texto que aquí se ofrece es un testimonio
fiel de su impronta en la historia del arte en México.
Nos reunimos para celebrar cincuenta años de docencia
de la doctora Elisa Vargaslugo. Es pertinente revisar las
palabras en busca de precisión. Docencia proviene
de docere : enseñar, dar a conocer, hacer
conocer; y magisterio alude a "el que enseña", al
que conduce, dirige, manda o guía.
Conozco
a pocos profesores cuya vida académica ha sido celebrada
en dos ocasiones; el de la doctora Vargaslugo es uno de esos
pocos casos: primero al cumplir veinticinco años de
docencia, y ahora, cuando ha llegado a la magnífica
cantidad de cincuenta años. Dos veces ha sido celebrada;
pero tales celebraciones, aunque apoyadas por instituciones,
siempre han partido de la iniciativa de sus alumnos, y por
ellos han sido organizadas, lo cual no es decir poco: significa
que su labor de dar a conocer, de dirigir, de ser guía,
de enseñar, nunca ha caído en tierra infértil,
antes bien, su labor ha dejado huellas suficientes como para
provocar el maravilloso sentimiento de gratitud.
Con ello se cumple a cabalidad el círculo virtuoso
de las tres célebres gracias clásicas, esto
es, el triple ritmo de la generosidad: se dio, se supo recibir
y hoy se retribuye. Todos hemos sido testigos de los constantes
grupos de discípulos que han rodeado a la doctora
Vargaslugo; sin importar la edad o la experiencia, ellos
siempre han sido incluidos en sus proyectos, en sus excursiones,
en sus seminarios, en su intimidad amistosa y cálida.
Aún
más importante, sus enseñanzas, se realicen
en el aula o a través de sus escritos, han tenido
en más de una ocasión el carácter de
pioneras.
Uno
de sus primeros libros fue Portadas barrocas de la Nueva
España . Siempre me pregunté por qué,
al hablar de arquitectura, no se hacía un estudio
en el cual los espacios internos estuvieran incluidos y no
sólo las fachadas; hoy entiendo que todo libro es
parte de la biografía del autor.
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La doctora Vargaslugo dedicó buena parte
de su labor académica a la formación de la
fototeca del Instituto de Investigaciones Estéticas.
Ella misma es una excelente fotógrafa: su primera
mirada a través de la lente es totalizadora, integradora;
por eso empezó por las portadas: pieza de entrada
de toda arquitectura, la cara de un edificio, el rostro que
caracteriza, que revela un carácter, texto que nos
anuncia mucho de lo que encontraremos después. Ver
una fachada es realizar la mirada de conjunto de una superficie,
pero al ser revelada (en su doble sentido) y descrita, pasa
de ser la mirada general al análisis que secciona,
que describe, que particulariza cada detalle, que orienta
para entender una composición. De esta manera, a partir
de uno de sus primeros trabajos la investigadora reveló dos
de sus más caras pasiones: la fotografía y
la historia de la arquitectura.
A
través de su libro sobre la Iglesia de Santa Prisca
de Taxco, Elisa Vargaslugo realizó el más amplio
estudio que sobre una iglesia novohispana se haya hecho,
con excepción, desde luego, de la catedral de la Ciudad
de México. Pero no sólo eso, a través
de este trabajo la autora inauguró una nueva forma
de hacer historia del arte entre nosotros los investigadores:
unió al monumento con la vida de su creador, con sus
circunstancias sociales, sus anhelos espirituales y religiosos.
Perfiló la vida de una población minera a través
de uno de los burgueses más acaudalados de la monarquía
española. Gracias a ese esfuerzo de indagación,
el destino le deparó a Elisa Vargaslugo una de las
suertes más anheladas de cualquier investigador: descubrir
y revelar el secreto de una vida y el dramático móvil
de una religiosidad exacerbada, lo que llevó a don
José de la Borda a expiar, a través de una
obra de arte, una deuda de religión. En el libro sobre
Santa Prisca, como un dato adicional por demás revelador,
la autora nos puso al tanto de la multitud de devociones
y su relación con la sociedad. Entre otras cosas,
nos reveló la importancia para la Nueva España
de la devoción impulsada por los jesuitas a San Juan
Nepomuceno, protector de la fama y del buen nombre.
