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El Palacio de Bellas Artes: antes y ahora
Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com
La historia del Palacio de Bellas Artes
En el siglo XIX la ciudad de México contó con
un Teatro Nacional llamado también Teatro Santa Anna,
que se encontraba en la calle de Bolívar (antes Vergara)
y cerraba la de 5 de Mayo. Fue construido de 1842 a 1844
por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. En ese teatro se
estrenó el Himno Nacional el 15 de septiembre de 1854.
Con el objeto de que la calle de 5 de Mayo pudiera prolongarse
hasta San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro
Cárdenas) el teatro fue demolido y el gobierno de
Porfirio Díaz prometió que el nuevo Teatro
Nacional estaría listo en dos años.
Para construirlo, se seleccionó el predio donde se
encontraba un convento de monjas que tenía el título
de La Visitación de María Santísima
a su prima Santa Isabel, que había sido fundado el
11 de febrero de 1601. Los edificios que albergaron a las
monjas fueron levantados bajo el patrocinio de Diego
del Castillo y Andrés de Carvajal; la suntuosa iglesia
que tuvo se bendijo el 24 de julio de 1681 y se inauguró,
con las debidas ceremonias de dedicación, dos días
después, o sea, el día 26 de julio.(1) Cuando
las monjas fueron exclaustradas en 1861 el inmueble se vendió,
la iglesia se utilizó como bodega y fábrica
de sedas; en tanto que el convento, según lo vio Manuel
Ramírez Aparicio en 1861, se había convertido
en “varias casas de particulares, amplias y cómodas,
como debe suponerse, y de una fisonomía agradable
y enteramente mundana en especial las que dan a la Alameda.”(2) El
gobierno de Porfirio Díaz se hizo del terreno y demolió lo
que quedaba de aquel viejo convento para levantar el nuevo
Teatro Nacional.
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Los
proyectos se encargaron al arquitecto italiano Adamo Boari
en 1903, quien comenzó los trabajos el 1º de
octubre de 1904. Debido al movimiento revolucionario y a
la falta de presupuesto, las obras se suspendieron en 1913.
De 1919 a 1923 quedó al frente de los trabajos el
arquitecto Antonio Muñoz García. Por decreto
de Álvaro Obregón, el Teatro Nacional amplió sus
expectativas y puede decirse que abrió la posibilidad
de convertirse en el hoy Palacio de Bellas Artes, con museo,
biblioteca, salones de conferencias, etcétera. El
4 de junio de 1924 se colocó el plafón-vitral
de la Sala de Espectáculos.(3) Se
volvieron a suspender los trabajos, por lo que en 1927 Adamo
Boari presentó un proyecto para transformarlo en cine;
le llamó Cinema México; su idea era
adaptarlo a las necesidades modernas del país y darle
fin a ésa, que él mismo consideró como
su obra más importante.(4) Obviamente
ese proyecto no fue aprobado por las autoridades, en vista
de que pretendían dotar al país con un recinto
para el gran arte, así que los trabajos del edificio
se reanudaron en 1930 a cargo de los arquitectos Federico
Mariscal y Alberto J. Pani. El Palacio fue finalmente inaugurado
el 29 de septiembre de 1934, con la puesta en escena de La
verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón.
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Por el tiempo que se llevó su construcción,
los cambios de estilo se sucedieron, de manera que de haber
sido proyectado como un edificio neorrenacentista con una
importante influencia del art nouveau, terminó como
un edificio con elementos art déco y figuras
que recuerdan el arte prehispánico, propias del nacionalismo
que dominó la cultura mexicana hasta los años
sesenta del siglo XX.
El Palacio y sus obras de arte
El Palacio fue construido con estructura de hierro. Hacia
el exterior, sus muros se encuentran cubiertos por sillares
de mármol blanco y en el interior los mármoles
seleccionados fueron de diversos colores procedentes de Durango,
Querétaro y Morelos.
