Jorge Bravo
beltmondi@yahoo.com.mx
Olga Sáenz, El símbolo y la acción.
Vida y obra de Gerardo Murillo, Dr. Atl, El Colegio
Nacional, México, 2006, 653 pp.
|
Las insólitas respuestas anotadas en un cuestionario
formulado por el pintor Julio Castellanos –con motivo
de una exposición de autorretratos organizada por
el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1947–, es
el punto de partida de la investigadora Olga Sáenz
para emprender un recorrido por la vida y obra de Gerardo
Murillo, Dr. Atl.
La especialista descubrirá que ese trayecto biográfico está lleno
de episodios imaginados por el artista, como el origen de su pseudónimo
y futuro nombre –Doctor Atl–, resultado de supuestos estudios
de filosofía realizados en la Universidad de Roma, y por haber sobrevivido
a una tempestad en medio del Atlántico cuando viajaba de Nueva York a
París (pues el nombre de “Atl” significa “agua” en
idioma náhuatl), en un rito bautismal que tuvo como insigne testigo al
poeta argentino Leopoldo Lugones. La autora también revelará los
afluentes que nutrieron el pensamiento político y artístico del
pintor jaliciense (1875-1964).
Al Dr. Atl –de quien conocemos sus hermosos paisajes y volcanes, pintados
con una intensa carga simbólica y nacionalista– se le atribuye la
paternidad del muralismo mexicano. Sin embargo, ese “impulso” y “promoción” hacia
la pintura de gran formato –revela la investigadora– es una de las
tantas páginas míticas y controvertidas en torno a la personalidad
del artista. Otra sería su relación sentimental con Carmen Mondragón,
conocida como Nahui Olin, y de la cual no se ocupa la autora porque
se interesa por abordar temas más entrañables en la vida del pintor,
como su profundo amor –ajeno a cualquier ambivalencia– hacia el volcán
Parícutin, al cual vio nacer, se erigió en su biógrafo y “retrató” con
pincel fino en múltiples ocasiones.
En relación con el muralismo, Gerardo Murillo realizó hacia 1901
un mural en Via Flaminia, Roma, influido por la pintura de Giovanni Segantini
y los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina; sin embargo, las
restauraciones posteriores en el recinto destruyeron la obra. La misma suerte
corrió el programa muralístico de seis figuras bacantes sobre los
muros del Ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo en 1921, depredados
por los funcionarios de Educación Pública José Vasconcelos
y Narciso Bassols, influidos, según el Dr. Atl, por prejuicios bolcheviques.
Tuvieron que transcurrir varias décadas antes de que el Dr. Atl volviera
a ocuparse de la pintura mural en el Casino de la Selva de Cuernavaca, Morelos;
un fragmento de ese mural –Vista arquitectónica de la Ciudad
de Puebla– se conserva actualmente en el Castillo de Chapultepec.
No sólo su producción mural fue escasa y sin mayor rastro físico –producto
de la arbitrariedad o de la mala suerte– sino que en pleno callismo y obregonismo
criticó el arte soviético, de “propaganda y simbología
marxista”, que comenzó a decorar los muros de los edificios públicos
con el patrocinio del gobierno. El Dr. Atl consideró –con un evidente “quebranto
emocional”– que de no haberse destruido su obra mural, el arte pictórico
nacional (léase el muralismo mexicano que conocemos) hubiera tomado nuevos
y universales rumbos conceptuales y formales; algo –en realidad– poco
probable, pero natural y comprensible en un artista-intelectual que conoció de
cerca las vanguardias estéticas y que poseía una idea muy clara
y contundente del papel activo que debían desempañar los creadores
y el arte en el México posrevolucionario.
|
|
A raíz de esos acontecimientos, la destrucción
(oficialista) de su obra mural, el Dr. Atl se abocó a
la pintura de paisajes, posiblemente una de las facetas
más conocidas del artista para el espectador lego.