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Más tarde la doctora Vargaslugo se dio a la tarea,
también por primera vez en la historia del arte mexicano,
de organizar un seminario y una serie de publicaciones alrededor
del pintor novohispano Juan Correa. La figura de este artista
no sólo perfiló su biografía, también
develó -a través de la documentación
recogida, el análisis iconográfico y el inventario
de su obra- más de una incógnita sobre el trabajo
artístico en la Nueva España a finales del
siglo XVII . Dicha tarea, como siempre, supo compartirla
con un brillante conjunto de colaboradores; algunos de ellos
han dejado artículos paradigmáticos para la
historia virreinal de la pintura, los cuales quizá nunca
se hubieran escrito sin la iniciativa y la generosa invitación
de participar en ese proyecto por parte de la doctora Vargaslugo.
Actualmente sólo resta la culminación de esta
obra con el volumen que se prepara exclusivamente sobre la
vida del pintor.
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Al referirnos a dos de los trabajos biográficos que
ha realizado Elisa Vargaslugo, es tiempo de entender por
qué ella misma establece su filiación orteguiana.
Para Ortega y Gasset "el sujeto es una pantalla que selecciona
las impresiones o lo dado. No es un ser abstracto sino una
realidad concreta que vive aquí y ahora". En 1914
el pensador español enuncia una de sus tesis más
conocidas: Yo soy: yo y mi circunstancia , que más
adelante lo conducirá a la noción de "razón
vital" sobre la cual gira su filosofía. "De ahí que
el hombre no sea para Ortega un ente dotado de razón,
sino una realidad que tiene que usar de la razón para
vivir. Vivir es tratar con el mundo y dar cuenta de él,
no de un modo intelectual abstracto, sino de un modo concreto
y pleno... La vida no es, según Ortega, una cosa,
pero tampoco un espíritu. En rigor, no 'es' propiamente
hablando, nada : es un hacerse a sí misma
continuamente, un 'autofabricarse'. La vida de cada cual
es la existencia particular y concreta que reside entre circunstancias
haciéndose a sí misma y, sobre todo, orientándose
hacia su propia mismidad, autenticidad o destino..." La vida,
como resume Ferrater Mora al explicar a Ortega y Gasset,
es problema, quehacer, preocupación consigo misma,
programa vital y, en último término, "naufragio" -un
naufragio del que el ser humano aspira a salvarse agarrándose
a una tabla de salvación: la cultura-. "Ortega y Gasset
insiste en que la vida también es drama y por eso
no puede ser una realidad biológica sino biográfica,
y el método para acercarse a ella no es el análisis
sino la narración." (Ferrater Mora.)
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La doctora Vargaslugo, siguiendo no sólo a Ortega
sino también a Edmundo O'Gorman, se entrega a la narración
como historia y a la biografía como realidad última,
por ser ésta la vida misma. Tal actitud "vitalista" no
sólo se expresa en su propia vida y en las biografías
de Juan Correa o de José de la Borda, sino repetidamente
al describir la realidad novohispana a través de uno
de los personajes centrales de esta historia: el burgués.
Observa
detenidamente al cotidiano transcurrir y los personajes de
la Nueva España, y concluye que el sentido práctico
y materialista que la inunda, típico de la nueva burguesía,
influye en todos los niveles como actitud vital que se construye
a diario, incluso tocando a la nobleza. Así, Elisa
Vargaslugo dice, con el tono más orteguiano que se
pueda esperar: "El ser burgués está en la más
estrecha relación con la práctica misma de
la vida y no es el resultado de especulaciones abstractas;
la obra más importante de la burguesía fue
sacar de la experiencia de la vida -no de sistemas filosóficos- un
mundo que deslinda de lo infinito y con el que se contenta." (Salvat,
p. 616.)
Investigadora
de "creencias" y no de ideas como preconizaba Ortega y Gasset,
la doctora Vargaslugo, mediante su visión de la burguesía
novohispana, encadena otro de los temas en los que insiste
en más de un escrito: la indisoluble relación
existente en la Nueva España entre arte y religión,
aun cuando esta ultima, en ocasiones, sea utilizada como
un medio de ascenso social, un fin bastante alejado de la
devoción o el fervor a ultranza. Gracias a sus estudios,
Elisa Vargaslugo convierte dicha relación, que parecería
obvia en muchas de las sociedades barrocas, en una somera
explicación de cómo la religión -la
particular religiosidad novohispana, sería más
preciso decir- define un quehacer, una serie de normativas
asumidas y un grupo de modelos que van convirtiendo al producto
artístico, hasta en sus características formales,
en original y diferente de otros barrocos, incluso del área
hispánica. El reconocimiento del barroco novohispano
como un producto único y original a pesar de todo
y de todos, la lleva a compartir con varios historiadores
mexicanos un cierto orgullo sobre la parcela que se estudia
y, para decirlo adecuadamente, en la que han profesado. Pero
lo más sorprendente es que este sentimiento le fue
impuesto, no por las teorías históricas o por
sus conclusiones, sino, de nueva cuenta suerte de historiadora,
por sus historiados . La "grandeza mexicana" no
es una teoría nacida de la historia de las mentalidades
u otra forma de hacer historia; a la investagadora Vargaslugo
se la heredaron don José de la Borda, Juan Correa
y Santa Rosa de Lima, entre otros.