Además del valor del edificio, se tienen que agregar
las obras de arte que resguarda. Se puede comenzar por los
pegasos que se encuentran en la plaza, frente a la entrada
principal, realizados por el escultor catalán Agustín
Querol. El pórtico semicircular se encuentra flanqueado
por las representaciones de La Juventud y La
Edad Viril, de André Allar. También se
colocaron, en diferentes espacios, las esculturas que procedían
del proyecto inconcluso del Palacio Legislativo, que también
había sido proyectado durante el gobierno de Porfirio
Díaz, como La Paz de Paul Gasq y La Verdad de
Honoré Marqueste.
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Sobre el pórtico se abre un gran balcón de
planta elíptica en cuyo tímpano se encuentra
un relieve de Leonardo Bistolfi con la representación
de La Armonía, rodeada de los estados del
alma musical: dolor, ira, alegría, paz y amor. Sobre
el arco, hallamos dos grupos de esculturas que simbolizan La
Música, a la izquierda, y La Inspiración,
a la derecha, ambas realizadas también por Bistolfi.
Toda la fachada se encuentra coronada por una greca que rodea
el borde superior del edificio. Llaman la atención,
a lo largo del perímetro del Palacio, algunos adornos
tallados en forma de monos, coyotes, caballeros águila
y los mascarones que representan las estaciones del año.
Parte de la herrería fue diseñada por Alessandro
Mazzucotelli y otra parte por Luis Romero Soto, y realizada
por artistas mexicanos.
Hacia la fachada se levantan tres cúpulas de cerámica,
color ámbar; en la central, el artista húngaro
Géza Maróti realizó un grupo escultórico
formado por cuatro figuras femeninas aladas que representan
el Drama, la Tragedia, lo Cómico y la Alegría,
rematadas por un águila con las alas extendidas. Las
cúpulas cubren el gran vestíbulo del Palacio,
el cual, tal como ocurre con el resto del edificio, es de
limpias líneas geométricas cubiertas en su
totalidad, como he asentado, por mármoles de diferentes
colores. Destacan en ese espacio, las taquillas, el elevador
y las lámparas, de inspiración futurista.
En su interior, el edificio tiene tres pisos. En el primero,
se encuentran los murales de Rufino Tamayo que representan
el Nacimiento de nuestra nacionalidad y México
de hoy. En los muros del segundo piso se despliegan
murales de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros
y Diego Rivera. De Orozco, Catarsis; de Siqueiros, Nueva
Democracia y Homenaje a Cuauhtémoc;
y de Diego Rivera, El hombre en el cruce de caminos, La
Dictadura, La danza de Hichilobos y México
folklórico y turístico.
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En el primer descanso de la escalinata central se abre la
entrada principal del teatro, cuya puerta está adornada
con máscaras de Tláloc fundidas en bronce.
A sus costados, asentadas ya en el primer piso, se levantan
dos pilares-lámparas que rematan con la máscara
de Chaac. En la sala destaca, sin duda, el escenario, con
el arco del proscenio de mosaicos que representa la historia
del arte teatral, proyectado y realizado en Budapest, en
los talleres de Géza Maróti. Y sobresale, indudablemente,
su telón de cristal que representa los volcanes Popocatépetl
e Ixtaccíhuatl, diseñado por Gerardo Murillo, Doctor
Atl, y elaborado por la casa Tiffany de Nueva York,
para servir de cortina o telón incombustible.
En
todo el hemiciclo, los balcones y graderías se
encuentran cubiertos de mármol en tonos cremas y verdosos;
sus arcos son apuntados y su herrería art déco.