Las obras que presentan montañas, volcanes, valles,
nubes, árboles, etcétera, son analizadas
por la autora en uno de los capítulos que considero
más bellos del libro porque revela uno de los rasgos
más intimistas y de creación simbólica
del artista, acorde con el proyecto nacionalista del régimen
posrevolucionario. Pero además porque descubre –y
esto es muy importante en la indagación de Olga
Sáenz– los nexos del pintor con algunas innovaciones
técnicas de la era moderna, como la fotografía
y la aeronáutica, que dieron pie –entre otras
cosas– a los paisajes y aeropaisajes atlianos. Asimismo,
la autora revela las fuentes intelectuales y artísticas
que inspiraron e influyeron en las creaciones del Dr. Atl,
como fue el caso de la perspectiva curvilínea y
los postulados teóricos de Filippo Tommaso Marinetti,
creador de la corriente futurista en Italia.
¿Cuáles fueron, entonces, las contribuciones del Dr. Atl? Ya he
mencionado algunas, pero fueron muchas y poco reconocidas por quienes han intentado
estudiar al Dr. Atl. Precisamente uno de los enormes méritos de Olga Sáenz
fue rescatar a su protagonista y situarlo en el contexto que le correspondió vivir.
Se trató de un momento histórico intenso en todos sentidos: por
la “fiesta de las balas” (Martín Luis Guzmán) que representó la
Revolución de 1910 en sus distintos momentos y personajes, por el surgimiento
de las vanguardias artísticas y por la efervescencia de las ideas políticas
en Europa.
Como acertadamente sostiene Aurelio de los Reyes en el prólogo del libro,
el trabajo está muy lejos de ser una biografía convencional. En El
símbolo y la acción. Vida y obra de Gerardo Murillo, Dr. Atl (El
Colegio Nacional, 2006), Olga Sáenz estudia y reconstruye –con evidencias
documentales e iconográficas– el pensamiento político y estético
del pintor. La investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas
de la UNAM, autora, entre otros textos, de Giorgio de Chirico y la pintura
metafísica (IIE, 1990), emprende una búsqueda en archivos
públicos y privados, así como en los textos escritos sobre el pintor
y en la hemerografía de la época, para rastrear y seguirle los
pasos a la intensa y vital producción del Dr. Atl.
Si bien la de Olga Sáenz es una narración cronológica, la
estructura del libro obedece más a hitos en la evolución política
y artística del Dr. Atl. Y al subrayar “evolución” quiero
implicar pasos hacia delante por parte del artista, pero sin soslayar las contradicciones –e
incluso el oportunismo que el Dr. Atl exhibió en varias ocasiones y que
la autora anota en su momento– que significó estar ubicado en el
centro del fragor político e ideológico: por un lado, la realidad
del México revolucionario y posrevolucionario y los conceptos aprendidos
durante sus dos estancias europeas y, por otro lado, la nueva élite gobernante
con sus prioridades, proyectos y limitaciones… así como los intereses
del propio artista. El Dr. Atl no fue ciego ni indiferente a las apremiantes
necesidades de los habitantes del país, en particular de los noveles artistas
y de la clase proletaria congregada en la Casa del Obrero Mundial, ante la cual
fue representante del gobierno constitucionalista, y que manipuló y defendió en
su momento. Para buscar su posible solución respaldó el proyecto
nacionalista de la naciente Familia Revolucionaria, incluido el modelo cultural
revolucionario ideado por Vasconcelos, a quien, por lo demás, detestaba
pero con quien compartía en esencia el mismo proyecto que –con modificaciones– afortunadamente
perdura hasta nuestros días.
Entre otras aportaciones importantes, detectamos el trabajo
de la investigadora Sáenz en la Biblioteca Nacional
Richelieu de París, de donde rescató el periódico L’action
d’art, fundado por el propio Atl y otros artistas
que no lograron descollar. En dicha publicación
el Dr. Atl realizó –en francés y en
el corazón de la Ciudad Luz– la acertada y
por momentos despiadada crítica artística
de las vanguardias estéticas expuestas en el célebre
Salón de los Independientes de París.
Otro momento destacado del Dr. Atl fue su decidida promoción de las artes
populares de México. Durante los festejos del Primer Centenario de la
Consumación de la Independencia de México (1921), organizó una
exposición de arte popular y editó un catálogo de las principales
manifestaciones de artistas populares; fue precisamente él quien les otorgó a
los creadores de arte popular el merecido rango de artistas y no sólo
de diestros artesanos.
