Francisco Corzas: luminoso pero triste
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Francisco Corzas Chávez nació el 4 de octubre de 1936 en
una modesta casa de la colonia Doctores, en la Ciudad de
México.
Sus progenitores, Enrique Corzas y Regina Chávez, de escasos recursos,
eran originarios de Quecholac, en el estado de Puebla.
Francisco Corzas nació en uno de esos años históricos:
al tiempo que era presidente de la República el general Lázaro
Cárdenas,
estallaba la Guerra Civil Española y, en Alemania, Hitler se armaba
y arengaba a su pueblo para llevarlo a una futura conflagración
mundial. De continuar con vida, en 2006 Corzas cumpliría setenta
años; pero falleció a destiempo en la capital del país
el 15 de septiembre de 1983, a los cuarenta y siete años.
Entre 1951-55 estudió en la Academia de Pintura y Escultura La Esmeralda;
sus maestros fueron Agustín Lazo, Carlos Orozco y Manuel Rodríguez
Lozano, además de María Izquierdo y Juan Soriano. En 1956 viajó a
Europa y se instaló en Roma durante tres años; allí asimiló los
cursos de la técnica de pintura al fresco en la Academia de San Giacomo
y de desnudo en la de Bellas Artes. Esta etapa formativa en Roma –donde
se nutrió de los fundamentos de la cultura occidental– fue decisiva
en la formulación de los principios plásticos que comenzaría
a desarrollar poco tiempo después. Su estancia europea le ofreció la
oportunidad de acercarse al arte renacentista, manierista, barroco, romántico
y vanguardista. En esa misma capital ganó la medalla de plata en el Premio
Internacional Vía Margutta (1958) que le permitió darse a conocer
a nivel internacional. Realizó una exposición individual en la
Galería Trentadue de Milán y participó en varias colectivas.
Su reconocimiento le mereció en 1973 realizar dos óleos para el
Vaticano: Profeta (Sala 12) y Plegaria (Sala Estampa), así como
diez litografías (Los Profetas) en la Gráfica Caprini
de Roma y otras más (Umbrío por la pena) en la Gráfica
Upiglio de Milán. En 1967 conoció a Bianca Dall’Occa Orsi,
su pareja durante 26 años.
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A su regreso, en México, en 1962, le fue otorgada la Mención
Honorífica en el Salón de la Plástica Mexicana y
realizó una exposición en la Galería Misrachi. Obtuvo
la beca Des Art del gobierno francés; residió en París
un año y trabajó en varias series de litografías
del taller Bramsen.
En 1976 obtuvo la beca de la Fundación Cultural Televisa para la realización
de Agonías y otras ofrendas. Corzas viajó por varios países
europeos, con residencia en Milán, desde donde realizaba diversas obras
gráficas por encargo de la empresa Olivetti. Formó un portafolios
con once litografías sobre los Carmina Burana.
A lo largo de su vida Francisco Corzas expuso individualmente en catorce oportunidades
y participó en 43 exposiciones colectivas en varias ciudades del mundo,
entre las que destacan: Roma, Florencia, Venecia, Belgrado, Praga, Bruselas,
Viena, Nueva Delhi, Bombay, Osaka, Nueva York, San Antonio, Los Ángeles,
Montreal, Bogotá, Buenos Aires, Río de Janeiro y Santiago de Chile.
La trayectoria itinerante de Francisco Corzas es una de las causas por la cual
muchas de sus obras se hallan en el extranjero: algunas en museos y otras más
pertenecientes a colecciones privadas. En México, el Museo de Arte Moderno
y el Carrillo Gil albergan algunas de sus creaciones; la otrora Fundación
Cultural Televisa también conservó otras pinturas. En sus treinta
y dos años de florecimiento artístico produjo cerca de mil quinientas
obras.
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Como muchos otros artistas de su generación, Francisco
Corzas se opuso a los principios plásticos que dominaban
la agenda cultural mexicana de entonces: propuestas político-sociales
remanentes del muralismo mexicano. Incluso el interés
de Corzas por la técnica del fresco nunca tuvo relación
con el muralismo que se había creado en las décadas
anteriores. El autor experimentó y descubrió una
nueva figuración llena de sugerencias en un ambiente
etéreo más que en realidades concretas. Formó parte
del grupo-no grupo de la llamada Ruptura, el cual renovó la
experiencia dejada por los muralistas y cambió la
manera de acercarse a la figura. También perteneció a
Los Interioristas, asociación de arte dedicada a
la defensa de los valores de la humanidad.