Orgullo
novohispano, complacencia de ser diferentes, herencia convertida
en tarea urgente para defender esta diversidad. Así lo
ha hecho la doctora Vargaslugo en su larga trayectoria como
defensora del patrimonio artístico.
De la devoción piadosa, forjadora de vidas y de modelos
artísticos, la investigadora saltó a las devociones
políticas. Podríamos decir que una cosa la
llevó a otra. ¡Quién no se ha sorprendido
al leer los artículos sobre Santa Rosa de Lima! Una
santa tan recatada, tan discreta, tan suave que su culto,
primero en la Nueva España y después en su
natal Perú, revistió características
tan revolucionarias que ni la santa misma lo hubiera sospechado.
Sorpresas que da la Historia.
La perspicacia de la doctora Vargaslugo, al no dar nada
por sentado, la llevó a hacerse preguntas como por
qué una santa peruana se encuentra en portadas catedralicias.
En lo sucesivo descubrió toda una trama de reafirmaciones
criollas y americanistas que convirtieron a Elisa Vargaslugo,
una vez más, en pionera de las temáticas elegidas
en sus investigaciones.
Aún las líneas más atrevidas en estos
estudios ya las había delineado la doctora Vargaslugo.
Hará unos tres, quizás más años,
platicando con Ramón Mújica, él me señalaba
con respetuoso reconocimiento hacia la doctora (sobre todo
viniendo de un peruano que después escribió un
eruditísimo libro sobre Santa Rosa de Lima) por haber
sido la primera en caer en la cuenta de la función
básica de esta devoción en la historia de la
identidad americana. Y agrega: fue esta veneración
a Santa Rosa de Lima el que había anunciado y hecho
posible el posterior culto a la Virgen de Guadalupe. ¡Imagínense
mi reacción como mexicana! Fue de diversión
y hasta me burlé, ya que me pareció que el
nacionalismo exacerbado de un peruano se atrevía a
convertir a Santa Rosa en alguien que le echaba una
mano a nuestra Guadalupana. Por azares del destino, al releer
los trabajos de la doctora Vargaslugo, me enteré que
ella ya lo había dicho antes. Con una breve pero muy
convincente explicación, sin visos de exageración,
la investigadora explica cómo la primera devoción
hacia una americana, aparentemente suave, y por lo tanto
apta para su ratificación por la Santa Sede, permitió y
abrió camino más tarde a la explosión
del culto guadalupano, visto hasta antes de la beatificación
de santa Rosa como sospechoso debido a su fuerte carga identitaria.
Junto
a los estudios sobre santa Rosa se encuentran los ensayos
que poco a poco la investigadora ha ido publicando sobre
la Virgen de Guadalupe, que bien valdría recogerlos
todos en una sola publicación.
Muchos
son los temas y los caminos nuevos que ha abierto la doctora
Vargaslugo, tantos que no podría resumirlos aquí.
Baste señalar, tan sólo en el ramo de la pintura
virreinal, dos temas que me parecen novedosos y que han venido
a cambiar nuestra forma de ver el arte virreinal el cual,
como todo en esta área del saber, está lleno
de estereotipos no siempre positivos. Uno de ellos es la
participación de las castas en los oficios artísticos
y otro es la participación de los indígenas
como mecenas de las artes.
Fieles
a la letra de ordenanzas y leyes eclesiásticas, dimos
por hecho que las castas no tenían un lugar en el "gran
arte", entendido como el "arte culto", por considerar que
los integrantes de estos grupos raciales tomarían
a su cargo el "arte popular". Con el mayor de los prejuicios
construimos un estereotipo de artista sin escuela, guiado
sólo por la intuición y la devoción;
y junto a ellos, un público con escaso reclamo estético
y, desde luego, con poco dinero y prestigio que sólo
pagaba arte en función de una manda o de una devoción
particular. Posiblemente la doctora Vargaslugo no fue la única
quien dio la voz de alarma sobre este prejuicio que va, por
desgracia, más allá de la esfera del arte.