Cubre la sala un plafón de cristal de diversos colores,
con la representación de Apolo rodeado de las musas,
realizado también por Géza Maróti.(5)
La sala principal y su reciente “restauración”
Gracias al valor del edificio y de las obras de arte que
contiene en su interior, el Palacio de Bellas Artes fue declarado
Monumento Artístico mediante el decreto expedido por
el Presidente de la República Miguel de la Madrid
Hurtado, publicado en el Diario Oficial de la Federación el
día 4 de mayo de 1987. De igual manera, para elaborar
la recomendación que desembocó en la declaratoria
de Patrimonio Mundial del Centro Histórico de la ciudad
de México y Xochimilco, el mismo año de 1987
el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS,
por sus siglas en inglés) resaltó la importancia
histórico-estética de los monumentos que forman
parte de la declaratoria, enfatizando la relevancia del Palacio
de Bellas Artes en los siguientes términos: “Además
de los vestigios de los cinco templos aztecas localizados
hasta ahora, la ciudad posee la catedral más grande
del continente, y hermosos edificios públicos de los
siglos XIX y XX como el Palacio de Bellas Artes.” Por
tales razones, todas las intervenciones que tuvieron lugar
en el Palacio para garantizar su funcionamiento, su dignidad
y su decoro, debieron de respetar las normas de conservación
nacionales e internacionales como lo establece la propia
declaratoria presidencial.
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Pese
a ello, la última intervención que se
llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes, especialmente
en la Sala Principal, del año de 2009 al de 2011,
contravienen todas las disposiciones legales y todas las
normas en materia de conservación y restauración
de monumentos declarados Patrimonio Nacional y Patrimonio
Mundial de la Humanidad. En tal sentido, es muy claro el
dictamen del ICOMOS Mexicano y el análisis de los
especialistas en cada materia.(6)
Lo primero que denuncia ese organismo dependiente de la UNESCO
es que “los arquitectos responsables del proyecto de
acabados y de la coordinación general no son restauradores
de arquitectura del siglo XX y carecen de experiencia en
intervenciones en obras de calidad histórica y artística” y
además, “para las otras áreas técnicas,
ninguno de ellos partió para sus proyectos de la consideración
del valor excepcional del edificio por intervenir (acústica,
isóptica, iluminación y mecánica teatral
y seguridad de público), cuando éste debió ser
el criterio primordial”.
Al parecer, el criterio central para llevar a cabo estas
intervenciones, fue la de convertir la Sala de Espectáculos
del Palacio de Bellas Artes en una sala de usos múltiples,
decisión que, afirman los especialistas de ICOMOS, “fue
un error de principio, que acarreó el indebido desplazamiento
de la mecánica teatral original y, al dejar la superficie
del foro sin la pendiente, se alteró inevitablemente
y de manera negativa, la geometría original de las áreas
de espectadores, no sólo en lo que respecta a la visibilidad,
sino a la acústica, a los movimientos del público
y la seguridad del mismo”.
Además de la muy baja calidad de los materiales que
ahora recubren las superficies de la Sala (pisos, plafones,
paredes, antepechos y puertas), como bien dicen los especialistas
del ICOMOS, no tienen ninguna característica compatible
con el lenguaje decorativo original de la sala. En efecto,
como pude constatar en el visita que llevamos a cabo los
miembros del ICOMOS Mexicano el día 24 de enero de
2011: la baja calidad de los materiales empleados nada tiene
que ver con los mármoles y bronces manejados en todo
el Palacio y mucho menos con el telón de cristal y
el plafón que cubre la sala.
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Al fondo de la luneta se instaló una cabina, la
cual, según el dictamen mencionado, es “excesivamente
notoria por sus dimensiones y luminosidad”. Para instalarla,
se “suprimió un pasillo y una de las cinco puertas
que permitían el acceso a la sala y, sobre todo, su
desalojo en caso de emergencia […] de esta manera,
el acceso principal a la sala del Palacio de Bellas Artes
conduce ahora a la cabina desde donde se controlan los actuales
equipos de sonido e iluminación”. Estos equipos,
por cierto, no mejoran el sonido, de acuerdo con los especialistas
del ICOMOS Mexicano (Eduardo y Omar Saad). A reserva de hacer
un análisis más detallado, resulta que el equilibrio
de la reverberación se invirtió, lo que lógicamente
hace casi imposible la existencia de sonidos claros y limpios.