“Las primeras obras de Francisco Corzas –asegura la historiadora
del arte Rita Eder– escogen como tema el cuerpo mutilado y rostros fantasmales,
mudos, envueltos en un turbante de luz; sus fuertes tonos anaranjados contrastan
con el rostro de estos habitantes de territorios extraños en donde abunda
la piedra amarillenta de las plazas que acogen a estos trashumantes, magos y
miserables que están fuera del mundo.” (Citado del catálogo Ruptura
1952-1965, Museo de Arte Carrillo Gil, 1988.)
La obra de Corzas se caracteriza por la luminosidad de sus fondos y por el lujo
aparente de sus personajes; por sus desnudos femeninos plenos de sensualidad
y erotismo; por sus criaturas semejantes a fantasmas, personajes que se lamentan
pero que se resisten a su irremediable descomposición, acompañados
por búhos, toros y gatos. Sealtiel Alatriste asegura que la iconografía
corziana posee ambientes que “capturan una imagen de la realidad que se
desvanece. (…) Francisco Corzas es uno de esos pintores que, más
allá de las coincidencias con escuelas o tendencias pictóricas,
se distingue por la visión íntima de aquellos seres y ambientes
peculiares que habitan un mundo oscuro y enigmático”.
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Corzas describió su estilo como impresionista,
con una clara influencia goyesca. En su infancia utilizó el
pseudónimo de Goya para firmar las obras
que participarían en un concurso de Niños
Pintores. Así pues, el artista de la corte española de
los Borbón trascendió en la creación
de Corzas –en mundos similares como los personajes
del pueblo en Trashumantes–, a quien apreciaba
como un clásico de la pintura y de quien asimilaba
temas y estilos, como las fisonomías grotescas y
la oscuridad tonal de la etapa más intimista del
artista español. Al respecto, Fernando Ureña
Rib anotó: “De las pinturas del mexicano Francisco
Corzas emanan gestos sombríos, taciturnos, que obedecen
quizás a una tragedia escondida, a una sórdida
pesadumbre, a alguna angustia existencial que mueve el
pincel de este intenso y formidable artista de México
y del mundo.” Corzas ha sido considerado por los
especialistas como un creador extemporáneo, reaccionario,
anacrónico y goyesco. Posiblemente ese tipo de “ubicaciones
críticas” lo impulsaron a expresar una de
sus sentencias más radicales: “Los únicos
que saben de arte son los artistas.”
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En
su quince aniversario luctuoso (1998), algunos pintores
y amigos le rindieron un homenaje con una exposición
colectiva en el Centro Cultural San Ángel. Entre
otros, asistieron: José Luis Cuevas, Rafael Coronel,
Javier Juárez, Raymundo Sesma, María Antonieta
Ocampo, Leonel Góngora y Arnaldo Coen. Se refirieron
a Corzas como un “constructor de paisajes humanos
con ‘un perturbador acento en lo grotesco’ (Juan
García Ponce) y donde sus murmullos visuales integraron
un ‘mundo crepuscular, como de oro y musgo’ (Salvador
Elizondo)”. El grabador José Luis Farías
instó a que la obra de Corzas fuera reconocida en
México: “A Corzas no se le ha dado el lugar
que merece. Tal vez haya influido que fue un autor que
no se hizo en México sino en Italia, pero aún
así no se le ha otorgado el reconocimiento ni la
difusión a los que tiene derecho una obra como la
suya.” En el homenaje póstumo, Farías
recalcó que Corzas fue “un creador que nunca
fue vedette”. Y sus ensoñaciones
plásticas inmersas en la nada, con personajes luminosos
pero tristes, encontraron eco en un refilón poético-literario
del propio Corzas:
Yo tengo los ojos negros,
negros de noche y de viento
y negros son mis aperos
y a veces mis pensamientos.
Tomé para mis espuelas
la plata de los esteros
y para mí el horizonte
del alma y el de los cerros. |
Inserción en Imágenes: 16.10.06.
Foto de portal: fotógrafo no identificado.
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