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La operación de mirar, ¿es
crear?*
Miguel Mancillas**
miguelantares@yahoo.com
Sobre
las danzas antiguas, el correr del tiempo, la indolencia
del hombre o la dificultad de escribirla son la causa
de su pérdida.
Thoinot Arbeau (Jehan Tabourot, 1519-1595)
Alberto Dallal, Estudios sobre el arte coreográfico, UNAM,
2006, pp. 251.
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El valor que se requiere para dejar algo por escrito, lo
imagino equiparable a la seguridad u orgullo que un bailarín
tiene de creerse digno de ser visto; del coreógrafo
que sobre un punto de vista personal decide crear, convocar
a un espectador. Pero la danza tiene la aparente ventaja,
ante un posible análisis, de lo fugaz, de la impresión
del ojo, de las armas de la emoción y hasta del conjuro.
Las letras quedan por siempre vulnerables al escrutinio.
Pero justo la fugacidad de la danza hace que la historia se pierda y entonces
la posibilidad de la repetición por ignorancia se hace frecuente. Cómo
es posible la evolución cuando el continuo es el olvido, absurda Penélope
que teje y desteje incluso dentro de una misma generación de creadores.
Un libro nos convoca esta tarde, un acto de valor y de orgullo. El reto me parece
enorme. Cómo escribir sobre lo que incluso para el ojo mismo es transitivo,
pues no es prudente detenernos a la reflexión ante una determinada imagen
que en escena nos seduce. El movimiento obliga a abandonar lo placentero para
ir en el continuum. En un texto podemos detenernos para rumiar en los
ecos que dispara una frase, releer, esperar y, cuando listos, proseguir con la
lectura.
Además, qué escribir de una coreografía, lo anecdótico
(terreno básicamente de la novela) o la arquitectura de la danza (trazos,
plano escénico, composición, uso de los recursos escenográficos,
música, vestuario, etcétera)? O la naturaleza de la acción,
sus dinámicas, intenciones, lo que la caracteriza. O tal vez será cosa
de sumergirse en las emociones, pasiones, desenfados para desentrañar
lo que se ve y que al traducir la imagen a palabras, las más de
las veces dice más, justo del que ve. Un evento será siempre diferente,
esto dependerá del lugar en nuestra vida en el que nos encontremos.
Estas preguntas supongo atacarán a cualquier espectador que se cree obligado
a racionalizar lo vivido, lo que vio… navegará esta víctima
entre las ansias de originalidad del creador, o ante la creación anodina
justificada únicamente en la puntada de pretensiones de humor inteligente
que relega a cualquiera que no esté en la moda del momento, o quedan atónitos
ante la intensidad críptica que los deja, igualmente, con la única
alternativa de poner cara de circunstancia porque la danza contemporánea
así es, rara.
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Sin embargo, y asumiendo ser especialista en el tema, las
preguntas que sitian mi cerebro cuando comienzo cualquier
proceso creativo son las mismas: ¿Qué es lo
esencial? La forma, el contenido, la congruencia, lo que
dicta la temporada, la acción que me apasiona o el
que se comprenda la obra de manera racional o emocional.
Es decir, a quién me dirijo y cómo…
Entonces, ¿a quién se dirige Dallal con este texto? ¿Al
público que ve danza una vez al año porque el hermano de la esposa
del jefe de su jefe va a bailar y la patética verdad es que la danza contemporánea
importa tan poco como lo que proponga la izquierda política en nuestro
país y para el caso de cualquier país? Parecería que en
el nombre lleva la condena…
¿O a los coreógrafos que no saben siquiera quiénes han allanado
el camino y si lo saben se les ignora casi a conciencia? Y en esta apatía
entra cualquiera que no sea su reflejo pues nada es digno de ser visto… la
reflexión sobre la propia creación está por lo tanto absolutamente
descartada.
O se le escribe y se le baila a un público ideal, que no se conforma con
lo predigerido, gusta de ser estimulado y acepta los retos racionales, selecciona
lo que ve en TV, que de verdad lee, asiste al teatro, reflexiona y decide sobre
lo que se escucha políticamente en la radio. Se invoca a alguien que valora
los principios de la creación, disfruta la inteligencia manifiesta en
el movimiento y la emoción… que decide ser ciudadano y que hace
uso de su libre albedrío…
¿A quién pensamos como interlocutor? ¿Preguntárnoslo
es pertinente? ¿estimula o paraliza?
Intentar hacer existir a la metáfora sin saber hablar en congruencia es
lograr la poética por accidente o sencillamente es un desvarío.
¿Cómo hacer la disección de la creación y que para
que ésta sea comprendida no llegar al extremo de colocarla como hermosas
alas en actitud de vuelo, evidenciando que fueron puestas así por la mano
de un taxidermista (por experto que éste sea)?
Para asumir el reto con seriedad al escribir este libro, además del conocimiento
de campo, sus libros previos, probada experiencia y por supuesto convivencia
con los artistas que han perfilado la danza en México y en varias partes
del mundo, Dallal se asesora directamente de los ensayadores de la coreografía en
su esfuerzo por hacer presente una obra por escrito (Luis Hernández),
plantea las estructuras y vertientes lógicas de la creación, las
intenciones de la autora (Guillermina Bravo en el caso del Códice
Borgia), expone el tema y la estructuración de la obra, así como
las impresiones que tiene, es decir, la consecuencia en el (su) ojo espectador
(pp.110-126). El resultado es intrigante pues la imaginación del lector
recurre a elementos propios y no así a la imaginería que el coreógrafo
utiliza. Pero el lector tendrá que aceptar con este libro que los actos
de presenciar o escuchar sólo rascan la superficie de una obra artística.