A todo ello se agregan una serie de despropósitos
imposibles de explicar cabalmente. Por ejemplo, se desmontó toda
la mecánica teatral original y se trasladó a
una bodega, “sin la certeza sobre su destino y a sabiendas
de que sin un proyecto claro para su reutilización,
todo ese material está condenado a la desaparición,
perdiéndose con ello el testimonio histórico
del mecanismo, que permitió su operación durante
muchas décadas, del inmueble más representativo
de la primera mitad del siglo XX, y verdadero ícono
de la cultura y el arte en México”, como bien
han expresado los especialista del ICOMOS Mexicano. Es de
hacerse notar que, como todos sabemos, con esa maquinaria
se celebraron normalmente y sin contratiempos importantes
las temporadas de ópera, danza y música sinfónica
hasta el momento de que las autoridades del INBA decretaran
su cierre para llevar a cabo las remodelaciones de la Sala
Principal. A ello se agrega algo tan ofensivo como todo lo
que he reseñado: la histórica cortina roja
del foro fue convertida en cojines que se venden en la tienda
del Palacio de Bellas Artes como “recuerdo”,
sin ningún respeto por el edificio como testimonio
o documento de alto valor histórico, sólo considerando
su valor material.
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Finalmente, lo que resulta verdaderamente preocupante es
la estabilidad del edificio, como consecuencia de haber retirado
la mecánica teatral con su concha acústica,
pues se tendría que evaluar (dice el doctor Enrique
Santoyo) si el peso de la tramoya actual equivale al que
tenía originalmente. Más grave, quizá,
sea que en el lado poniente del Palacio de Bellas Artes se
construyó una cisterna sin que se sepa si para ello
se llevó a cabo una evaluación geotécnica
para decidir su ubicación. Pero además, antes
se hicieron excavaciones en el lado oriente del Palacio para
construir esa cisterna, pero al haberse encontrado restos
del convento de Santa Isabel se cerró, con lo que
se perdió la compactación original del terreno
y tampoco se sabe si se rellenó esa zona con la misma
masa de tierra que tenía para dejarla con un peso
similar al que tenía. Como todos sabemos, el Palacio
de Bellas Artes se encuentra edificado sobre un subsuelo
fangoso y se ha levantado respecto al nivel original que
tenía cuando se estrenó en 1934, pero el hundimiento
de la zona aledaña no afectó su estabilidad;
ahora, con toda esta intervención, el riesgo es que
el propio edificio presente movimientos diferenciales que
puedan romper el Palacio de mármol.
En consecuencia, el ICOMOS Mexicano concluyó que “la
intervención realizada en el interior del Palacio
de Bellas Artes constituye una violación a los principios
de conservación internacionalmente reconocidos”,
por lo que ya han solicitado “una Misión reactiva
al Centro de Patrimonio Mundial y al ICOMOS Internacional,
que evalúe los daños causados y determinar
los pasos que deban seguir el Gobierno Federal y las instancias
responsables de los mismos”, y se formará en
ese mismo organismo un cuerpo consultivo de expertos internacionales
y mexicanos “que efectúe los estudios técnicos
necesarios para determinar las acciones a tomar por los daños
patrimoniales causados al Palacio de Bellas Artes”.
En vista de la importancia que tiene, por ser ese monumento
el espacio cultural más importante y emblemático
de nuestro país, sería necesario que las autoridades
correspondientes evaluaran la pertinencia de aplicar el Artículo
4º del Decreto Presidencial en el que se declara a ese
edificio Patrimonio Artístico, que a la letra dice: “La
contravención o simple inobservancia de las disposiciones
del presente decreto será sancionada en los término
previstos en las leyes aplicables a la materia”, o
sea, los previstos en la mencionada Ley Federal de Monumentos
y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos
de México, vigente desde 1972. Pero sobre todo, deben
vigilar que se garantice en términos absolutos la
estabilidad del edificio y el restablecimiento del decoro,
la dignidad y el funcionamiento adecuado de la Sala Principal
del Palacio de Bellas Artes.
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* Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas
de la UNAM y miembro del ICOMOS Mexicano.
Inserción en Imágenes:25.02.11
Imágen del portal: El Palacio de Bellas Artes en 2011. Vista
general.
Foto: Martha Fernández.
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