Fue principalmente a través de su trabajo sobre Juan
Correa cuando empezamos a entender lo laxo de las leyes y
el auténtico lugar que artistas mulatos o mestizos
ocupaban en el gremio de pintores. Correa, Ibarra o Morlete
no son la excepción, habrá muchos otros que
bajo la declaración de españoles (desde luego
lo eran por haber sido adoptados por la corona española)
no esconden su pertenecía a uno de los muchos grupos étnicos
que conformaban el variopinto panorama novohispano; y digo
no esconden porque el hecho de declararse españoles
nos habla de una sociedad mucho más abierta de lo
que siempre imaginábamos, pues por lo menos para nuestro
campo de conocimiento contaba más el buen oficio que
el color de la piel.
(foto5) De igual manera el mecenazgo artístico -desde
hace tanto tiempo estudiado por la doctora Vargaslugo, especialmente
a través de los bellos retratos de donantes indígenas
que pacientemente y por todas partes ha recogido- nos recuerda
el lugar de excelencia que muchos indígenas ocuparon
dentro de la sociedad, y de las obras de arte que gracias
a ellos vistieron multitud de iglesias. No estoy hablando
sólo de caciques y principales, también de
pueblos enteros que a través de su trabajo comunal
pagaron parroquias, retablos y pinturas. Todo ello comprueba,
mediante una exquisita cultura, la vigencia de su sensibilidad
religiosa, de tradiciones de culto no olvidadas, tan sólo
trasladadas a otro receptáculo divino. ¿Quién
puede resistirse a la emoción de ver los retratos
de algunos donantes de retablos de Chiconautla y Ozumbilla,
al saber que quizá son ellos los hijos o los descendiente
de Leonor, quien fuera hija de Moctezuma? Estos estudios
de Vargaslugo incluidos en un libro en proceso editorial
(que gracias a su pasión por el tema y a sus descubrimientos
los compartió, como siempre, con un grupo de discípulos
para crear una obra colectiva) nos llevan, a través
de retratos y descubrimientos documentales, a reconocer que
la figura de los indígenas. A pesar del maltrato y
la pobreza que sufrieron estos grupos, se levantan con un
nuevo perfil donde el arte es una de sus expresiones centrales.
Si bien para sus contemporáneos significó su
lealtad a la religión, nosotros podemos pensar, a
la manera de Ortega y Gasset, que más bien fue esta
parte de la cultura la que les permitió sobrevivir
en un mundo que de muchas formas les fue hostil.
Muchos
de los temas que la doctora Vargaslugo ha investigado han
pasado a ser lo cotidiano en nuestro quehacer. Muchos investigadores
los repiten; otros toman el cabo de la madeja y la retejen.
Algunas veces le dan crédito, otras no; pero para
ella queda el honor de que su manera de hacer investigación
forma parte de "nuestras creencias" artísticas.
Quisiera
agregar a este somero recorrido por la obra intelectual de
la doctora Vargaslugo, y a su señalada generosidad
de poder trabajar constantemente en equipo con ella, una
muy personal enseñanza de vida. Si ser maestro
significa esmerarse en dar clases, entonces al
alumno debe significarle algo que lo guíen y que le
despierten una vocación; eso es también llevar
la profesión con dignidad y orgullo. La presencia
de la doctora Vargaslugo en el aula siempre ha sido de impacto.
Su corrección en el habla, su elegancia y propiedad
en el vestir, su conducción seria pero amable ha sido
un ejemplo para muchos. En una época en la cual la
figura del maestro se ve constantemente devaluada, con razón
o sin ella, es alentador encontrar una figura como la de
Elisa Vargaslugo. No es frivolidad recordar cómo se
debe conducir, comportar y vestir un maestro, ya que ellos
son ejemplo. Tanto la doctora Vargaslugo como el maestro
Jorge Alberto Manrique siempre han llamado la atención
de sus discípulos sobre este asunto. En una época
donde abundan la vulgaridad, la basura, la destrucción
sistemática de nuestras ciudades, la irrupción
del desorden en nuestro entorno, etcétera, el mensaje
de un maestro que sabe conducirse y lleva con dignidad su
profesión es un mensaje que nos dice que la armonía,
la belleza y el saber son factores civilizatorios que no
podemos olvidar, de lo contrario estaremos perdidos.
Desde
luego todavía hay mucho que decir y escribir sobre nuestra
maestra. Todos los días, cuando alguien lee sus investigaciones,
se siente guiado. De esta manera, a través de la letra
y la escritura, cumple a cabalidad la profesión de ser
maestra. Por el momento basta decir que me siento profundamente
honrada al referirme sobre ella en tan importante celebración
y de unirme a esta ceremonia de gratitud.
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