Resulta interesante reconocer la trayectoria del Dr. Atl. Siempre al amparo del
Estado, Gerardo Murillo partió rumbo a Europa en 1897, previa formación
artística en su ciudad natal, Guadalajara, bajo la generosa mirada del
maestro italiano Félix Bernardelli, y su posterior paso por la Escuela
Nacional de Bellas Artes (ENBA), a la cual regresaría para propiciar en
ella una auténtica reforma artística ante el anquilosamiento de
los planes de estudio. Durante su primera estancia europea (1897-1903) se nutrió del
socialismo radical italiano representado en las personas de Antonio Labriola
y Enrico Ferri; visitó la Exposición Universal de París
de 1900 donde se encontró con los poetas hispanoamericanos Rubén
Darío y Leopoldo Lugones. En ese espacio se revelaron ante sus ojos las
vanguardias artísticas. Fue el impresionismo la vanguardia que de manera
más honda imprimió su impronta en el joven Murillo.
Su regreso a México en 1903 –y hasta 1911 cuando abandona el país
ante la violencia revolucionaria– marcó su incursión al ambiente
cultural y académico del país, impregnado de “espiritualismo”.
Bajo el pseudónimo de Dr. Orage emprendió y ganó una
feroz y panfletaria polémica con el entonces director de la ENBA, Antonio
Fabrés. De parte del gobierno recibió encomiendas académicas,
de valuación y catalogación de obras de arte. Participó de
manera destacada en los festejos del Centenario de la Independencia de México
en 1910. Durante las celebraciones lideró a jóvenes artistas mexicanos
como Roberto Montenegro y Diego Rivera, entre otros, quienes desde entonces destacaron
y sorprendieron con su arte renovador.
Al estallar la Revolución, se exilió en Europa. Durante esta segunda
estancia se nutrió del anarquismo individualista y el socialismo humanista
de Jean Jaurès. Participó activamente en las campañas de
propaganda contra el gobierno usurpador de Victoriano Huerta. Su regreso a México
coincidió con el constitucionalismo (1914), al cual se incorporó decisivamente.
Su visión del periodismo revolucionario quedó claramente plasmado
en el periódico La Vanguardia, partidario del presidente Carranza
y dirigido por el propio Dr. Atl: “En estos momentos un periódico
debe tener la misma misión exclusivista de un rifle: hacer triunfar la
Revolución.” Después de la huelga de los electricistas de
1916 y la amenaza de desestabilización nacional, el Dr. Atl dejó de
simpatizar con Carranza. El artista se autoexilió en Estados Unidos donde
conspiró e imaginó organizar una incursión a territorio
mexicano para derrocar al gobierno constitucionalista.
Su nuevo regreso a México ocurrió el ocaso del carrancismo (1919).
Nunca más volvería a ocupar un cargo en los gobiernos posrevolucionarios.
Sin embargo, eso no le impidió ser el gran promotor de las artes populares,
como ya se mencionó. Durante el cardenismo, el Dr. Atl abrevó en
el nazifascismo, como también le ocurriría a José Vasconcelos.
|
Como puede apreciarse, la investigación abarca
un arco de tiempo que va desde las postrimerías
del siglo 19, en pleno auge del porfirismo, hasta la década
de los años sesenta. El pintor vivió momentos álgidos,
desde el exilio o bien desde las trincheras donde él
decidió luchar. En resumen, El símbolo
y la acción… de Olga Sáenz es
el libro más importante que se ha escrito sobre
la vida y obra del Dr. Atl. El único, hasta el momento,
que ha indagado los afluentes ideológicos, políticos
y artísticos que nutrieron y marcaron el pensamiento
del artista. Reunió las características del
artistas-intelectual quien, con su pertinaz protagonismo –como
pintor, político, propagandista, periodista, escritor,
promotor de las artes populares y empresario–, supo
impregnar con su huella la primera mitad del siglo 20.
Resulta motivante leer investigaciones, como esta de Olga
Sáenz, que ubican en su justa dimensión a
personajes destacados del ámbito político,
artístico y cultural de México, cuyas aportaciones
e ideas –en tiempos difíciles– contribuyeron
al desarrollo del país y que hoy en día tanto
extrañamos.
Inserción en Imágenes: 27.06.06.