Los sabores sólo se aprecian con la estimulación y conciencia de
la diversidad: así la comida deja de ser solamente alimento para penetrar
en el goce de lo incierto… con esto también aparece el criterio,
el gusto y lo entrañable.
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Con tanta experiencia y conocimiento sobre una presa,
el cazador prevé las posibles alternativas de escape
de su objetivo, sobre todo cuando el acecho se ha realizado
por años. Reconoce las limitantes, ha estudiado y
se ha estudiado. Abarca el territorio a conciencia y ataca
al arte coreográfico con todas sus armas.
Expone en abierto a la obra para ver su mecánica más intima, viaja
al interior sin olvidar la relación que guarada con el que ve en lo inmediato
y en lo social. Obras excelentemente manufacturadas que me hacen pensar si eso
es suficiente porque una oración correctamente escrita no necesariamente
es poema aun cuando ese sea el objetivo y lo parezca. Pero todavía, aunque
así sea vendido, eso no lo hace arte… difícil palabra… Ese punto de
talento difícil de describir en la obra (en cualquier área), nos
deja con la única alternativa de admirarla y escribir justo sólo
de lo que nos despierta y nos hará dejar registro al menos de lo que será después
refugio en nuestra mente… y pienso en el Guernica, alguna sonata
de Bach, La trilogía del dragón del canadiense Robert
Lepage, alguna de las piezas aparentemente inconclusas de Miguel Ángel
o un Chagall: qué describir de ellas cuando lo que más recuerdo
es la obligación que sentí de no ser el mismo después de saberlas (no
me parece suficiente decir ver o sentir).
Con todo esto removido, me pregunto sin pretensión de respuesta si en
verdad existe una danza mexicana o a qué llamamos así. Lo que nos
define ¿es la temática, la plástica escénica, lo
kitsch? Porque las más de las veces el movimiento, la acción
misma depende de una técnica, de una estética e incluso de algunos
ideales extranjeros. ¿En dónde se halla lo mexicano? Hemos descuidado
la relación forma-contenido en lo académico o nunca se ha analizado
con seriedad. Es claro que habría que hacerlo como individuos si
no sucede en lo institucional.
La escena es personalidades confrontadas. Primero, la del intérprete contra
el coreógrafo: visiones que comulgan en función de la obra. El
bailarín se entrega solidario, vive el tiempo de la representación,
consciente de que nadie le regresa esa parte de su perecedero recurso vital.
Segundo, el bailarín con su espectador, que se enfrentan ante la posibilidad
de diálogo, posibilidad… Así pues, al público tampoco
se le regresa su tiempo, entonces el acto tendrá que resultar valioso,
una experiencia, como sucede en cualquier ceremonia o ritual que mantiene congruencia
con la razón que lo origina. De aquí la responsabilidad de convocar
a bailarines o al público.
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Sería indispensable mantener la cordura pero justo
en éste momento el libro Estudios sobre el arte
coreográfico cumple su cometido, obliga a la
reflexión. En mi caso detona un delirio pues en mi
naturaleza está el orden y el desorden casi de la
mano: si me dices no cambies de estación o de canal,
mi mano de inmediato reacciona y lo cambia por interesado
que esté. En clase o montaje corrijo y, simultáneamente,
doy argumento al ejecutante para que me cuestione o contradiga;
por eso, leyendo se dispara mi mente en ambas direcciones,
en admirar la capacidad y generosidad del autor y, acto seguido,
me cuestiono sin ánimo pesimista, si las nuevas generaciones
consideran importante mantener todo esto, por ejemplo, un
repertorio. Es evidente que las agrupaciones en sí están
transformándose con otras lógicas y necesidades,
lo que me hace suponer que tal vez mantener obras en activo
resulta ahora poco valioso.
Qué tanto todos estos principios creativos que Dallal disecciona con la
pericia del investigador que encuentra en el objeto de análisis una razón
de vida, van a seguir vigentes o serán transformados. Términos
como congruencia, compromiso, responsabilidad, entrega, pasión, tendrán
significado y será motivo de orgullo seguirlas… y aprovecho para
incluir aquí, palabras como solidaridad, confianza, honestidad, fidelidad,
fe…
Creo que el riesgo del artista es igual al que asumimos cuando se decide aceptar
que amamos. Ese impulso entonces, nos hunde o nos salva. No hay desencanto,
me lleno de curiosidad ante el futuro y supongo que los especialistas en artes
escénicas seguirán este fenómeno con la misma fiereza, agudizando
habilidades, como con lo que hace a Dallal arremeter contra todos los posibles ángulos
de observación a la obra coreográfica: lo formal, lo subjetivo,
los significados. De la propuesta a la contrapropuesta con el paso natural a
la no-propuesta. Él disfruta al desentrañar las alternativas y
se sumerge en la danza -toda- para hablar final e inevitablemente del hombre;
con su luz y oscuridad, el que pertenece a esta especie animal que destruye y
crea con igual magnificencia.
Debe siempre ser motivo de celebración el nacimiento de un libro. Si es
de danza, yo lo festejo doblemente. Éste, donde Dallal nos reta con el
derecho del que asume con responsabilidad cabal y política, con entrega
y plenitud de vida, ha resultado una grata e inquietante compañía
estas últimas semanas, llenándome, como lo habrán notado, de
más preguntas.
Dallal admira la danza. Él dice “la danza no necesita ser
explicada”. Sin embargo se ha tomado la molestia de usar su vida en explicarla.
Por ello, toda mi gratitud.
Inserción en Imágenes: 28.11.06 |
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